martes, 21 de febrero de 2017

Ahora Madrid roba a "La gente"



EXPEDIENTE: xxx/xxxxxx
FECHA DE LA DENUNCIA: xx/xx/xxx     
LUGAR: M30 XC K 19,06
MATRÍCULA: xxxxx

Don Javier Borrego Gutiérrez, mayor de edad, con domicilio a los efectos en ---- Madrid y con D.N.I. núm. ----, comparece y.

EXPONE

PRIMERO.- Que he sido denunciado por el robot nº 00358552, (por infracción del artículo 76 a LSV/ 40 ORD. MOV), sancionado con multa de 100 euros.
SEGUNDO.- Que el supuesto hecho de la infracción consistía en ir a 7 km/h (¡SIETE!) más de lo permitido (70/77), un 10% de incremento de la velocidad y que en –caso de ser correcta la medición, como afirma Inés Sabanés en la carta que adjunta– la diferencia en cuanto a seguridad y control del vehículo en buenas condiciones climatológicas –como es el caso–, es mínima con esta variación, es imperceptible para el ojo humano y despreciable a efectos físicos. En todo caso nunca un incremento así supondría “gravedad, trascendencia, peligro potencial”, ni genera mayor peligro grave o trascendente para nadie el superar la velocidad en 7 km./h. Tampoco se ponen en riesgo los peatones porque saben muy bien que ahí no hay peatones.
TERCERO.- Que la sanción es desproporcionada, ya que me multan a razón de 14,29 € por kilómetro de más, lo que considero un atropello a mis derechos.

CUARTO.- Que tengo mis sospechas de que la única razón por la que recibo esta multa -junto con los 1000 madrileños más cada día, según el diario El Mundo (31/05/2016)- es la recaudación y que esta forma de lucrarse indebidamente de los ciudadanos ronda lo delictivo, inmoral y que constituye un ataque a la población en general sin precedentes. Además se da el agravante de que los que se lucran con este negocio son políticos que dicen hablar en nombre de “la gente” y no tienen lo que hay que tener para subir los impuestos, si hace falta, o recortar gastos; y que la utilización del tráfico para lucrarse indebida e indiscriminadamente a costa de los ciudadanos es reprobable moralmente.

QUINTO.- Que el incremento leve e imperceptible de velocidad fue necesario para garantizar la seguridad del tráfico, tanto del vehículo propio como del que iba detrás, subsanado en el momento en el que pasó el peligro, y que por tanto la sanción no tendría objeto de seguridad vial, solo recaudatoria.

Por todo ello

SOLICITA se admita el presente escrito y se declare la anulación de la sanción y motivo de la presente, dejando sin efecto la sanción propuesta.

En Madrid a 19 de febrero de 2017
 
 

Fdo. Javier Borrego Gutiérrez

jueves, 16 de febrero de 2017

El discurso de la unidad


El discurso de la unidad puede esconder el deseo de imponer una sola forma de mirar el mundo. Cuando alguien habla de unidad para llegar al poder casi siempre está diciendo es que quiere acabar con “los otros”.

La unidad es algo que no se predica, de hecho no puede buscarse, solo puede buscarse lo que logra la unidad, esto es, un proyecto común y trascendente. Otra manera es buscando el pasado: puede plantearse que en un tiempo mejor estábamos juntos; hicimos cosas grandes… y entonces plantear el futuro… ¿No recuerdas lo bien que lo pasábamos en el 15M? ¿Recuerdas lo maravilloso que fue el noviazgo? 

Tiene razón Pablo Iglesias (sin que sirva de precedente) en el mantra que repite constantemente cuando le hablan de si está o no a favor de la independencia del País Vasco y Cataluña: “con un gobierno de Podemos no querrían irse”, es decir, si se quieren ir es porque aquí, en España, no hay un proyecto de país, son todos corruptos, etá todo muy mal, etc., etc.

Lo que descubre Pablo Iglesias (o el genio que ideó ese mantra), es que los catalanes y los vascos que hoy quieren independizarse –que no son muchos– no querrían hacerlo si en España las cosas funcionasen bien. Los románticos que son capaces de renunciar a todo por la patria chica son muy pocos; la mayoría queremos vivir en un país que crezca, que tenga una proyección en el mundo y del que podamos sentirnos orgullosos.  

No se puede pedir la unidad para nada, para seguir en la mediocridad o para mandar uno en vez del otro. La unidad se solicita cuando hay que hacer algo, se dice “vamos todos juntos a allá”, “vamos a trabajar en esto”, etc. No tiene sentido juntar a la gente para no hacer nada y cuando eso pasa (quizá un líder carismático pueda hacerlo) esa unidad falsa dura muy poco o nada.

Quienes tenían el discurso de la unidad bien aprendido eran los primeros falangistas, los que vivieron entre el 34 y el 37 del siglo pasado. En su juramento –esto tiene mucho que ver con Podemos–, se decía: “Juro mantener sobre todas la idea de unidad, Unidad entre las tierras de España. Unidad entre las clases de España. Unidad en el hombre y entre los hombres de España”. Se llamaba a la unidad no para estar, sino para cumplir una misión histórica de España: una unidad para crecer juntos y tener una preponderancia en el mundo. No era un discurso vacío, ni se pensaba en llegar al poder para aniquilar a los disidentes, sino para hacerlos participar en una tarea común.

El discurso de la unidad es vacío sin esa tarea. Conozco al menos tres asociaciones que llaman a la unidad cuando una facción quiere imponerse sobre las otras. Y curiosamente se oye el mismo discurso en todas las facciones. Y cumplen: cuando llegan con la unidad, depuran a los otros.

Si no hay algo trascendente que justifique esa unidad es (además de vacío) un discurso falso, puesto que lo único que busca es justamente lo contrario: expulsar del grupo a quienes no se alineen en la facción correcta. Y esto es lo que le ha pasado recientemente a Podemos, ambos bandos, los socialistas y los comunistas, llamaban a la unidad, pero sin hacer referencia a la causa común por la que luchaban. Y cuando se pierde la causa común trascendente solo queda el poder y lo mundano, las luchas internas, las rencillas, las manías y el mobbing.

Si además de vacío y falso el discurso de la unidad se quiere mantener, se convierte en un discurso violento. Es como el desengañado del amor que quiere estar con ella y ella nones; entonces lo que hace es acosarla hasta la saciedad. No es no, que dijo un gran perdedor. Y cuando alguien se empeña en lograr la unidad por deseo de una parte, ignorando a la otra, la cosa termina mal, como parece que puede pasar en Cataluña si se sigue apelando a la unidad sin darles la opción de participar en algún proyecto común ilusionante.


Así que, consejos gratis:
  •     Nunca apele a la unidad por las buenas, la unidad es siempre unidad-para
  •     Nunca se presente a su público sin un discurso de futuro
  •     Si le dicen que no y no tiene nada que ofrecer, nada que ilusione, abandone
  •     Si dirige un país con separatistas ofrezca desde el centro un discurso integrador hacia el futuro
  •     Si dirige un país con separatistas  y no funciona el discurso integrador hacia el futuro, enseñe historia


lunes, 13 de febrero de 2017

¿Nos robarán los robots nuestros trabajos y nuestras parejas?


Con este título Innsite prepara su batalla de ideas el día 14 de febrero, día de San Valentín, un evento de de ideación colaborativa para pensar en común ciento veinte asistentes y ocho expertos. A mi me han invitado como experto en Antropología Filosófica... veremos qué sale de esto, seguro que grandes ideas. 


¿Nos robarán los robots nuestras parejas? ¿Serán una amenaza para nuestros trabajos? O lo que es lo mismo: ¿debemos tener miedo? ¿Aumentarán las desigualdades?



Digo que es lo mismo porque esta claro que lo que más desigualdad genera es la economía y el amor. Y la desigualdad genera frustración y miedo.



Yo diría que la mayoría de los humanos temen al cambio, y de hecho siempre se ha pronosticado que los cambios sociales y tecnológicos iban a producir daños irreparables. Desde las profecías de Malthus o Marx hasta los miedos generalizados a los microondas, a las radiaciones de los móviles o a los conservantes, cuando la realidad es que nuestra ciencia cada día nos hace vivir más y mejor y las crisis generan con el tiempo mejores condiciones de vida.  



El miedo a la pobreza y al desamor es una constante en la naturaleza humana, quizá sea un miedo fundado (nunca nos quieren ni somos tan ricos como queremos), pero ese miedo nos impide disfrutar del momento presente y de los cambios que se avecinan, la sobrepoblación, la entrada de las mujeres al mundo laboral, la amenaza de guerra nuclear, etc., etc., nos han dado miedo en el pasado y lo hemos podido superar, siempre con éxito.



En este caso los robots nos dan miedo por otra razón. Hay algo en la forma humana sin alma que da miedo, porque el ser humano está diseñado para reconocerse, y este reconocimiento lo hacemos por la forma, por la estética. De ahí que la literatura de terror idee formas humanas deshumanizadas que ya dan miedo de por sí: Frankenstein, vampiros, fantasmas, zombies y alienígenas parecen humanos y no lo son y de ahí su fuerza dramática incardinada en nuestra antropología.


Los robots son una amenaza doble. Por un lado son tecnología y ésta siempre tiene la posibilidad de usarse para el mal (ejércitos de robots, robots sexuales, robots indiscernibles de los humanos) y por otro, son antropoides que pueden encarnar una versión mejorada de lo humano. 

También pueden ser una ayuda y convertirse en nuestro sirvientes, tomando el papel que siempre de una forma u otra han tomado los esclavos. En todo caso es imposible comprender hoy día hasta dónde llegarán y sobre todo porque el desarrollo de los robots va acompañado de la sofisticación cada vez mayor de las tecnologías de la información. 


Por otro lado cuando pensamos en robots ayudados por la ciencia ficción, vemos seres 'superiores' sobre los que proyectamos todas nuestras esperanzas y nuestros miedos, de ahí el acertado título centrado en los dos sentimientos que más angustia generan: el amor y el dinero.



Los robots son citius, altius, fortius.... y por tanto asoma nuestro miedo a que éstos nos quiten lo que tenemos. En realidad es un miedo infantil, en nuestro interior tenemos siempre la idea de que hay otros, mejores que nosotros, que nos pueden arrebatar lo que tenemos, quizá nos vengan esos miedos de los hombres de naturaleza, cuando los recursos eran escasos porque la tecnología no daba mucho más que lo que daba la naturaleza de por sí.



En todo caso, desde la filosofía, que es mi campo, la aparición de robots plantea algunos interrogantes que debemos conocer y que afectan a nuestra autopercepción y a nuestra realidad:  


El primer grupo de ideas que vamos a tener que plantear va sobre la pregunta objeto de la antropología ¿Qué es el hombre?, ¿qué es la autoconciencia? En la película Trascendencia (2014, Wally Pfister) deja abierta la pregunta a si una máquina creada por nosotros puede o no tener alma. Curiosamente en un tiempo en el que el materialismo nos hace hacer una mueca cuando hablamos del alma en los humanos, los robots nos plantean de nuevo la existencia de la misma. Alma es autoconsciencia, racionalidad, inteligencia sobre realidad y -por lo tanto- trascendencia. 

¿Por tanto? Sí. La trascendencia no es solo inmortalidad, la trascendencia significa que algo no es de este mundo espaciotemporal. Es trascendente la belleza, la verdad, el bien, la unidad o el amor. 

La percepción de esta realidad hace que seamos trascendentes. Y hay ciertas dudas entre filósofos sobre qué se puede considerar trascendental; por ejemplo, para Hegel, la razón y la voluntad para Nietzsche o Schopenhauer. El mundo para Zubiri o el sujeto para Kant.   

Por buscar un denominador común, o algo que todo el mundo pueda entender, llamamos trascendental a lo que existe con independencia de la materia y la energía, es decir, lo que existe y solo el ser humano puede percibirlo. Sin ánimo de ser muy técnico tenemos que saber que no podemos pensar el mundo sin nosotros, porque nosotros ponemos en el mundo cosas que no estaban "antes", tales como el tiempo, la racionalidad, la organización, la belleza, la verdad o la bondad  (¿o sí estaban? ese es un debate entre realistas e idealistas). 

Ser trascendental significa simplemente no morir (solo muere lo que está en el espacio y el tiempo). Significa que como algo no es de este mundo no puede / quier morir. Por eso se queja Batty, el protagonista de Blade Runner (1982, Ridley Scott)

"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo; como lágrimas en la lluvia…, es hora de morir.”
Se queja, claro porque si realmente ha visto esas cosas que puede tildar de "maravillosas", entonces es un sujeto trascendente y por lo tanto no puede (debe) morir. Pero si -por el contrario- es una máquina, realmente no ve realidad, solo detecta señales que se interpretan en un complejo ordenador a las que se responde inteligentemente con apariencia de trascendencia.

La clave no está en el proceso perceptivo (los animales lo hacen igual) sino en el significado del procesamiento de la información. Un animal, o un robot ve lo que tiene programado en su instinto o en su disco duro. No ve más. No interpreta, no ve lo que a su instinto o a su programa no le interesa. Sin embargo un ser humano ve realidad, es decir, libre, racional, creativamente crea una realidad única en cada percepción. Por eso lo que hace un ser humano en su vida es crear un mundo, una realidad nueva e irrepetible, mientras que un robot, por muy sofisticado que sea, puede ver exactamente lo mismo que otro robot creado con el mismo código. 

Vean la diferencia, sutil, pero trascendental: nosotros creamos un mundo, los animales y los robots, viven en un mundo creado por nosotros. Un etólogo alemán Jakob Johann von Uexküll distingue entre el mundo de los animales, hacia dentro (Innenwelt) y hacia fuera (Umwelt), describiendo los organismos por la interacción entre ambos mundos, pues bien, en los animales el mundo interno coincide casi con el mundo externo, y en los humanos el exterior (Umwelt) es inabarcable.

Un animal, un robot, es solo un sistema de relación entre estos dos mundos, y por eso no puede tener trascendencia: sus interacciones -por decirlo de un modo sencillo- se quedan aquí, en la biosfera o en la tecnosfera (eso de la tecnosfera es algo que hay que desarrollar), mientras que la antroposfera está fuera del espacio y del tiempo, es trascendente.

Por eso la trascendencia no es una simulación, como en el caso de los robots y de los animales domésticos, es  en el hombre una realidad, una realidad constatable por la experiencia, eso sí, como todas las realidades constatables también puede ser simulada, sin que por ello podamos decir que es lo mismo. 

Por ejemplo, el amor se puede simular, y se puede simular muy bien, mejor casi que la realidad, pero la simulación no es el amor. Un artista puede recrear el amor en una obra de teatro y puede crear un diálogo, o un diálogo improvisado, en el que un espectador no pueda haciéndole preguntas, descubrir si se aman o si es una simulación. Un seductor puede simular amor y querer solo aprovecharse de su víctima. Este es el famoso test de Turing, que consiste en una simulación casi perfecta de la inteligencia humana. Unamuno, en una pequeña nivola, Cómo se hace una novela, (y también en Niebla) plantea un diálogo sobre la realidad de los personajes de ficción que los hace indiscernibles de la realidad natural.

El problema del alma por lo tanto no es un problema de simulación, es un problema de realidad, es un principio que nos permite crear la realidad y en ella introducir simulaciones de nuestra propia realidad. 

En la película The host (2013, Andrew Niccol), se plantea la trascendencia por partida doble: seres de otros mundos llegan a colonizar la tierra, pero viaja solo el alma y "colonizan" los planetas entrando en los cuerpos de los humanos. En el fondo captan bien qué es eso del alma: algo que hace ser un yo, con un mundo creado, que responde a patrones éticos, políticos (sociales) y estéticos. La trama se desarrolla cuando una mujer es colonizada pero su alma sobrevive y conviven durante un tiempo dos almas en un cuerpo.

En definitiva, el problema de la autoconciencia simulada de los robots puede engañarnos e incluso puede que queramos ser engañados y tratarlos como humanos para suplir carencias que los humanos tenemos.



La otra línea de pensamiento es la convivencia con robots, si en ellos podemos generar situaciones similares a las relaciones entre seres humanos. En forma de pregunta 


¿Sustituirán los robots a las personas queridas?


Aquí volvemos a los animales de compañía. Nadie podía imaginar hace tan solo 100 años que los animales de compañía iban a tener un estatus familiar casi al mismo nivel que los humanos. Esto de gastarnos dinero, vivir con animales en la misma casa, incluso en la misma cama; llevarlos al peluquero o al veterinario, etc. es algo nuevo, propio de la vida solitaria urbana, que escandalizaría a cualquiera de los habitantes del siglo XIX, aunque debe responder a algo propio de la naturaleza humana, de lo contrario no podría darse - como se da - de manera universal en nuestros días.

La razón no puede ser otra que la naturaleza difusiva del espíritu humano. Precisamente por lo anterior, porque el hombre vive en la realidad y se tiene que hacer su ser en relación con el mundo; el ser humano lo que va haciendo es ir como comiéndose el mundo. De hecho cuando vemos a un hombre sobrado que impone su poder sobre los demás y sobre las cosas decimos que se va a 'comer el mundo'. En realidad todos tenemos que ejercer de una forma u otra poder sobre la realidad que nos rodea. Los más modestos se conforman con influir en su pequeño mundo, creando espacios donde impregnar su ser personal, el hogar, o el escritorio del trabajo, sus amigos cercanos proponiendo criterios éticos y estéticos a los demás. 


El poder no es otra cosa que el deseo del ser humano de ampliar su círculo de expansión e influencia, impregnar el mundo de su manera particular de vivirlo, es decir, impregnar la gente, las cosas, los espacios y los tiempos de uno mismo.


Si nos detenemos en el proceso de crecimiento humano bajo esta óptica proceso de empoderamiento. Inicialmente el poder está mezclado con la madre la única categoría, pero según va creciendo va ocupando su espacio, va siendo res-ponsable, es decir, va sopesando el mundo y aceptándo unas cosas y rechazando otras. Al salir de la infancia los seres humanos pasamos por una etapa pésima que se llama adolescencia, una etapa de crisis que tarda años en superarse. Esta etapa empieza con la afirmación del yo (los preadolescentes pintan su nombre en todos los lados, queriendo afirmar su yo por encima del resto y tienen como una fijación en poner de manifiesto sus gustos, sus apetencias, sus nuevos descubrimientos en la vida. Por eso los adolescentes son tan celosos de su intimidad, su intimidad está en lucha con el mundo y por lo tanto tienen que preservarlo frente a todos los demás. 


Si pensamos en este proceso de empoderamiento con la realidad entenderemos con facilidad que lo que vamos haciendo poco a poco es dejar parte de nuestro ser en los objetos y en las personas cercanas y apropiarnos a la vez de las características de los demás. Por eso lanzamos nuestras características, pensamientos, estados de ánimo, etc. hacia los perros, los ordenadores, los coches y las personas cercanas. 


Toda cosa que pueda aceptar el posesivo (mi coche, mi caballo, mi mujer.. pero también mi Universidad, mi país, mi orgullo) es que de alguna manera tiene mis rasgos y mi ser en ella. 

Una personalidad formada, íntegra, completa, tiene autoconsciencia hasta el punto que conoce perfectamente sus límites y su capacidad de influir y dejarse influir. Por eso el amante verdadero sabe de sobra quién es y quién es su amante, no se funde, no se pierde en la otra persona, sino que ama y a la vez es persona completa. O por ser persona completa es capaz de amar y dejarse amar. 

El amor adolescente (o del inmaduro adulto) no conoce la diferencia y lo que hace es amarse en el otro: solo ama lo que logra convertir en él mismo, no es capaz del amor de donación. Por eso es muy fácil que ante la soledad total que vivimos el ser humano tienda a relacionarse inauténticamente con los demás, sin capacidad para crear relaciones eternas. En este caso, si vemos al otro como un mero medio para satisfacer fines egoístas (que pueden ser prácticos, físicos o psicológicos) ese otro es intercambiable y además debe ser manipulable... ¿Y qué mejor objeto de amor puede ser un perro? Pues sí, un robot, un robot programado para agradar, para satisfacer deseos, para servir... 

De este modo los robots no nos quitarán a nuestras parejas, pero sí serán parejas de quienes son, por falta de naturaleza, incapaces de amar. Si los animales creados a nuestra imagen por medio de la selección genética humana son ahora los depositarios de los secretos, los únicos que comprenden a algunos humanos, los seres más fieles, los que nunca fallan... entonces los robots, creados a imagen de nuestras mejores mascotas, pero con aspecto humano... serán sin duda el juguete preferido dentro de muy poco tiempo. Y estoy hablando solo del aspecto psicológico y emocional, sin entrar en otros terrenos muchísimo más difíciles.