miércoles, 21 de agosto de 2013

Autonomía Universitaria



Después de haber escrito sobre la Autonomía como deficiencia he de defender la autonomía universitaria, que no es ni mucho menos una deficiencia, más bien su salud.

La autonomía es una deficiencia en seres de encuentro, en seres nacidos para la reunión comunitaria, como somos los humanos. Sin embargo, en instituciones que sirven a la comunidad es deseable porque es la única manera de desarrollar correctamente su tarea. 

La única autonomía aceptable es la que sirve a la cohesión. Es buena la autonomía cuando se trata de trabajar por el bien común para evitar injerencias interesadas en la toma de decisiones. 

Por ejemplo, es necesario que los jueces estén tan blindados del poder que como a un juez se le oiga pronunciar una sola palabra en favor de un partido político, sindicato, grupo empresarial, termine fulminantemente su carrera. Y por supuesto la forma de elección, la composición de sus órganos, los reglamentos internos. deberían estar plenamente preservada de injerencias políticas, empresariales, etc. A los jueces, por ejemplo, les prohibiría votar o hablar de política en público o en privado y recibir un solo euro de alguna instancia distinta al Estado, cazar o tener amigos metidos en política. No pasa nada, esa supresión selectiva de las libertades es voluntaria, porque a nadie se le obliga a ser juez. El que tenga amigos en la política que se dedique a otra cosa.

La autonomía de los jueces es deseable porque gracias a ella podemos estar tranquilos todos, porque es una pieza más de un puzle completo que permite una mayor unidad de los ciudadanos con sus instituciones.

La autonomía también es deseable para la Iglesia frente al Estado. La Iglesia debe autofinanciarse para que su discurso nunca esté condicionado por el Estado. El Estado no debe entrar para nada en la jurisdicción interna de la Iglesia, en sus asociaciones, en sus colegios, monasterios etc., porque si hay compadreo entre Iglesia y Estado uno de los dos cae en manos del otro. 

Para mi gusto retiraría los crucifijos de los juramentos de cargos públicos. No pintan nada porque presuponen algo que es falso: la unidad entre la Iglesia y el Estado, que en otro tiempo se dio, pero ya no, y son un símbolo mancillado en ese espacio, testigo del perjurio constante. Pero la religión debe ocupar todos los espacios de la vida pública, no los del Estado, sino los de la comunidad. En esta línea los crucifijos en las aulas de la Universidad sobran, basta el rey y el cartel de prohibido fumar, pero no suprimiría las capillas de las universidades porque gestionadas por la Iglesia dan un servicio de capellanía imprescindible para que toda la universidad funcione.

Y -por último- una línea a la autonomía universitaria, que da título y es motivo de esta entrada: la universidad tiene su fin propio y ayuda a las familias, a las empresas, a las sociedades con su modo peculiar de transmitir el conocimiento y generar nuevas formas de conocimiento. La universidad sabe regirse, sabe dónde tiene que ir y por qué y para qué está, por lo tanto todo lo que puede hacer una autoridad no universitaria en la universidad es frenar el desarrollo normal de la misma, impedir su crecimiento y buscar su ruina recibiendo mandatos distintos a los que dan su naturaleza, creando atajos en las carreras profesionales, generando nuevas titulaciones adaptadas al mercado, creando grados de oficios técnicos, mercantilizando el sistema, degenerando la autoridad del profesor, vendiendo como importante lo meramente instrumental (convenios con empresas o universidades, bilingüísmo, etc.), dejándose fiscalizar por las Agencias Estatales de control, etc., etc.

La autonomía universitaria exige que cualquier universidad, pública o privada, tenga pleno poder decisorio sobre qué, cómo, cuándo y por qué se estudia Y sobre todo tiene claro que ella y solo ella selecciona a sus profesores y alumnos. Lo otro está muy extendido, pero es corrupción.

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