viernes, 27 de noviembre de 2015

Europa, el cristianismo y Berdiaeff


La idea cristiana de la unidad ha presidido toda la historia de Occidente. Cualquiera de las facetas humanas de las que estamos más orgullosos es fruto de lo que el cristianismo ha realizado en el espíritu de barbarie. 

Los derechos humanos, la ciencia, la química, la física, la matemática, la biología, la tecnología, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la literatura, la democracia, el ecumenismo, la secularización, la libertad, la igualdad, la fraternidad, la caridad, la universalización, las universidades, la justicia, el comercio, etcétera, etcétera.

Basta ver los países islámicos, animistas o budistas cómo viven en un estado de letargo, de pobreza, de insalubridad y división. Y no es culpa de occidente, de la colonización y esas cosas. No, puesto que el cristianismo se extiende por países ricos y pobres, con riquezas naturales o sin ellas, con climas fríos y desérticos... y allí donde se implanta florece la medicina, el arte, la caridad. 

Berdiaeff lo vio claro: la religión auténtica es la que ha estado obrado en Europa a lo largo de los siglos en un doble movimiento: por un lado elimina paulatinamente la barbarie y la desigualdad social, por otro, actúa en cada hombre como una fuerza civilizadora interior. Al igual que el hombre de naturaleza recibe el espíritu y da comienzo al proceso de humanización desde dentro, el cristianismo actúa exactamente igual: desde dentro acaba con el hombre primitivo, tribal, nacionalista, y lo va convirtiendo, poco a poco, siglo a siglo, en un ser civilizado.

Pero vayamos al texto (¡escrito en 1924!): 

"A juzgar por numerosos síntomas, nos aproximamos a una nueva época histórica, a una época que se  parecería a la primera Edad Media, esa edad todavía oscura de los siglos VII, VIII Y IX que precedió el Renacimiento medieval. Y muchos de nosotros no pueden sino sentir afinidad con los últimos romanos. Es éste un noble sentimiento. ¿No se desperté algo semejante en la nueva alma cristiana de san Agustín cuando amenazaba a Roma el peligro de la irrupción del mundo bárbaro? Así, muchos de nosotros pueden considerarse a sí mismos como los últimos y fieles representantes de la vieja cultura cristiana de Europa, amenazada por muy grandes peligros exteriores e interiores. 

A lo largo de esta época de barbarie nueva, aunque civilizada, que nosotros presentimos, será urgente llevar la luz inextinguible como otrora fue llevada por la Iglesia cristiana. Sólo en el cristianismo se revela y se conserva la imagen dél hombre, el rostro del hombre. El cristianismo ha librado al hombre de los demonios de la naturaleza que lo desgarraban en el universo pagano; me refiero a la demonolatría. Sólo la Redención cristiana ha dado al hombre el poder para erguirse y, espiritualmente, mantenerse derecho; ella arrancó al hombre del imperio de las fuerzas elementales de la naturaleza bajo las cuales el hombre había caído, de las que se había hecho esclavo. El mundo antiguo elaboró la forma del hombre. En él apareció la energía creadora del hombre, pero la personalidad humana no se había liberado aún del dominio de las fuerzas elementales de la naturaleza; el hombre espiritual no había nacido aún.

El segundo nacimiento del hombre, que no es ya natural sino espiritual, tuvo lugar en el cristianismo. El propio humanismo recibe su verdadera humanidad de manos del cristianismo: la Antigüedad no era suficiente para dársela. Pero el humanismo, en el curso de su desarrollo, separó a la humanidad de sus fundamentos divinos y he aquí cómo el humanismo, cuando finalmente desgajó al hombre de la Divinidad, se volvió simultáneamente contra el hombre y se puso a destruir la imagen de éste, porque el hombre es la imagen y la semejanza de Dios. Cuando el hombre no quiso ser más que la imagen y la semejanza de la naturaleza, un hombre meramente natural, se sometió por ello mismo a fuerzas elementales interiores y alienó su imagen. El hombre vuelve a ser desplazado por los demonios, es impotente para resistirles y defenderse. El centro espiritual de la personalidad humana se ha perdido. La tragedia de los tiempos modernos comiste en que el humanismo se ha vuelto contra el hombre. Ésta es la causa de la derrota fatal del Renacimiento y de su ruina inevitable. La gente de nuestra época se complace en decir que el cristianismo no ha triunfado, que no ha cumplido sus promesas, y sacan de allí la conclusión de que es inverosímil y absurdo tornarse hacia él. Pero el hecho de que la humanidad europea no haya realizado el cristianismo, que lo haya desfigurado y traicionado, no podría constituir un argumento válido contra su verdad y autenticidad. Porque el Cristo no prometió la realización de su reino de aquí abajo; él decía que su reino no era de este mundo, predecía para el final el desnudamiento de fe y de amor. La no-verdad de la humanidad cristiana es una no-verdad humana, una traición y una caída humana, es una debilidad y una falta humana, no una no-verdad cristiana, no una no-verdad divina. Toda la indignación que suscitó el catolicismo no hubiera sido injusta si se hubiera dirigido contra la humanidad católica, pero no contra las cosas auténticamente santas de la Iglesia católica. Sólo el hombre, desde el comienzo, alteraba el cristianismo, lo desfiguraba mediante sus caídas. Finalmente, se levanta contra él y lo traiciona, responsabilizando a la vida cristiana de sus propios pecados y sus propias caídas"

Berdiaeff, N.: Una nueva Edad Media, Ediciones Carlos Lohlé,  
Buenos Aires 1979, pág. 47-49.
 (Traducción de la versión francesa de Un Nouveau Moyen  Âge por Ramón Alcalde)



¿Vamos a mejor? ¡Compruébelo ud. mismo!

viernes, 6 de noviembre de 2015

50 años de Gravíssimum Educationis

Han pasado ya 50 años de la Declaración Gravissimum Educationis, de Pablo VI, donde se puede leer, entre otras cosas lo siguiente:

Facultades y universidades católicas

10. La Iglesia tiene también sumo cuidado de las escuelas superiores, sobre todo de las universidades y facultades. E incluso en las que dependen de ella pretende sistemáticamente que cada disciplina se cultive según sus principios, sus métodos y la libertad propia de la investigación científica, de manera que cada día sea más profunda la comprensión de las mismas disciplinas, y considerando con toda atención los problemas y los hallazgos de los últimos tiempos se vea con más exactitud cómo la fe y la razón van armónicamente encaminadas a la verdad, que es una, siguiendo las enseñanzas de los doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino. De esta forma, ha de hacerse como pública, estable y universal la presencia del pensamiento cristiano en el empeño de promover la cultura superior y que los alumnos de estos institutos se formen hombres prestigiosos por su doctrina, preparados para el desempeño de las funciones más importantes en la sociedad y testigos de la fe en el mundo.

En las universidades católicas en que no exista ninguna Facultad de Sagrada Teología, haya un instituto o cátedra de la misma en que se explique convenientemente, incluso a los alumnos seglares. Puesto que las ciencias avanzan, sobre todo, por las investigaciones especializadas de más alto nivel científico, ha de fomentarse ésta en las universidades y facultades católicas por los institutos que se dediquen principalmente a la investigación científica.

El Santo Concilio recomienda con interés que se promuevan universidades y facultades católicas convenientemente distribuidas en todas las partes de la tierra, de suerte, sin embargo, que no sobresalgan por su número, sino por el prestigio de la ciencia, y que su acceso esté abierto a los alumnos que ofrezcan mayores esperanzas, aunque de escasa fortuna, sobre todo a los que vienen de naciones recién formadas.

Puesto que la suerte de la sociedad y de la misma Iglesia está íntimamente unida con el progreso de los jóvenes dedicados a estudios superiores, los pastores de la Iglesia no sólo han de tener sumo cuidado de la vida espiritual de los alumnos que frecuentan las universidades católicas, sino que, solícitos de la formación espiritual de todos sus hijos, consultando oportunamente con otros obispos, procuren que también en las universidades no católicas existan residencias y centros universitarios católicos, en que sacerdotes, religiosos y seglares, bien preparados y convenientemente elegidos, presten una ayuda permanente espiritual e intelectual a la juventud universitaria. A los jóvenes de mayor ingenio, tanto de las universidades católicas como de las otras, que ofrezcan aptitudes para la enseñanza y para la investigación, hay que prepararlos cuidadosamente e incorporarlos al ejercicio de la enseñanza.