martes, 26 de febrero de 2013

Ciberidiotas



¡¡¡¡Cuánta indignación y cuánto solidario!!! ¡¡¡Con la que está cayendo!!!

Hartito me tienen los que quieren imponer la censura previa en Twitter, y les encantaría poder hacerlo en la vida real. Les encantaría poder callar a todo el que no "piense" como ellos. 

Digo "piense" entre comillas porque eso de Twitter más que pensar es retuitear trozos de pensamientos. Twitter usado por la política es el lema de antaño, la canción, la idea suelta convertida en piedra insultante o halagadora del líder. La idea retiuiteable es consigna, pintada, grito... Esto de partir el pensamiento en trozos es vieja práctica de los totalitarismos. Cuando se carece de pensamiento lógico, esto es racional, articulado, riguroso, a uno le basta con retuitear pensamientos y queda de maravilla entre los propios.

Uno de los peligros de Twitter es precisamente esto, que sirve de altavoz a esas cabezas que decía Machado que embisten y no piensan, 

Es gracioso cómo se ponen de farruquitos cuando les atacas a alguno de sus dogmas o ideas-fuerza. Aparecen miles de  cibertontos, refugiados en el anonimato de sus habitaciones que en vez de estudiar y convertirse en señores respetables se dedican a vaguear por la red, a ver el fútbol, la música, a leer-se a sí mismo duplicado en clones retuiteados y retuitentes.

Su ego se inflama cuando tres colegas (followers) retuitean una ordinariez. Aspirantes a ciberperroflautas dedicados al juego del enfrentamiento de pacotilla con tientes marxistas. (Si Marx levantara la cabeza se moriría al ver la caterva de tontunos burguesitos que le nombran jugando a la guerra civil pero desde casa). Obreretes de coche tuneado, de Iphone5 robado, de zapatillas de 500 euros, esos de la última fila del instituto público de un pueblo de Andalucía. 

Quejicas. Llorones que cuando el Estado les daba de todo aquí nadie movía un dedo, los que en vez de buscar trabajo, montar empresas o estar estudiando están calentitos en sus cuartos esperando la cena y montando la revolución subvencionada y televisada.

Y atacando. Atacando a todo el que no llore como ellos. De la manera más fea y más baja. Porque ellos -en el ciberespacio- no tienen educación. Y la culpa la tengo yo. Claro.

La culpa la tenemos todos, nunca ellos. La culpa Bush y Aznar, Franco, Hitler y el Papa.

Y ellos nada. Nada de nada. Si suspenden, por los recortes. Si se quedan sin trabajo no es por su pésima formación ni por no ir tres lunes al trabajo por la resaca que tenían, ni por meter la mano en la caja.... No, es por Acebes, Esperanza Aguirre y Sánchez Dragó.

Sus presuposiciones: que todos les tenemos que dar de comer, de beber y que tenemos que pagarles la tarifa plana del Delfin de Orange. Y la tele de plasma para ver el fútbol, la música, la bebida y algo más

¡¡¡Pobrecitos desarrapados del sistema!!!  

Calimeros que nadie les hace caso y tienen que emigrar como Paco Martínez Soria. Pues ¡que se vayan! Y que se queden aquí los que estén dispuestos a trabajar, a buscarse la vida, a estudiar. 

lunes, 25 de febrero de 2013

Virtudes universitarias



..."la educación permite a los hombres tener una visión clara y consciente de sus propios juicios y opiniones, desarrollarlos con veracidad, expresarlos con elocuencia y reivindicarlos con energía. Le permite no dejarse distraer ni confundir por lo irrelevante, y finalmente lo habilita para ocupar cualquier puesto con garantías y para dominar fácilmente cualquier materia..." (Newman)

La universidad sólo puede calar en las personas que posean las virtudes que Aristóteles llamaba intelectuales. Es el trabajo de los bachilleratos el lograr crear en los alumnos esas virtudes básicas sin las cuales el paso por la universidad es una inútil pérdida de tiempo y dinero, a la par que molesto para los universitarios y perjudicial para el conjunto de la nación.

Estas virtudes universitarias pueden ser disposiciones del espíritu en su grado ínfimo, pero al menos deben existir como germen para que la interacción entre persona y universidad dé resultados óptimos:

1. A la universidad se viene a aprender. Si usted ya viene aprendido quédese en casa. No se pone en duda la palabra del profesor hasta que no se sabe lo suficiente como para poder pensar por sí mismo. Lo que dicen los profesores universitarios es interesante en algún sentido que quizá a usted se ele escape. Si usted no lo capta es problema suyo.

Aunque esto - que es tan evidente, tan sencillo y tan de primero de primaria- se ponga en duda, no por eso vamos a ceder ni un poquito: los profesores universitarios somos los que conocemos, conservamos y transmitimos el saber. Y no la televisión. Y no los culturetas de los debates amañados. Y no los periodistas. Y tampoco los profesores de secundaria o de primaria. Y mucho menos los actores y faranduleros.

En las cuestiones que afectan a la cultura académica sólo tiene voz quien ha recibido la antorcha de la tradición, y esta la puede obtener de libros académicos o de profesores universitarios. Por ello sobre lo que dice un profesor cuando habla ex cátedra (valga la comparación) es verdad y solo tenemos derecho a opinar DESDE la tradición, nunca desde las opiniones. Las opiniones, que tanto se han empeñado en salvaguardar los relativistas, no valen nada, no son nada, no sirven para nada.

(Sí, sí. Tus opiniones sobre todo lo que opinas, sobre este artículo, sobre la última película, etc. no son más que palabrería sin sentido).

2. La otra de las grandes cualidades que debe tener el alumno universitario es la inteligencia: no se puede venir a la universidad si uno no es capaz de una mirada más amplia, más completa, más limpia que el vecino del quinto, el panadero o el lechero. Si uno no tiene la disposición del espíritu a ser y parecer inteligente no debe ir a la universidad, debe ser lechero o panadero, que son profesiones muy dignas y mejor pagadas en muchos casos que las universitarias. 

(Pero no vaya a vender leche sin la disposición para ello....) 

Los que se jactan de su poca inteligencia, de su poca cultura, de su precaria preparación deben salir escopetados de la universidad.

Como saben, la inteligencia es una cuestión de visión: si usted no es capaz de ver en un texto, en una imagen o en un argumento más allá de lo meramente objetivo… si no es capaz de reconocer un símbolo, una metáfora… si no es capaz de entender nada de verdad. Debe abandonar los estudios universitarios.



viernes, 15 de febrero de 2013

La burbuja

Cuando todo anda patasarriba, como ahora, y nada parece ser estable surge la tentación de la burbuja: aislarse del mundo, vivir como si esto de la civilización no fuese con nosotros, como si el mundo pudiese prescindir de nuestras aportaciones. O como si la sociedad "ya" no tuviese nada que aportarnos.

Este pensamiento, liberal, parte de la absurda teoría del contrato social. El individuo, dicen, es como si hubiese firmado un contrato de prestación de servicios con la sociedad, que le convierte en ciudadano, que le obliga. Esto, que a pesar de oirlo una y otra vez en bocas eruditas, no es más que una simplonería que no lleva a ninguna parte buena. ¿Cómo vamos a haber firmado un contrato? Realmente el ser humano es social por naturaleza y no necesita un contrato que le dé dignidad ni nada por el estilo; es un ser social, y por lo tanto no puede ni firmarse ni romperse tal contrato.

A lo único que podemos aspirar es a retirarnos. Cada día hay más personas sin ataduras que "huyen del mundanal ruido y siguen la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido", es verdad. Cada día hay más gente que puede escapar de todo y se puede fugar lejos, a una isla desierta, a una finca en el campo, a un espacio lejano donde se hacen los dueños y señores, donde pueden gestionar su tiempo en busca de un final más o menos tranquilo. Algunos incluso siguen teniendo vínculos con el mundo, pero vienen al mundo de los mortales a hacer encargos, a firmar cosas, a sacar dinero y a volverse a su paraíso terrenal.

Ernst Jünger dibujó desde la Segunda Guerra Mundial, unas cuantas figuras que mucho tienen que ver con esta huída o "emboscadura": el trabajador, el emboscado, el anarca son ejemplos de figuras que van aislándose desde un elemento social y de colectivo (el soldado y el trabajador de los años treinta) a un sentir individualista y totalmente alejado del mundo de la hermandad y de la lucha, que vive en la segunda mitad del XX.

El anarca juengeriano es precisamente el que logra salirse del todo, vivir sin normas, sin leyes, sin patrias ni banderas. Alguien que evidentemente tiene que tener mucho dinero para gestionarse su libertad: debe pagarse su sanidad, su seguridad, su "bienestar". Es el hombre que ha roto con el contrato social. Que es más liberal que los liberales.

Es una tentación: huir del mundo y vivir en la naturaleza, dedicados a las cosas importantes de la vida pero con las posibilidades de la tecnología. En Eumeswill creo recordar que Jünger habla de ello.  Pero es inmoral, antinatural.

La burbuja sólo tiene sentido si es germen y espacio de difusión de una idea; sólo si se tiene presente al mundo; sólo si el emboscado vive en el mundo de los trascendentales; sólo si se trata de un ensayo de nueva sociedad... es decir, sólo tiene sentido salirse dle mundo si es para mejorarlo desde fuera, siendo modelo o siendo experimento de una sociedad futura.

lunes, 4 de febrero de 2013

Trías, Bárcenas y Garzón a los altares


Nunca me ha gustado la gente que una vez fuera sale a decir lo que deberían hacer los de dentro. Si es tan malo no haber participado de la fiesta. Si está todo tan sucio, tan mal, tan podrido... ¿por qué no lo denunciaste/arreglaste desde dentro? ¿O el ánimo no es la denuncia sino la venganza? Mucho me temo que detrás de las denuncias de los traidores está el resentimiento por haber sido apartado.

La cosa viene de lejos, parece:


    -¿Sabes en qué veo que las comiste de tres a tres?
    -En que comía yo dos a dos y callabas.

Pues eso. Que si callabas era porque comías y ahora que no puedes, ¿protestas?

Deberían los periodistas callar entonces. Debería el otro partido también callar. Y permitir todos que la corrupción sea denunciada por los no corruptos.

¿Cómo es posible que en toda la historia de la democracia no haya habido ni un miembro de un partido o gobierno, ni un concejal, que por amor a su patria o a su pueblo, o a su partido  haya denunciado al ladrón? No. Aquí todos hablan cuando salen y no son aupados.  

Empezaré a creer a políticos y financieros cuando lo denuncien desde dentro. Cuando se está haciendo, para evitar que se haga más y -preferiblemente- en el poder.  Sólo tiene sentido la denuncia cuando al realizarse la sociedad queda mejor. Cuando se denuncia para hacer daño se está instrumentalizando la justicia. 

Y ahora salen las voces diciendo que no son todos, que los políticos son honrados, etc. Me da la impresión que es al revés: que aquí "lo normal" es ser político corrupto y que sólo alguno no lo es a costa de callar bajo amenaza. Porque si en los partidos se deja claro que cualquier síntoma de corrupción debe ser denunciado y denuncian habitualmente a sus compañeros... 

Si la norma es que el que no denuncia es expulsado... si es expulsado el jefe del corrupto en cada cargo que ostente... los mandos no perderían ojo.... 

Pero son todo declaraciones. Pactos. Acuerdos. Y mientras comiendo de tres en tres. 

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Les copio a continuación, dos artículos del Señor Trías que es posible que ilustre lo que digo, en negrita y en grande lo que resalto, los amigos, las intenciones de hacer daño al PP y bien al PSOE...:
 

¿Sombras o certezas?

21 de enero de 2013

Todo son lugares comunes pero nadie, ni desde el Gobierno o los partidos afectados, ha dado una explicación convincente de lo que está ocurriendo. Quizás, la vicepresidenta Santamaría: “A mí, que me registren”. Porque ella, y algún otro u otra ministra o ministro, sí que están limpios de polvo y paja. Este asunto viene de lejos y no se ha querido —porque se pudo— resolver. Ahora ya no es tiempo de lamentos sino de explicaciones. Y rápidas.

En la primera legislatura de Aznar, la VI, había una Comisión o Subcomisión en el Congreso a la que yo pertenecí en la que estaban el diputado socialista Fernández Marugán, Jaime Ignacio del Burgo y alguien más que no recuerdo. El escándalo Filesa, que tanto azuzó el PP —y Rato especialmente—, era aún un asunto muy cercano. Los socialistas lo habían pagado caro y Marugán, hombre cabal, barbado y honesto, era muy consciente de ello. Decidimos que había que modificar el sistema de financiación de los partidos políticos y la ley que lo regulaba.

Recuérdese que estaban permitidas entonces las donaciones anónimas. Así se financiaban, además de las asignaciones públicas, prácticamente todos los partidos, lo cual daba lugar a todo tipo de corruptelas, enjuagues y corrupciones. No fue posible entonces acabar con ese sistema. No se quiso poner el cascabel al gato. Y, desde luego, había gato encerrado. CiU, de quien dependía el PP para poder gobernar, se opuso rotundamente. Si mi memoria no me falla, las donaciones anónimas terminaron en la etapa de Zapatero, que no todo lo hizo mal, ni mucho menos ahora el PP, y especialmente su extesorero Luis Bárcenas —con quien he recorrido montañas, he tenido larguísimas conversaciones y a cuya amistad no renuncio sea cual sea su futuro—, están sometidos a un escrutinio lógico. Deben, pues, aclarar y explicar el sistema de financiación para que podamos creerles. Y la oposición, toda ella, debe también contar públicamente —el Partido Socialista especialmente— si usaban, así mismo, de esas malas prácticas.

Hace aproximadamente un año publiqué un artículo en este diario que tuvo una enorme repercusión en el que contaba algunas cosas que sabía por haber intentado ayudar al juez Pedreira, enfermo y sin medios materiales en el juzgado, que intentó realizar una investigación clara. Pudo a medias. En el PP sentó muy mal ese artículo mío. Afortunadamente, ahora, el juez número 5 de la Audiencia Nacional, Pablo Ruz, siguiendo la estela de lo que había iniciado su antecesor Baltasar Garzón, intenta aclarar el escándalo de la financiación del Partido Popular. Confiamos muchos en que ni la Fiscalía Anticorrupción ni el juez se arredrarán ante las presumibles presiones que van a sufrir. El fiscal general es hombre cabal y con arrestos, y el juez es hombre lento, pero seguro.

    Este asunto viene de lejos y no se ha querido (porque se pudo) resolver

¡Vaya historia!: el juez que inició la investigación, honrado en toda Hispanoamérica y en la Corte Penal Internacional, Baltasar Garzón, fue apartado y condenado por unas escuchas que, a mi juicio, fueron muy limitadas y estaban más que justificadas. Y el juez del Tribunal Superior de Justicia, Antonio Pedreira, quedó postrado en el lecho del dolor y olvidado. La dignidad tiene su precio. Pero la verdad se va abriendo paso.

Sigamos, pues, con lo que quiero decir. Al margen de lo que hagan los fiscales y jueces, el Partido Popular tiene que explicar con pelos y señales los medios con los que se financiaban. Francisco Álvarez-Cascos, ex secretario general; Ángel Acebes, excoordinador general; Javier Arenas y María Dolores de Cospedal, sucesivos secretarios generales del PP; líderes autonómicos afectados por este caso u otros; y, por supuesto, José María Aznar y Mariano Rajoy, presidentes sucesivos del PP, deben dar una explicación convincente. Por supuesto, también deben hacerlo Álvaro Lapuerta, Luis Bárcenas, otro tesorero cuyo nombre no recuerdo que le sucedió interinamente, Romay y la actual tesorera.

No podemos tener esa desagradable sensación de que fuimos ingenuamente engañados quienes les defendimos en medio del tornado. Ellos tienen los documentos o información suficiente. Llevaban esa contabilidad B, cuando la hubo, de las donaciones personificadas y de las anónimas —legales hasta hace unos cuatro o cinco años— y de a quiénes o a qué menesteres se destinaba ese dinero. No pueden esconderse ni mentir.

Y todos los destinatarios deberían hacer públicas sus declaraciones de renta para que la Agencia Tributaria determine si estaban declaradas. Y en el caso de que no lo hubiesen sido, y si incurrieron en un posible delito fiscal, que la Agencia Tributaria envíe el asunto al Juzgado numero 5 que, según parece, es indiscutiblemente el competente.

Por lo que yo pude saber, y ya conté en estas páginas de forma sucinta, sí se entregaban sobres con dinero en efectivo que servían como complemento del sueldo que percibían algunos dirigentes. Creo que la cantidad máxima eran unos 10.000 euros al mes o su equivalente en pesetas antes de la moneda única. De ahí hacia abajo se percibían cantidades menores, según los cargos y responsabilidad. La mayoría de diputados y dirigentes del PP no percibía nada de esas cantidades. Y es por ellos, y especialmente por quienes les votaron, por lo que deberían dar una explicación, tanto Cospedal como Rajoy, que son quienes ahora dirigen el partido.

Es posible que ellos acabasen con esas malas prácticas, es posible, pero también deberían explicar si al principio de sus mandatos respectivos percibieron alguna cantidad de esa opaca procedencia. En resumen: queremos saber la lista de donantes y la de receptores. Nos la deben quienes fueron nuestros dirigentes, amigos algunos de ellos, e incluso aquellos que, pase lo que pase, lo seguirán siendo.

Es posible que ninguno de los perceptores, si no hubiese declarado esas cantidades que recibían en metálico, haya incurrido en delito fiscal, pues la cuota posiblemente defraudada, por lo que yo conozco, no llega al límite del delito. Pero en cualquier caso el escándalo está servido y España y los españoles, tenemos derecho a conocer lo que se hizo con ese dinero público. Y Bárcenas, que tiene un buen abogado, debería explicar de dónde salía ese dinero y si las empresas que se acogieron a la amnistía fiscal eran suyas o de más personas, pues probablemente, y como consecuencia del generoso sueldo que cobraba, pueda tener una explicación que le aparte definitivamente del delito. Callar, a veces, es complicidad. Otra cosa son las responsabilidades políticas, que el PSOE, con Rubalcaba a la cabeza, debe pedir con firmeza y no con la boca chica como lo viene haciendo hasta ahora, pues da la sensación de que ellos también tienen algo que ocultar.

El sistema constitucional español es lo suficientemente fuerte para soportar una crisis política de esta magnitud. Hay personas muy cualificadas, tanto en el Gobierno, en el PP, y en el PSOE, para sustituir a quienes deban caer, con delito o sin delito, por este monumental escándalo. “Que cada palo aguante su vela”, afirmó la secretaria general, María Dolores de Cospedal. Efectivamente, y ella la segunda. Pues el primero que nos debe una explicación es el jefe del PP, Mariano Rajoy. Es una cuestión de patriotismo y de ejemplaridad, como diría el filósofo Javier Gomá. Y de honor. Si no creemos en quienes gobiernan la nación, ¿cómo podrán soportar los ciudadanos tantos sacrificios como se les están exigiendo?

Jorge Trías Sagnier es exdiputado del Partido Popular.

Cacería Judicial

17 de enero de 2012. El País

 En mayo de 2009, cuando el caso Gürtel ya había estallado y Antonio Pedreira, magistrado del Tribunal Superior de Madrid, se hizo cargo del caso, comenzaron a caer sobre su cabeza todo tipo de improperios acerca de su parcialidad. Su pecado es que había sido letrado del Ayuntamiento de Madrid en tiempos del alcalde socialista Juan Barranco, de quien era amigo. Yo también. Me sorprendió esa virulencia, pues recordaba que en alguna columna en las que hace años comentaba sentencias en Abc, había escrito elogiosamente sobre decisiones de asuntos polémicos y políticos de este juez, que había dado la razón unas veces a imputados del PP y otras del PSOE. Y entonces escribí sobre la imparcialidad del magistrado y afirmaba que el caso Gürtel creía que estaba en buenas manos y que al final resplandecería la verdad. No tenían, pues, nada que temer mis compañeros del PP que desconocían —o incluso habían denunciado— la trama corrupta, por mayor proximidad que hubiesen tenido con los encausados.

Al cabo de unas dos semanas recibí una llamada telefónica, “de su compañero Antonio Pedreira”. Ni se me ocurrió pensar que el “compañero” que me llamaba era el instructor. Cuando até los cabos me di cuenta enseguida de quién era. Me llamaba para darme las gracias por el artículo, algo poco habitual, y acabamos la conversación quedando para vernos. Una tarde me acerqué a su despacho, le llevé mi libro de poemas Desde la incertidumbre, que acababa de reeditarse, y La cocina de la Justicia, donde comentaba algunos casos muy singulares. Hablamos de la justicia en general, de la vida, de su enfermedad, de los escasos medios que tenía para investigar, y al final me preguntó si le podía ayudar. En suma, me pedía que transmitiese al PP, especialmente a Mariano Rajoy, que no dudasen de su imparcialidad, pero que no tratasen de enturbiar la labor investigadora, pues el caso se enredaría, politizándose más de la cuenta, como así ocurrió. Hablamos también del juez Garzón, ya que la causa venía de la Audiencia Nacional, de las escuchas, de la competencia, de Valencia y de todo un poco.

Rajoy me recibió enseguida y le expliqué lo que pensaba sobre el caso, y lo que yo haría si estuviese en su piel, dejando trabajar a la justicia. Entonces no conocía al principal imputado, Luis Bárcenas, cuya cabeza querían cortar a toda costa desde un lado y de otro de la bancada política, pues sabían que decapitando a Bárcenas, el tesorero nombrado por Rajoy, podía herirse de muerte al presidente del PP y jefe de la oposición entonces. Algunos de los “compañeros” de Rajoy desconocían su capacidad de resistencia y de que era capaz de doblarse, como los juncos, hasta que pasara el ciclón. Recuerdo que me enseñó un montón de diarios y me dijo que si tenía que fiarse de lo que ahí se decía no podría estar sentado en la silla donde estaba ni un minuto y que “cuando el viento sopla mal, lo único que se puede hacer es esperar que pase”.

Voy a ahorrarme los detalles del montón de entrevistas que tuve con Antonio Pedreira para ayudarle en su instrucción y darle mi opinión. Yo no estaba personado como abogado defensor de ninguno de los imputados y me pareció una buena ocasión para colaborar en esclarecer la verdad y de ayudar a un hombre bueno y enfermo que trataba de hacer su trabajo con competencia y honor. Enseguida me di cuenta de que dos personas iban a salir malparadas de este asunto. Por un lado, Luis Bárcenas, que además era senador, aunque dejó, junto con Merino, el escaño para no perjudicar a su partido. Me lo presentó mi amigo de la montaña y de la vida, ahora exsenador, Luis Fraga, y al final, después de tantas y tantas conversaciones, hemos acabado Luis y yo siendo amigos y subiendo —en mi caso tratando de subir— algunas cumbres juntos. Algo bueno tenía que tener todo esto. Y la otra víctima iba a ser Baltasar Garzón, el juez de la Audiencia Nacional que había osado mirar las finanzas del PP. Cuando comprobé por dónde iban los tiros, recordé la imposibilidad que tuvimos, siendo diputado, de modificar la ley de financiación de los partidos políticos ante la cerrazón de estos por abandonar las irregularidades y someterse a control. De esas irregularidades, la mayoría no delictivas, han vivido centenares de políticos a los que no les alcanzaban los sueldos míseros que percibían y la alta responsabilidad y representación que debían tener. Garzón, ¡qué osadía!, se había atrevido a mirar las cuentas de un partido.

El juez no debió de calcular sus fuerzas, y fue una buena ocasión para cargar contra él en una extraña alianza entre jueces y políticos para acabar con la “fama” de quien tanto odiaban. Unos por corporativismo y otros por meter las narices donde apestaba. Casi nadie salía en su defensa; y, al margen de sus errores y de las críticas, algunas acerbas, que yo mismo le había hecho, pensé que por encima de todo estaba la lealtad a la justicia. Cuando leí que se le pretendía imputar por el asunto de la memoria y del franquismo, pensé: se ha abierto la veda de una nueva cacería judicial. Y entonces salí en su defensa en una “tercera” en Abc que fue muy criticada y muy alabada por partes iguales. La suscribo hoy de la “a” a la “z”. Ante la desfachatez de esa causa y su poca consistencia, y como había encallado, se apuntó entonces al discutido y discutible tema de las escuchas. Sobre esta cuestión, que conocía bien pues yo fui una de las personas que colaboró con Carlos García Valdés, cuando era director general de Instituciones Penitenciarias, en tiempos del ministro Lavilla y del subsecretario Ortega y Díaz Ambrona, en la redacción de la primera ley orgánica de la democracia, la Ley General Penitenciaria, también me pronuncié en otras dos “terceras” de Abc, donde mantenía la misma tesis del magistrado Suárez Robledano, uno de los que avaló las escuchas, en el sentido siguiente: “Hay abogados que cooperan o se involucran en la continuidad de actividades delictivas”. Sentía mucho que un profesor, tan reputado y buen compañero y amigo, como Gonzalo Rodríguez Mourullo se encontrase en medio de este fuego cruzado, muy a pesar suyo; y que su honorabilidad hubiese sido puesta en duda, ya que no he conocido a abogado más honesto. Pero de ahí a que se instruyese una causa contra el juez que ordenó esas escuchas por prevaricación iba un abismo.

Para apuntalar la cacería se abrió un nuevo frente: la historia rocambolesca de la financiación irregular de actividades de Garzón en una universidad americana por el banco de Santander. Yo no conozco un solo juez o magistrado, de la instancia que sea, que no haya cobrado en cursos o conferencias financiadas por instituciones bancarias, compañías de seguros, fundaciones de partidos o despachos profesionales. Ni uno. Y no doy nombres e instituciones porque no resulta trascendente ni creo que afecte a la independencia de los jueces a la hora de juzgar. ¡Ah!, pero en el caso de Garzón sí resultaba trascendente. Y los mismos jueces que le tiraban las piedras eran los que escondían sus manos. Todo muy ejemplar. La cacería había comenzado y se usó todo tipo de argucias para que los tiros viniesen del puesto que más podía dañar la reputación del magistrado: su honorabilidad como juez, nada menos que haber vulnerado un derecho fundamental como es el secreto de las comunicaciones. Además, las otras dos causas no se sostenían en pie. La del franquismo, porque si hubiese sido condenado por ello le habrían convertido en un héroe. Y la segunda, la del dinero, porque se radiografiaron públicamente las cuentas de Garzón, de su mujer y de sus hijos hasta un detalle indecoroso e insufrible sin que nada irregular apareciese. Pero había que matar al lobo para calmar la rabia. Y la rabia estaba en la investigación de las finanzas populares.

Al final, el tesorero del PP fue exculpado, sin necesidad de juicio, con algún recurso que hay pendiente de resolución. Ya he escrito en otras ocasiones que en lo del caso Gürtel ni eran todos los que estaban, ni estaban todos los que eran. El día que este diario desveló que un conspicuo líder popular había cobrado minutas por varias decenas de miles de euros para autodefenderse, me escandalicé, hasta el punto que decidí pasar una minuta, por menor cantidad por supuesto, ya que al cabo yo no tenía incompatibilidad alguna y llevaba más de un año trabajando por amor al arte ayudando a mis compañeros de partido. Evidentemente no me pagaron nada y me dijeron que a mí nadie me había contratado, con lo cual tuve la excusa de salirme de este tema que me producía náuseas. Rajoy ganó hace unos meses por mayoría absoluta las elecciones y el extesorero ha podido demostrar su absoluta inocencia. Que yo sepa, y sé bastante, nadie del actual Gobierno tuvo que ver con esa historia, pero como dijo Rosa Díez en el debate de investidura, si no generalizada, la corrupción, o para ser más exactos, las corruptelas, están bastante extendidas entre los aledaños de la política. Al final, el que se ha sentado en el banquillo ha sido el juez Baltasar Garzón. ¿Es esto la justicia que tan hermosamente se describe en el Título VI de la Constitución? Si no fuera porque no tengo otro medio de vida que mi profesión, en la que ahorré poco y di mucho, mañana mismo colgaba la toga.

Jorge Trías Sagnier es abogado y exdiputado del PP

 En Apoyo a Garzón

 17 de enero de 2012. El País 

Vemos aquí cómo Iñaki Gabilondo da por hecho que en este país no hay justicia, que es todo un paripé, que es una patraña eso de la Justicia, porque si cree que un citar a declarar puede ser una vendeta alejada de toda justicia, cree también que todos y cada uno de los condenados o absueltos lo están por arbitrareidades.





viernes, 1 de febrero de 2013

El jefe tóxico


Mucho se ha escrito sobre los dos estilos de liderazgo: un liderazgo de 'ordeno y mando', antiguo, en desuso y un liderazgo basado en el encuentro y en el estilo más democrático de la sociedad.

Está claro que los dos modelos funcionan, de lo contrario uno de los dos dejaría de existir, y sin embargo persisten y -a mi juicio- convivirán eternamente. No es una cuestión progresiva porque, digan lo que digan los progres la humanidad no progresa en ideas, crece, entra en crisis, decrece y -cuando vuelven a darse las circunstancias- vuelven a florecer las ideas del pasado.

Está claro que de los dos estilos es el modelo democrático, conciliador, personalista el que tiene más seguidores teóricos y el que llena de presentaciones de Power Point los centros de negocios y las universidades. Pero, sin embargo, es el modelo del ordeno y mando el que más se lleva, el que más se estila.

Los dos modelos lo son de liderazgo, pero hoy no voy a hablar ni de uno ni de otro, sino de la corrupción del ordeno y mando: del 'jefe tóxico', el que se basa en el miedo:

1. Lo primero que hay que decir es que este modelo tiene origen teológico, es más: es la degeneración del orden natural instaurado por Dios, pero coloca en el lugar de Dios a un mediocre que lo intenta imitar.

No sólo cree que es mejor que los demás, sino que el jefe tóxico cree que es de una naturaleza distinta, y -por lo tanto- lo "natural" es que se respete el orden y se coloque a él todo lo arriba que necesite estar. Una vez arriba no ve a los demás, los demás son necesarios sólo para darle lo que necesita.

Maquiavelo tenía clara la idea de que el Príncipe era de una naturaleza distinta al pueblo, y que los hombres se podía decir que son "ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro"(Cap. XVII).

El jefe no tiene nada que ver con ellos, con los trabajadores, él es de otra casta y su trabajo consiste en hacérselo saber a todo el mundo.

2. Los primeros meses de mandato en a una nueva organización el jefe tóxico tiene un empeño, casi obsesivo, para que todos cumplan las leyes. Para eso no duda en ponerse a hacer normas que no son necesarias, simplemente para demostrar que existe, que él está allí, y que es apoyado por las "instancias superiores".

3. Las personas normales, ante la llegada de una persona con esas formas normalmente se callan, y aguantan en espera de mejores tiempos. Porque el jefe tóxico genera dos o tres cadáveres a su alrededor. Los que sobreviven piensan que el jefe tóxico durará poco y esperan que no les toque a ellos. Por eso se mantiene, porque la mayoría espera no ser la víctima inmolatoria que escarmiente a todos.

4. La mente enfermiza del jefe quiere entonces mandar sobre los que mandan, ser el que pone las normas y entonces prueba una maniobra un tanto curiosa: quiere hacer que las normas que le legitiman sean renovadas, para darle más poder, para dejar claro quinén manda.

5. Pero en seguida caen. La mayoría en el intento de rehacer la norma; los demás caen porque estos sistemas centroombliguistas son del todo nefastos para las organizaciones, para las haciendas y para las empresas y rápidamente empiezan a cantar los números, porque la productividad cae empicada cuando todas las energías se centran en no caer bajo la arbitrareidad del jefe.

6. Y además el  jefe tóxico no se entera, ha generado una corte de leales que le separan de la realidad. Cualquier asunto lo despachan sus leales, de manera que él nunca está para nadie. Así se forma una coraza. Curiosamente el jefe prefiere figurar como un "equipo", un "gabinete" y no como una sola persona. Porque de esa manera la responsabilidad del error está en la corte, y la de los aciertos en él.

7. Y tarde o temprano llega a tocar la hacienda de los demás, la tentación de la corrupción o el simple empobrecimiento de la organización hace que el jefe tóxico sea imposible de soportar y termina desapareciendo. 

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Pero ¿Por qué las organizaciones aguantan o admiten a un jefe tóxico? 


El jefe tóxico es necesario en tiempos de falta de liderazgo, de aburguesamiento, cuando la institución o la sociedad está saturada y llena de corrupción y mal hacer. Cuando nadie cumple la norma por norma. Es un mal necesario, un mal que debe durar lo justo para dar paso a un líder de verdad, porque si se mantiene en el poder pasado un tiempo termina hundiendo la institución.