viernes, 26 de abril de 2019

Mi voto a Vox




Vaya por delante que yo no creo en los partidos ni en la democracia representativa, estaría más de acuerdo con un sistema de sorteo, como en la Grecia clásica, que permite que cualquiera con una sólida formación y una conducta ética impecable sea elegido mediante sorteo con un cleroterión informatizado o mediante una democracia estocástica o un sistema de democracia directa con representación territorial y sectorial. 

Cualquier cosa menos un sistema de partidos, que por su propia naturaleza tiende a la corrupción y a la creación artificial de ideologías que justifiquen una falsa rivalidad política. De hecho no suelo votar excepto cuando aparece un aspirante con posibilidades que pueda romper el sistema de partido único (PP y PSOE son dos marcas de una misma entidad llamada Gobierno) que hemos sufrido y que ha hecho tanto daño a España, con su ley electoral, su disciplina de voto, sus privilegios, alternancias y latrocinios.  

Así, desde que dejé de votar a opciones extraparlamentarias, cuando descubrí que no sirve para nada, casi nunca voto, y solo he utilizado mi voto para romper el sistema. Cuando aparece una nota discordante, alguien al que todos los medios y partidos atacan yo apoyo, así a lo largo de los años he votado a Ruiz Mateos, a Europa por la vida, al GIL, a UPyD y a Ciudadanos. Evidentemente no tengo nada con ellos, solo lo hice para tirar una piedra contra el partido único. Sé que esta confesión es escandalosa para muchos, pero allá ellos, votar no es un asunto moral, ni el voto supone compartir la cosmovisión del partido, votar es votar contra alguien.

Cuento esto porque por fin esa nota discordante parece que va a ser mayoritaria (es decir, que una mayoría empiezan a pensar lo que pensaba yo hace veinte años, cosa que no está mal) y eso me mueve a escribir esto, puesto que ahora sí podemos tener de nuevo democracia y cambiar el régimen de partido único.

Voto a Vox, entre otras cosas, porque no tiene ideología. Vox es un movimiento que plantea la recuperación de la convivencia entre los españoles, cosa que creo que es muy necesaria porque no se ha roto solo en Cataluña, sino en toda España por las imposiciones ideológicas del PP-PSOE. Durante todo este tiempo han creado un entramado de corrupción monumental, no solo de corrupción económica, que eso es perdonable y subsanable (metiendo a los corruptos en la cárcel y presentando a nuevos candidatos que serán los corruptos del mañana), sino también de corrupción de la política, creando redes enormes de intereses, de puertas giratorias, sueldos y pensiones vitalicias, despachos, coches oficiales, burocracia, asesores amiguetes, asociaciones y fundaciones que viven solo del erario público.

Pero la peor corrupción es la corrupción ideológica, que es un error imperdonable, porque va a generar problemas que van a costar muchos años corregir: alimentar con fondos públicos y permitir el desarrollo de las ideologías totalitarias como son el nacionalismo, la ideología de género (el feminismo marxista, el homosexualismo), el multiculturalismo, el mundialismo y la cultura de la muerte.

A base de alimentar a los cachorros han ido creciendo, con más o menos éxito, y han llegado a ser ya parte de la ideología del Estado. En Cataluña y en el País Vasco están gobernando los nacionalistas y han crecido lo suficiente como para ser uno de los mayores problemas de España, pero lo son también las otras ideologías totalitarias han llegado, de manera transversal a todo el Estado. 

Desde arriba los poderosos han manipulado a la gente para que veamos “normal” lo que no lo es por naturaleza. No es normal que haya diferencias en un Estado por territorios, no es normal que haya leyes que protejan y amparen a grupos por su sexo o sus preferencias sexuales, no es normal que se imponga un relato histórico desde el Estado, o que el Estado adopte una ideología o una pedagogía. Y es del todo anormal que los medios de comunicación, la educación, el cine y las editoriales estén en manos de unos pocos con relaciones lícitas o ilícitas con los políticos.

Urge desmontar toda esta anormalidad política que ha impregnado toda la vida social y crear de nuevo un Estado aconfesional. Vox –por ahora– representa un movimiento capaz de plantarle cara a este robo del Estado a todos los españoles.

Vox no tiene ideología porque en Vox, pese a los calificativos y etiquetas de los medios del poder (que están copados por personas que comulgan con las ideas totalitarias), conviven distintas ideas, sociologías y percepciones que se agrupan bajo el epígrafe de racionalidad: españoles de bien que lo que quieren es la vuelta a la normalidad de la convivencia y que se unen para defender su nación. La convivencia no es el pensamiento único, al contrario, es la posibilidad de hablar de todo, de plantearlo todo, de tener desavenencias políticas, diferencias de criterio, pero con el principio básico de respeto a la libertad y sobre todo de respeto a la verdad, principio que las teorías de género, el nacionalismo o el feminismo radical no pueden compartir porque tienen una verdad a priori y la quieren imponer al pueblo de cualquier manera.

Y además es el momento. Es el momento porque el giro que ha dado la legislación española en los últimos años es peligroso. Ya han puesto multas las administraciones del PP de Madrid por disentir de una ley de género, ya obligan a enseñar con perspectiva de género en los colegios y se exigen informes de género hasta para cambiar un banco de lugar. Vamos camino de un Estado que bajo el delito de odio no se pueda hablar de muchísimas cosas. Por cierto, no entiendo el delito de odio, ¡odiar no puede ser delito! Es en todo caso pecado, pero ¿delito? Solo un Estado totalitario puede plantear una serie de anatemas contra la libertad de expresión: “si dices que los homosexuales se pueden curar, anathema sit!”; “si piensas o dices que la violencia de género no existe: anathema sit!”; “si dices o piensas que Franco hizo pantanos: anathema sit”; “si dices o piensas que el islam es una religión de odio: anathema sit” (y fatua). Y junto a la ley –o por la existencia de la ley– surgen miles de escandalizados en redes sociales y televisiones pseudoestatales que ponen el grito en el cielo.

Creo que hay una línea directa entre el movimiento (espontáneo) de hartazgo del 15 de marzo de 2011 y el éxito de Vox. Podemos quiso capitalizar el 15M para acabar defraudando y creando un partido comunista al uso. El otro intento fue el éxito, fugaz, de Ciudadanos, que surge con un discurso anticorrupción y antiestado pero que su discurso se fue desinflando al convertirse en partido de (migajas) de gobierno. Auguro su disolución tras el 28 de abril.

Sigue por tanto España, desde el 15 de marzo de 2011, anhelando un cambio radical en la vida de las personas y Vox coge el relevo con un discurso fresco de renovación profunda de las bases de la convivencia y de la libertad. El reactivo ya no es la corrupción, sino el desencanto de la política y la defensa de la nación frente a la declaración de independencia de Cataluña. Veremos cómo Vox sigue subiendo y cómo se convierte en partido y después... no sé, podemos ver cómo cae o cómo hace una esa revolución pendiente.

La revolución consiste en devolver la soberanía al pueblo español, que está compuesto de personas que quieren las cosas normales de la vida: poder trabajar, no tener excesivos impuestos que les empobrezcan, poder casarse, tener hijos, una economía saneada, una vejez asegurada, la mejor salud posible y la libertad para decir lo que uno quiera y donde quiera, sin que un grupo de descerebrados nos quieran imponer sus quimeras ideológicas producto de los innumerables traumas que genera una vida vacía y sin horizonte. 

La revolución es volver a la cordura, a la mesura, a la racionalidad, a la verdad. Poder decir, sin miedo a ser multado o linchado virtualmente las verdades sencillas y naturales, con libertad de educación, de cátedra, de expresión.

El discurso de Vox con el que han logrado movilizar el voto de millones de españoles, y el mío, es el siguiente:

1.  El independentismo periférico. 
2.  La ideología de género 

3.  La igualdad entre hombres y mujeres 
4.  El Islam y la inmigración ilegal

1. El independentismo periférico

El independentismo catalán es quizá el más claro ejemplo de ruptura de la convivencia entre españoles desde la guerra civil. Independientemente de las fantochadas de los políticos catalanes en sus lamentables actos del 1º de octubre, que ya se dirimen en la Audiencia Nacional, el mayor problema es que políticos, asociaciones, educación y medios de comunicación han polarizado la sociedad catalana creando una falsa separación entre dos bandos irreconciliables. Bandos que no tienen ningún sentido puesto que realmente no hay ningún problema en Cataluña distinto al de una casta política que ha ido creando el conflicto desde arriba, con ingeniería social, con el dinero de todos y el beneplácito de los dos grandes partidos del bipartidismo español.

Los presidentes del Gobierno de España, todos, han ido creado el problema poco a poco, parecían desconocer que el nacionalismo es una ideología que nace en el siglo XIX para dividir Europa sobre la raza y la lengua. El nacionalismo nos trajo las dos grandes guerras mundiales en Europa, y guarda en sí mismo la semilla del odio, de la discordia. No tiene perdón que se haya dejado crecer como si fuese una ideología inocua, cuando ha dejado miles de asesinados.

Vox llega porque es necesaria una revolución en la forma de tratar el independentismo. No se puede luchar contra esta ideología queriendo aplacarla con la ley, o pretendiendo comprar tiempo con dinero público. La única forma es reducir, proscribir, aplastar y prohibir (por este orden) el separatismo y el nacionalismo. Y no hay otra salida, porque los dos bandos son una creación del poder y solo el poder puede dar la vuelta a la situación. El sistema de autonomías, que es carísimo, si sirve al totalitarismo debe ser abolido, o modificado de tal forma que no sea un problema y sí una solución.


2. Ideología de género 

Tampoco se puede hablar de homosexualidad sin que salten chispas entre ciudadanos de todo el mundo, y es también un enfrentamiento artificial. Años de alimentar con dinero público a estudiosos de género nos han llevado a pensar que tener tendencia homosexuales es lo mismo que tenerlas heterosexuales, es decir, que no hay diferencia. Y la hay. 

Como muestra de hasta dónde llega esta ideología tenemos el interrogatorio que le hacen al papa en La Sexta se muestra cómo el miedo ha llegado hasta el Vaticano, el miedo a decir (lo que debe pensar) que la conducta homosexual es intrínsecamente mala:

Comienza el interrogatorio con una acusación directa del periodista inquisidor: “Usted ha dicho «no soy quien para juzgar a un homosexual»", a lo que el papa acusado contesta “las tendencias no son pecado”. Pero el inquisidor de La Sexta no está satisfecho y continua… "en otra ocasión dijo que si tenían unos padres un hijo homosexual «se puede hacer cosas con la psiquiatría»", cosa que ataca directamente al dogma, y el inquisidor quería una confesión completa, insiste, pero el papa y le matiza lanzando balones fuera: “Nunca se echa del hogar a una persona porque tenga tendencia homosexual y yo estaba explicando eso, pero hice una distinción, otra cosa es cuando la persona es muy joven, muy pequeña y empieza a mostrar síntomas raros… ahí conviene ir… y yo dije psiquiatra, pero no, [me refería] a un profesional, a un psicólogo”.

Pero el presentador ha oído una blasfemia: “ha hablado de rareza, ha  hablado de los hijos vienen como vienen, no sé si usted ve una rareza en que un hijo sea homosexual”. Aquí el Santo Padre se encuentra acorralado, tiene por un lado la doctrina de la Iglesia que apoyándose en la Sagrada Escritura dice que son “depravaciones graves”, la Tradición, “actos intrínsecamente desordenados” y además (por si fuera poco) son "contrarios a la ley natural". Dejando claro el Catecismo que “No pueden recibir aprobación en ningún caso”, y por otro no quiere bajo ningún concepto ser acusado de "homófobo".

Hace una pausa, piensa, suda y coloca el juicio negativo sobre la homosexualidad no es no pensamiento, sino en una hipotética familia: "para una familia es raro. Se escandalizan" y deja claro que “no estoy haciendo un juicio de valor, estoy haciendo un análisis fenomenológico”.



Con este trozo de entrevista vemos a todo un papa que le cuesta horrores decir que objetivamente la homosexualidad no es buena, en fin. Una muestra de hasta dónde se introduce la ideología.

Pero la ideología de género es mucho más que el blanqueamiento de las tendencias homosexuales, es una visión global de cualquier relación sexual y por extensión sobre toda relación humana, puesto que la perspectiva de género proviene de una sexualización de toda relación social, como cuando el marxismo planteaba que todas las relaciones estaban basadas en la lucha de clases, ahora parece que están basadas en la lucha de "géneros". 

La ideología de género dice –en líneas generales– que no se nace hombre o mujer, que luego se le asigna a cada uno un sexo de manera artificial de acuerdo a los caracteres sexuales visibles y que después cada uno elige su género (ya no su sexo) sobre sus apetencias sexuales. Así si un hombre dice que es mujer todos los demás debemos ser tolerantes con esta voluntad cambiante y tratarle como mujer, bajo pena de cárcel o de multa, y el Estado corre a certificarlo en el Registro Civil. Como si el Estado pudiese decidir qué es lo verdadero, lo real. 

No hace falta decir que esto es, además de estúpido, rotundamente falso: la voluntad no cambia la realidad. Y por eso es una ideología y no una teoría o un paradigma científico, pero además es una ideología falsa y –además de falsa– es perniciosa para la sociedad en la que se inserta y solo puede servir para enfrentar, dividir y romper la convivencia.

La ideología de género es transversal en toda acción de Gobierno desde la época de Aznar, que fue el primero en regar con fondos públicos esta planta exógena invasiva. Aunque el primero en convertirla en Confesión Oficial del Estado fue Zapatero con la genial idea de “ampliar derechos”. Aunque en un Estado democrático el Gobierno no puede dar ni quitar derechos, no está legitimado para ello, entró todo el mundo en el debate que dividió a la población. Unos muy contentos y la mayoría muy enfadados (y silenciados), mientras los medios mostraban normalidad, como si fuese lo más natural del mundo que dos hombres tengan un libro de familia y puedan adoptar niños o acceder a una pensión de viudedad. Y quien dijese, o pensase, que esto era un timo a la ciudadanía, anathema sit, homófobo y punto.

La heterosexualidad es la condición natural del ser humano, el ser humano como todos los animales sexuados tiene una tendencia natural hacia el otro sexo y esto garantiza la perpetuidad de la especie, si no fuese así ya nos habríamos extinguido hace cientos de años. Tomando en cuenta sólo la segunda naturaleza, olvidándonos de la biología y entrando en la antropología, podemos entender que la felicidad del ser humano está en el desarrollo pleno de su personalidad y esto se hace, o mayoritariamente (98%) se hace, buscando la complementariedad con el otro sexo, con la creación de una familia, la educación de unos hijos y la vida en común del matrimonio.

Lo propio es que el Estado cuide a la familia, porque de ella depende su continuidad como pueblo, por el contrario, las uniones homosexuales no aportan nada bueno al Estado, son cuestiones, por tanto, privadas y nadie tiene que meterse en la intimidad de nadie. Si dos hombres quieren vivir juntos, pueden hacerlo, pueden donarse mutuamente sus bienes, hacer testamento recíproco, están en su derecho, pero el Estado no debe meterse ahí.

3.  La igualdad entre hombres y mujeres 

En este apartado hay poco que decir distinto al anterior, se trata de la misma ideología de género. La Constitución nos dice claramente que no puede haber discriminación por razones de sexo, raza, religión, etcétera. Realmente no hay conflicto, ya que hay igualdad en todos los sentidos, pero eso a la postmodernidad, a la postverdad, le da igual. 

Como no hay problema, como la igualdad de oportunidades es patente, se buscan cuatro líneas de trabajo que solo pueden crear artificialmente un conflicto irresoluble: (1) la modificación de la historia para “visibilizar” a las mujeres, (2) la modificación del lenguaje para que sea inclusivo elimine los “micromachismos” y (3) la superprotección estatal del “colectivo” de las mujeres dándoles privilegios como cuotas, obligación de que toda asociación acepte tanto a hombres como a mujeres y (4) las leyes que hacen que la palabra de las mujeres valga más que la de los hombres en cuestiones de violencia.

Junto a estas reivindicaciones absurdas tenemos una que no pertenece al feminismo, que pertenece a otra ideología, pero que se cuela como derechos de las mujeres. Me refiero al tema del aborto. No veo la razón por la cual una mujer puede matar al hijo que ha concebido con un hombre. ¿Cómo puede tener más derecho ella sobre lo que ha necesitado la concurrencia de él? 

En todo caso que haya o no aborto no aporta nada positivo a las mujeres, el hecho de que les ofrezca el Estado la posibilidad a ellas de matar a su propio hijo lo único que hace es crear una injusticia con el niño concebido y no nacido, pero sí crea otro problema, porque matar a los hijos va contra la naturaleza humana y nunca podrá ser algo inocuo. El conflicto social estará siempre sobre la mesa sobre todo cuando cada día en España 200 mujeres acaban con sus hijos, cada día 200 españoles son despedazados, en cinco días igualan a las víctimas de ETA y en uno solo a las del 11 de marzo. 

Vox propone la revisión de la ley del aborto en busca del aborto cero, no plantea la total anulación, pero sí la reducción paulatina de este elevado número de dramas diarios y también propone la abolición de las leyes que privilegian a las mujeres restando derechos a los hombres y la eliminación de subvenciones a la ideología de género. Aunque fuese solo por esto habrá ya que votarles.

4.  El Islam y la inmigración ilegal

Por el Islam también tenemos ciertos problemas para comunicarnos entre españoles, sacar el tema del Islam o  el de los refugiados, es un tabú que descalifica a quien proponga una revisión de la postura oficial del Estado ante el islam.

En este asunto la demagogia está a flor de piel, por un lado está el discurso progre que nos dice que hay que acoger a todo el mundo sin mirar a quién, que los musulmanes son todos buenos, que no hay ningún problema con ellos. Sí lo hay, y el problema es que no solo no se adaptan a nuestra cultura, sino que algunos nos han declarado la guerra. 

Algunos proponen la solución infantil de abrir las fronteras (aunque es imposible porque las fronteras nuestras lo son de la Unión Europea), aunque fuese legal es absurdo abrirlas. Si retiramos a nuestros guardias fronterizos y las vallas, lo que tendríamos en poco tiempo es una masa de miles (millones) de personas entrando todos los días y acampando a sus anchas por parques y jardines buscando qué comer. Realmente no tendría sentido y crearíamos un problema más en España. 

La postura de los gobiernos es también un poco ridícula e hipócrita. Tenemos fronteras pero las abrimos un poco, para que entren ilegalmente algunos, los más avispados para saltarse la ley. Y una vez que vienen, pagando a las mafias, jugándose la vida, ya todo gratis: sanidad, educación, comida y vestido.

Volviendo al Islam tenemos otro problema: junto con la inmigración africana nos vienen, en el mismo lote, seguidores radicales de Mahoma que han declarado la guerra a Occidente. Claro que decir esto es islamofobia, o sea, que no se puede decir sin que seamos anatematizados.

Lo correcto sería mirar con lupa a la inmigración islámica, esto es tan de lógica que llamar xenófobo o racista, o islamófobo a quien lo plantee es de imbéciles, pero un país enfermo hace estas tonterías. Es más lógico que nuestro país entre una filtrada inmigración de cultura católica cómo puede ser la de Hispanoamérica preferiblemente a la que viene de países de mayoría musulmana, cómo pueden ser Marruecos, Siria, Argelia o Libia. 



Por último una de las batallas de Vox es la protección de nuestras tradiciones, de nuestro modo de vivir católico. La religión mayoritaria, por ahora, en España, debe seguir siéndolo y con la llegada de Vox se paralizaría la equiparación de otras religiones con la católica. No es que esto sea importante, ya que el sentir del pueblo español es católico en todas sus manifestaciones: bautizos, Navidad, Semana Santa, santos, patrones, etc. pero es fruto de esta ideología multiculturalista dar importancia a religiones exógenas para contrarrestar la nuestra. Así se eliminan capillas en pro de "espacios ecuménicos", o se felicita el ramadán y no la pascua, se introduce la religión islámica en el sistema educativo a la vez que se quiere quitar la religión católica en la escuela.

En definitiva, la opción de Vox es la única que garantiza la libertad y la unidad de los españoles y por estos puntos y por algunos más yo votaré a Vox.