miércoles, 28 de agosto de 2013

La tercera guerra mundial


Aunque parezca que me salgo de mis temas habituales no lo voy a hacer demasiado, porque lo que me importa de este conflicto no es decantarme por uno o por otro, realmente no tengo favoritos en la zona, o dicho de otro modo creo que son tan criminales los opositores rebeldes como los gobernantes golpistas. Me interesan los malabares dialécticos que tienen que hacer en Occidente unos y otros para justificar su apuesta por un bando en un escenario de locura absoluta y falta de realidad.

Este verano estamos asistiendo a un espectáculo dialéctico de lo más interesante, los demócratas liberales tienen que apoyar un Golpe de Estado para evitar que el islam (real) se haga con el poder; los "rojillos sin fronteras" -esos ninis del pañuelo palestino-, tienen que ver a cientos de niños gaseados y apoyar al criminal ejército que los mató, simplemente porque Rusia y China lo apoyan y porque defendiendo a los criminales atacas, de algún modo, a Estados Unidos e Israel.

Vemos a Obama (que no es Bush) muy serio pidiendo pruebas a los expertos de la ONU mientras los niños muertos se apilan sobre su escritorio. Rusia jugando al pío pío que yo no he sido para lograr con ello energía barata o vender algún arsenal mortífero. Pakistán al fondo con la bomba atómica, cuarenta muertos al día en Irak, Irán apuntando a Israel, etc. etc. 

Y mientras el mundo democrático aplaudiendo a un ejército golpista en Egipto que juzga al ahora "dictador Mubarak" (el que era hasta hace bien poco "presidente Mubarak" y había garantizado la seguridad de millones de viajes de turistas occidentales) por haber acabado con los cabecillas de los Hermanos Musulmanes, que habían obtenido el poder democráticamente...

Todos estamos viendo una serie de movimientos dialécticos que en el fondo esconden una verdad tremenda: la democracia no es compatible con el Islam, porque cuando llega el Islam al poder en cualquier territorio extermina a toda la oposición e impone su ley sobre todos, ley que elimina los derechos a la libertad religiosa (con las dictaduras "laicas" en Irak y en Egipto quedaban grupos cristianos, ahora ya no queda nada) y somete a las mujeres a una vida de segunda, elimina a los homosexuales y mata o expulsa a las religiones cristianas presentes en la zona. Y eso sin hablar del antisemitismo, las lapidaciones o los castigos corporales.

Y para colmo el fantasma de lo políticamente correcto hace sospechoso este discurso mío que apunta como enemigo de la razón, la paz y la libertad al Islam. Y hay que hablar a continuación de esa entelequia que se llama "islam bueno" o "islam democrático"; pues bien, no solo es una entelequia, sino que también es un oxímoron.

Yo creo que no puede existir en este mundo eso que llaman islam democrático. Existe tanto como el nazismo bueno, es decir, no existe en absoluto o, de existir, no lo hace como una idea política, sino como un ideal de vida de una o varias personas aisladas. 

En pequeñas comunidades, sin oposición, puede existir paz y reinar el amor... tal y como reinaba en el refugio de montaña donde Hitler pasaba sus vacaciones o en la casa de Goebels en Navidad; pero eso no es ni el verdadero nazismo ni el verdadero islam porque no son políticos. Ambos son una fe que sirve a la política.  

El islam, el que creó Mahoma es religión y política, y lo uno no se entiende sin lo otro. Lo que quiso el islam desde el principio, lo que quería Mahoma, era un proyecto político-militar apoyado en una religión, un proyecto geoestratégico: quería dominar Medina, y luego la Meca y luego el espacio intermedio, y los reinos vecinos.... Algo así como el nazismo inicial, que quería en un principio compartir el poder para luego hacerse con todo el poder de Alemania y más tarde de toda Europa.

Con los criterios occidentales de bien y mal, que no son otros que los cristianos, plasmados en los derechos humanos, es imposible aceptar como válido un grupo religioso-político o político-religioso que en su naturaleza religiosa o ideológica lleve inserto el control total del Estado, porque esto elimina la disidencia y lleva al fanatismo por el camino más rápido: la acumulación de poder. 

En Siria y en el resto del mundo habrá paz cuando se identifique al enemigo correctamente y se le neutralice para siempre, como se está pidiendo desde hace años: con una guerra total y sin cuartel.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Autonomía Universitaria



Después de haber escrito sobre la Autonomía como deficiencia he de defender la autonomía universitaria, que no es ni mucho menos una deficiencia, más bien su salud.

La autonomía es una deficiencia en seres de encuentro, en seres nacidos para la reunión comunitaria, como somos los humanos. Sin embargo, en instituciones que sirven a la comunidad es deseable porque es la única manera de desarrollar correctamente su tarea. 

La única autonomía aceptable es la que sirve a la cohesión. Es buena la autonomía cuando se trata de trabajar por el bien común para evitar injerencias interesadas en la toma de decisiones. 

Por ejemplo, es necesario que los jueces estén tan blindados del poder que como a un juez se le oiga pronunciar una sola palabra en favor de un partido político, sindicato, grupo empresarial, termine fulminantemente su carrera. Y por supuesto la forma de elección, la composición de sus órganos, los reglamentos internos. deberían estar plenamente preservada de injerencias políticas, empresariales, etc. A los jueces, por ejemplo, les prohibiría votar o hablar de política en público o en privado y recibir un solo euro de alguna instancia distinta al Estado, cazar o tener amigos metidos en política. No pasa nada, esa supresión selectiva de las libertades es voluntaria, porque a nadie se le obliga a ser juez. El que tenga amigos en la política que se dedique a otra cosa.

La autonomía de los jueces es deseable porque gracias a ella podemos estar tranquilos todos, porque es una pieza más de un puzle completo que permite una mayor unidad de los ciudadanos con sus instituciones.

La autonomía también es deseable para la Iglesia frente al Estado. La Iglesia debe autofinanciarse para que su discurso nunca esté condicionado por el Estado. El Estado no debe entrar para nada en la jurisdicción interna de la Iglesia, en sus asociaciones, en sus colegios, monasterios etc., porque si hay compadreo entre Iglesia y Estado uno de los dos cae en manos del otro. 

Para mi gusto retiraría los crucifijos de los juramentos de cargos públicos. No pintan nada porque presuponen algo que es falso: la unidad entre la Iglesia y el Estado, que en otro tiempo se dio, pero ya no, y son un símbolo mancillado en ese espacio, testigo del perjurio constante. Pero la religión debe ocupar todos los espacios de la vida pública, no los del Estado, sino los de la comunidad. En esta línea los crucifijos en las aulas de la Universidad sobran, basta el rey y el cartel de prohibido fumar, pero no suprimiría las capillas de las universidades porque gestionadas por la Iglesia dan un servicio de capellanía imprescindible para que toda la universidad funcione.

Y -por último- una línea a la autonomía universitaria, que da título y es motivo de esta entrada: la universidad tiene su fin propio y ayuda a las familias, a las empresas, a las sociedades con su modo peculiar de transmitir el conocimiento y generar nuevas formas de conocimiento. La universidad sabe regirse, sabe dónde tiene que ir y por qué y para qué está, por lo tanto todo lo que puede hacer una autoridad no universitaria en la universidad es frenar el desarrollo normal de la misma, impedir su crecimiento y buscar su ruina recibiendo mandatos distintos a los que dan su naturaleza, creando atajos en las carreras profesionales, generando nuevas titulaciones adaptadas al mercado, creando grados de oficios técnicos, mercantilizando el sistema, degenerando la autoridad del profesor, vendiendo como importante lo meramente instrumental (convenios con empresas o universidades, bilingüísmo, etc.), dejándose fiscalizar por las Agencias Estatales de control, etc., etc.

La autonomía universitaria exige que cualquier universidad, pública o privada, tenga pleno poder decisorio sobre qué, cómo, cuándo y por qué se estudia Y sobre todo tiene claro que ella y solo ella selecciona a sus profesores y alumnos. Lo otro está muy extendido, pero es corrupción.

miércoles, 14 de agosto de 2013

La autonomía es una deficiencia


La autonomía es una deficiencia, y convertir en ideal de vida llegar a ser un deficiente es un problema mental. Aún así está de moda, ¡qué le vamos a hacer! eso de ser autónomo, cuando lo propio de los humanos es que las normas no nos las demos a nosotros mismos, sino que las compartamos, las vivamos experimentándolas con los otros. El pobre que se da las normas a sí mismo, sin tener que consultar con nadie, es un pobre fracasado, un ser sin hogar (nunca un "sin techo", traducción pésima de homeless).

Nos han puesto durante años los medios de comunicación la idea del hombre hecho a sí mismo, el hombre que se basta, que no tiene relación con nada. Y nos lo han vendido como una idea de salud mental: nada de grandes pasiones, de devociones, de amores fuertes. Todo líquido, suave, superficial. El hombre autónomo moral, económica y afectivamente es el ideal burgués, kantiano y/o masón, pero la autonomía personal o política es una falsedad. No es posible, y si lo fuese, no es deseable. 

No es deseable que el hombre viva solo, que se haga a sí mismo, que no le deba nada a nadie. No es natural. El ser humano está diseñado para la comunicación y sólo crece en el intercambio, por lo tanto, el ideal ilustrado de autonomía moral es realmente una llamada a la destrucción o al suicidio. 

Y lo mismo ocurre con los pueblos: cuando los pueblos les da por la autonomía se suicidan, se destruyen; porque lo propio de los pueblos es la intercomunicación, la comunicación de las ideas. Digamos que cuando todo andaba bien en España lanzábamos nuestra cultura a todo el mundo; cuando lo perdimos todo en 1898, se creció Sabino Arana y creó el nacionalismo español, que ha matado desde entonces.


miércoles, 7 de agosto de 2013

El Miedo a la Libertad


El Miedo a la libertad. Así se titulaba un libro de Erich Fromm que durante la carrera leí dos veces y nunca entendí, o no me dijo nada, a pesar de que tuvo mucho éxito y era muy citado, yo no lo conseguí. De las tesis del libro no recuerdo nada, y sospecho que no es más que un título acertado, como aquél de Weber de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, que con sólo leer bien el título ya no es necesario leer el texto.

Da igual el libro, porque lo que importa de este libro es el título, que da que pensar: ¿Quién tiene miedo a la libertad? Realmente todos, los que mandan y los que obedecen. Pero con la libertad tenemos un dilema: ni nos gusta ni queremos anularla. Nos gusta la lucha por mantenerla, el despliegue progresivo de la misma y la sensación constante de perderla y ganarla en cada decisión. No queremos un mundo sin libertad, pero cuando la tenemos rápidamente ponemos límites y nos entra el miedo y generamos mecanismos para anularla.

Y es que, como en tantos problemas modernos, esconde uno de esos falsos dilemas de los que habla el profesor López Quintás: a la verdadera libertad nadie le tiene miedo, a lo que tenemos miedo es al mal uso del libre albedrío, que elimina la auténtica libertad. 

Cuando alguien tiene un miedo enfermizo a la libertad es porque cree que con libertad llegará algo peor que teniendo las cosas "bien atadas", y sólo las suelta por impotencia, cuando ya no puede retenerlas. Está claro que el que piensa que las cosas degeneran sin su protección ha elegido la visión del mundo pesimista: "todos son malos, y cuando vemos a alguien que se comporta bien es porque no puede hacer el mal", en el fondo la idea de la izquierda que presupone que toda acción moral es farisaica y que en realidad si no hay leyes fuertes, si no tenemos a todo el mundo vigilado, tarde o temprano aflora la injusticia y la violencia. 

Esta visión pesimista se retroalimenta con su propia acción, porque los espíritus libres siempre rompen sus cadenas. Tarde o temprano las cosas que deben ser libres se van o se mueren en las manos de su captor. Es ley de vida. Por lo tanto lo inteligente no es intentar acaparar, sino poner las bases adecuadas para que las cosas no se salgan de madre cuando tengan que salir, y esas bases no son otras que la educación en la responsabilidad y crear los ambientes adecuados. 

El miedo a la libertad en una sociedad surgirá si las personas no han sido educadas en la responsabilidad, es decir, en el uso correcto de la libertad. Pero no basta la educación, el ambiente debe ser propicio. Si la mayor parte de las personas están bien educadas será cuestión de que los gobernantes ideen en unas pocas normas para que la cosa pública funcione, más o menos. Si no lo están... por más normas que tengamos siempre serán insuficientes.

Pongamos otro ejemplo del ámbito privado: el conflicto entre padres e hijos durante la adolescencia. Es evidentemente una lucha sobre dos concepciones de la realidad, quizá las dos equivocadas; el adolescente piensa que es mejor de lo que es, que es capaz de hacer lo que se propone, que no hay peligros en la vida, que es responsable. El adulto piensa que el adolescente es un niño, que no puede hacer nada solo, que sin su ayuda se moriría, que es un irresponsable.

De esta confusión nace efectivamente el conflicto total, donde ambas partes se exigen lo que no pueden darse y se reduce la relación, quedando una caricatura de lo que debería ser. El miedo a la libertad aquí lo muestran los padres por un lado, que son incapaces de dejar al hijo vía libre y el hijo, que no es capaz de afrontar su propia vida sin la protección (material) de los padres. 

Lo mismo ocurre con las empresas, cuando llega un inepto al mando y tiene una concepción negativa del ser humano lo que procura es vigilar hasta la saciedad: se controla quién va a trabajar, a qué hora, cuánto tiempo está. Se ponen cámaras, se controla el correo electrónico, se crea un ambiente en el que el "chivato" puede ser cualquiera, se plantean despidos en masa, etc.

El miedo a la libertad es cuestión que hay que superar: las personas son responsables en su gran mayoría, estamos bien hechos; lo que hay que crear es estructuras y normas que permitan el desarrollo de la verdadera libertad.