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martes, 3 de abril de 2018

Sentimiento y razón




Últimamente me encuentro con un recurrente argumento frente a mi defensa de la razón frente al sentimiento: el sentimiento -dicen- es la experiencia y es previa a la razón, por lo tanto debe ser predominante.

Los partidarios de la experiencia, del sentimentalismo, del desnudo de las emociones, me suelen mirar con pena, como diciendo “pobre, si supiese lo que se pierde al no expresar los sentimientos”. Creo que pensé en este artículo cuando un profesor budista me decía que él lloraba varias veces al día (o a la semana) y que había que “sacar” todos los sentimientos en todo momento, yo -la verdad- pensé que no debería llevar una vida buena para llorar tanto. Pero esto de "sacar" sentimientos es más que una moda. De hecho hay grupos de risoterapia, lloroterapia, teatralización, gritoterapia, cantoterapia (creo que no lo llaman así), etc. A algunos grupos de Iglesia les encantan las lágrimas grupales, las confesiones a la comunidad, los "testimonios" de personas que estaban en lo peor y que al conocer a Dios cambiaron radicalmente. En los debates sobre el nacionalismo, cuando les digo lo bien que viven los nacionalistas españoles en comparación con los países con los que les gusta compararse, me dicen que los sentimientos de los catalanes independentistas son muy importantes, casi tanto como el derecho o la economía. 

En fin, de nuevo otro fantasma recorre Europa: el del sentimentalismo, que ya pasó en el siglo XIX y dejó muy mal la cosa…

Mi tesis es que la experiencia sentimental ni es ni previa a la razón ni debe ser predominante. No es previa porque el ser humano no puede dejar la razón a un lado para tener experiencias y luego recogerla para analizarlas. La percepción no funciona así, la razón no está para analizar, quizá confunden el término razón con la ciencia, quizá, o quizá estemos estrenando un  tiempo de renacimiento del irracionalismo.

La razón es lo que nos permite ver el mundo como seres humanos, es decir, desligarnos del espacio y del tiempo y poder salirnos de lo cotidiano, de la percepción inmediata, del carpe diem y crear una realidad consistente e intersubjetiva. Los animales y los niños perciben así, sin razón: lo que hay es lo que ven, sin un posible análisis, y lo que ven es lo que su instinto -o su inteligencia- le permite ver. Pero nosotros, los humanos adultos,  no vemos lo que tenemos que ver, vemos lo que queremos ver, seleccionamos de toda la realidad lo que nos interesa por situación, por ideas preconcebidas o por historia personal. Por eso necesitamos un análisis de esta realidad, porque nosotros construimos la realidad y le damos sentido como sociedad.

Si después de percibir, de tener una experiencia sentimental, queremos salir de nuestro solipsismo y comunicarla a los demás, no nos vale con la experiencia nuda, necesitamos salirnos de lo inmediato, romperla, analizarla y descubrir la verdad objetiva que pueda haber en ella, porque sí, puede haber experiencias que no merecen ser tenidas en cuenta. 

Así podemos distinguir dos niveles de verdad: un primer nivel donde lo que se siente, lo que se percibe, no es discutible, es verdad el sentimiento (es verdad que sientes lo que sientes); y otro nivel superior donde esa verdad se pone a prueba con la realidad intersubjetiva y se integra en un proyecto de vida donde se ordena. No son dos actos, es un mismo acto con dos niveles o momentos. En el primer momento no hay discusión, lo que percibimos percibido queda y no hay forma de convencernos de que lo sentido es real o falso. Aquí no hay diálogo ni posibilidad de cambiar, solo hay tolerancia: tú con tu verdad, yo con la mía, nadie puede quitárnosla. Pertenece por lo tanto al mundo de la opinión, donde no podemos entrar más que a clasificar las opiniones y experiencias, todas al mismo nivel. Si uno siente la energía del Universo, el Amor de Dios, la humanidad de su perro, la opresión del Estado, la soledad o la tristeza nadie puede decirle nada, nadie puede quitarle esta idea previa, digamos que es su experiencia y por lo tanto es verdad para la persona que lo experimenta. Solo queda mirar al otro con pena, con alegría, abrazarlo o apalearlo.

Pero con estas experiencias y sentimientos no hacemos nada, no nos formamos como comunidad ni como sociedad, ni como personas. Como mucho podemos buscar quienes hayan tenido experiencias similares y por lo tanto la forma de unidad que genera este sentimentalismo es la de grupos de reafirmación del sentimiento: grupos religiosos que se esmeran en vivir las experiencias místicas (música, color, iluminación, cánticos), grupos de nacionalistas donde todos comparten el amor a la patria utópica basado en experiencias inmarcesibles: las montañas, la lengua, los ríos y las fuentes de Rosalía de Castro son compartidos por un pequeño grupo de experimentadores que excluyen por lógica a aquellos que no lo han vivido. La raza, la lengua, la patria chica, la pacha mama: abracémonos todos en la lucha…

Claro que del sentimiento espontáneo pasamos fácilmente a la manipulación: bien dirigidos, con un conductismo social, puede hacerse que un grupo grande de personas se enciendan con estas experiencias previas, personales, incomunicables; e incluso personas que no las vivieron originalmente vivan las experiencias al ver a los demás contarlas, al repetir esquemas, canciones, lemas, imágenes, relatos. Entramos en el resbaladizo terreno del populismo y de la postverdad.

Pero por encima de este sentimentalismo existe la razón que siente, la que aplica los criterios de verdad sobre la experiencia sensible. Vemos el mundo que queremos, pero ¿podemos ponernos en el lugar del otro para sentir lo mismo? Ciertamente en el primer nivel no, como mucho podemos reproducir la experiencia, pero en el segundo nivel podemos hacer abstracción y por medio de comparaciones comprender lo que no hemos experimentado o no experimentamos por nuestra perspectiva, podemos ir a la realidad a comprobar si ese sentimiento es adecuado. Lo que hacemos en este segundo momento es despegarnos de nuestra realidad y ponernos en el lugar del otro y por lo tanto podemos tener experiencias para compartir, para pensar en común. Aquí ya no está solo tu verdad y mi verdad, aquí entramos en una nueva realidad que no es ni tuya ni mía, una verdad que hay que buscar en común.

La razón es pues una especie de mediador entre nosotros, que tiende a unir experiencias para poder llegar a una verdad. Ya no es la tolerancia, virtud del relativista, la que prima por encima de la búsqueda en común de la verdad. Ahora es la veracidad la virtud que nos mueve. 

La razón hace que las experiencias vividas sean aprovechables y permitan la vida en común y el crecimiento personal. Podemos dialogar con Platón y con Nietzsche porque ambos usan la razón (y vean que pongo ejemplos de filósofos no racionalistas), y con Lao Tse o con Ana Catalina Emmerick no, solo su experiencia nos vale como punto de partida, pero no hay razones detrás, hay videncias, experiencias directas que solo pueden servir si se integran en un proyecto vital.

El sentimentalismo de experiencia vital, alejado de la razón, nos inunda desde que Freud descubrió el inconsciente, Nietzsche y Schopenhauer las fuerzas ocultas de la vida y Marx las de la historia: como la razón nos lleva a un estado de cosas que no queremos tenemos que sacudirnos de la misma para progresar y entonces crear una realidad paralela donde la experiencia individual sea el centro de la vida. Muchas vidas se mueven, cada vez más, en esta irrealidad de lo sentimental, buscando acumular experiencias para sentir la vida, creando un mundo ficción solipsista o en grupo, donde las cosas suceden de acuerdo a estas experiencias. Y lo peor es que los medios de comunicación y audiovisuales con frecuencia apoyan esta ficción retroalimentando la experiencia previa. 

Si dejamos actuar al sentimiento, el amor se convierte en sensualismo, en seducción, en enamoramiento. Aunque el amor también es razón, propósito, promesa, de lo contrario ocurriría lo que suele ocurrir con demasiada frecuencia: que cuando el sentimiento se apaga o aparece otro sentimiento las relaciones se rompen. El amor no es enamoramiento.

En la lógica del sentimiento la realidad se convierte en la realidad experimentada y querida. Pero la realidad debe ser medida, articulada, probada, de lo contrario las convicciones de hoy mañana pueden ser desarticuladas sin prueba alguna, simplemente porque se me presenta con mayor atractivo la tesis contraria.

La religión tampoco puede reducirse a la experiencia religiosa. La religión, que puede comenzar por el sentimiento de unidad con Dios, por una experiencia, no es lo que debe primar, sino la racionalización de la misma y la integración en la vida, en toda la vida, como proyecto de salvación que haga más fecundo el diálogo con Dios y no se quede en pura experiencia.

Cada vez más el arte se quiere reducir a obras que dicen algo a alguien en un momento estético, el efecto Stendhal. El arte es sentimiento, sí, pero también trascendencia y canon, y forma, y sentido.

La nueva política quiere ser un juego de encandiladores atacando a los sentimientos más bajos del pueblo (el resentimiento ante la riqueza, el sentimiento nacional, el sentimiento de abandono, la desafección…). La política puede tener que ver con la psicología social, pero hay que tener claro el fin práctico de la misma: el bien común.

La educación se está convirtiendo en un juego para despertar las emociones del niño. La educación tiene mucho de encandilamiento, pero éste debe fluir hacia el conocimiento y hacia la formación de la persona completa, no solo de sus emociones.


La experiencia auténtica debemos integrarla en la vida sin darle más importancia que la que tiene, porque todos los sentimientos son iguales, pero algunos nos pueden llevar al error, en cambio la razón puede descubrir el error y permite el diálogo.

lunes, 2 de enero de 2017

El vestido de la Pedroche


Conste que soy el menos indicado para escribir de estas cosas. Primero porque no sé quién es Cristina Pedroche, bueno, sí la acabo de ver en la foto que todo el mundo comenta, pero no sé a qué se dedica (ni me importa). Segundo porque no tengo televisión (y me gusta decirlo, tomé las uvas con la Bárbara Archilla e Isabel Lobo en la COPE). Tercero porque no me interesa el asunto rosa.

[Y entonces ¿por qué escribe sobre algo que no le interesa y de lo que no tiene ni idea?]

Escribo esta primera entrada del año sobre ese asunto porque el tema no es ni Cristina Pedroche ni su vestido. Me interesa la estupidez humana como tema filosófico, y este asunto del vestidito es un ejemplo paradigmático. En concreto me mueven a escribir dos artículos: el primero de Lucía Etxebarria en El periódico  y el otro en El Huffingtonpost de Yolanda Domínguez, artista.

Se trata de una mujer que se viste como le da la gana y que gana un montón de euros, por hacer lo que le gusta. Y eso les escandaliza como mujeres y como feministas. El escándalo que mueve a las autoras es inmarcesible. Se escandalizan y no saben por qué, no saben dónde poner la crítica ¿en el vestido? ¿en la chica? porque están cansadas de decir que una mujer puede ponerse lo que quiera y que nadie puede juzgarla. ¿Quiénes son ellas para meterse con Cristina Pedroche y su traje de fiesta/baño? 

Como no pueden arremeter contra ella disparan contra el hombre que sale vestido a su lado o contra la empresa (ambos opresores en el imaginario marxista-feminista). 

Pero no es un caso fácil de opresion 'heteropatrialcal'. Porque lo que están diciendo es que una mujer semidesnuda es un objeto-propiedad-de-un-hombre y eso es muy grave en una sociedad en que se desnudan voluntariamente muchísimas mujeres y "muestran sus encantos" quienes así apetecen, como y cuando quieren; tan  libre y voluntariamente como Cristina Pedroche ¿Son todas las mujeres que enseñan parte de su cuerpo víctimas del heteropatriarcado? ¿Son todas esclavas? Porque también se dice esto de las que van con burka. Estaríamos ante un hecho terrible donde las mujeres que enseñan y las que no son esclavas del machismo.

Y es que el problema no está en las mujeres, el problema está en La Tele. No en la cadena, no en la empresa ni por supuesto en el hombre que viste elegante. En el concepto de La Tele. La misma que da de comer a Cristina Pedroche y, en parte, a las dos sesudas analistas: Etxebarría y Domínguez. 

El falso debate versaría sobre si es posible una televisión en la que no ocurriesen estas cosas... Pero si no hubiese mujeres desnudas saldrían las feministas a ponerlas (véase años 70). Si no hay censura no hay otra televisión posible, porque La Tele es un aparato que lanza imágenes que tienen que atraer la atención de mayoría, de la audiencia, y la mayoría es, por definición vulgar. A los hombres y a las mujeres vulgares les gusta la belleza sexuada de las mujeres (y de los hombres). No podemos luchar contra eso. Por eso la publicidad busca modelos con alto contenido erótico, solo porque eso gusta, atrae, acerca. La desnudez en las mujeres bellas gusta tanto a los hombres como a las mujeres.  

Además el propio medio lleva a lo superficial, a la mirada, a la corporeidad más que a la espiritualidad, como es lógico. Se trata de atraer, atrapar a la audiencia y eso solo se hace de manera zafia. La televisión de calidad es un oxímoron.

La belleza superficial femenina -decía- atrae a ambos sexos. A los hombres por el contenido sexual, la sexualidad del hombre es visual. A las mujeres por una idealización de su propio cuerpo. Lucía quiere ser como la Pedroche (eso deja ver en su artículo), aunque tiene el cuerpo de Lucía. Por eso se hace fotos semidesnuda y participa en entrevistas como la de esta de la foto.

No es posible otra cosa. La ley de las audiencias impide la elegancia, es La Tele la que manda, la que busca atraer, sorprender, estimular lo más bajo del ser humano. Cada cadena tiene su pedroche, su desnudez, su incitación a la lujuria disfrazada de originalidad, belleza o modernidad. Simplemente porque la lujuria es forma en la que el vulgo interpreta la belleza.

"yo me  sentí incómoda y ofendida al ver a Cristina Pedroche"

Todas las mujeres (y hombres) quieren sentirse miradas y admiradas por su belleza y esto es muy difícil porque la verdadera belleza es cosa de muy pocos y es pasajera. Entonces tenemos dos opciones: o atraer por la elegancia, es decir, por ser una persona plena que destaca por ella misma; o por la vulgaridad. Y como la elegancia es inaccesible para la mayoría es la vulgaridad la que triunfa mayoritariamente. El mostrar el cuerpo por entregas hace las veces de la belleza: iguala y permite que cualquiera pueda ser mirada con deseo. Da igual que seas fea, gorda o vieja: muestra un gran canalillo, una minifalda, un hombro o un ombligo y serás mirada, quizá con ardientes deseos, en todo caso serás visible. 

 "Es símbolo de una España zafia, grosera, rancia, inculta y sexista"


Pero claro, las miradas se pagan: una mujer que muestra su cuerpo está lanzando un mensaje (a veces inconsciente) que indica que solo puede ser valorada por su cuerpo y no por sí misma, es decir, que apuesta por lo vulgar y no por la elegancia. Se prepara para la cosificación. 

Que esto se haga en La Tele no es nada del otro mundo, es lo que hacen millones de españolas a diario. Que a la mayoría les guste es algo natural: lo vulgar es lo mayoritario ¿dónde está el problema?  ¿No éramos demócratas? ¿Votamos a ver qué quieren los españoles si a Pedroche o a Etxebarria? No hay que votar, hay audiencias.

Claro que aunque el pueblo (la audiencia) lo pida no podemos cosificar. ¡¡¡Sí, el problema está en la cosificación!!!, claro, claro... por eso no queremos cosificar a las mujeres y las tratamos con respeto, las valoramos como personas ¿verdad? aquí nadie quiere acostarse con nadie que no conozca y nadie valora a las mujeres por su cuerpo. Sobre todo la gente 'de izquierdas'. Los progres jamás se acuestan con una mujer por deporte, nunca. Nunca se fijan en los respetables cuerpos de sus iguales. Nunca. Y las feministas nunca nunca muestran escotes pronunciados ni minifaldas para atraer miradas de saldo... si lo hacen es "para sentirse bien". En fin. Feliz 2017.


Post Post. Editando la entrada he visto que el texto de Lucía Etxebarría es un plagio y que la autora es Carlota Miranda. Curioso que aún descubierta no haya retirado el plagio de Facebook y siga haciéndolo pasar por suyo, ganando fama de buena escritora, comentarios y visitas, como si lo fuese. De todos modos el artículo de Carlota es mucho mejor. Lo que aporta Lucía es de pésimo gusto como la comparación que hace entre el vestido y un niño vendiendo condones (¿?):
"Llamarnos machistas o retrógradas porque nos molestó la imagen de Cristina Pedroche en Nochevieja sería como llamarnos retrógradas y poco avanzadas si se utilizara la imagen de un menor de edad anunciando condones en la tele" [sic]

Que una escritora plagie un artículo hace sospechar de toda su obra. Es la corrupción mayor del oficio.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Podemos

Imagen de Periodista Digital


Jorge Verstrynge me contaba en el contexto del curso de Liderazgo que estábamos preparando para la Universidad Complutense cómo hizo para convertir a Alianza Popular (que era un partido con el 6% de los votos)  en un partido con posibilidad de tocar poder. 

La estrategia es la que se conoce como "Guerra Total", y consiste que que cada miembro del partido, cada sección, cada recurso, se movilice durante el periodo NO electoral como si se fuese a votar mañana. Hay que estar todos los días en los medios, en las redes sociales, en la calle por una cosa u otra. Hay que tener imaginación para hacerlo. Hay que inventarse un debate, hablar de cualquier cosa, decir que te gusta la música clásica o los Rollings, ir al fútbol. Lo que sea. También vale meterse con el Papa o cometer alguna falta. Decir que van a fusilar a todos. O decir que van a cerrar los conventos. Insultar o usar lenguaje inapropiado. La cosa es estar. Salir por La Tele. Y sobre todo seleccionar a los voceros de la derecha que apoyarán a Podemos con sus réplicas.

Así tenemos a Intereconomía, a la 13TV, a El Mundo y La Razón atacando todo el día a Podemos y colaborando en su ascenso. No hay día que abra mi Facebook y me encuentre tres o cuatro amigos indignados con las cosas que hace esta formación*.

Y el efecto que se logra es evidente: aparece como posibilidad de gobierno. Hasta Esperanza Aguirre les dice: "cuando ustedes gobiernen (...) lo que van a hacer es...". Y es entonces el éxito del vendedor: cuando logra que su cliente imagine que ya ha comprado. En política solo tiene posibilidades de tomar el poder el partido que logre que mucha gente lo imagine gobernando, y no sienta miedo.

Lo que quiere Podemos es un absurdo, una dictadura comunista en la Europa comunitaria tiene muy poca cabida, y menos en plena recuperación económica, con las amenazas de Rusia y del Islam.... Pero fieles al lema del capitalismo: "pase lo que pase, nunca pasa nada", todos esperamos que se lo coma el sistema, como siempre se ha comido a sus depredadores. Aunque a mi me da que no va a ser así de fácil... y quizá los servicios secretos tengan que simular un accidente, como ya lo han hecho otras veces. 


* Fíjense, siguiendo los enlaces, que no hay noticia, es decir, que solo son declaraciones contra declaraciones, palabras, sin datos.