jueves, 19 de abril de 2012

Dis-culpas

Las palabras tienen un cierto sabor mágico, como si pudiesen modificar la realidad por sí solas. Pero todos sabemos que las palabras no modifican nada, dejan la realidad como está.

Sólo en un contexto el poder de la palabra es real: en el contexto de la unidad del espíritu, cuando toda una comunidad se expresa y constata un cambio en la realidad. Es la voluntad popular la única voluntad con capacidad de modificar la realidad, de hecho lo intersubjetivo es lo que se considera científico ¿verdad? Pues cuando todos a la vez decimos que es culpable, lo es.

Este poder mágico de las palabras se muestra en los ritos nuestras instituciones: en la justicia, en la religión o en la universidad sí tienen sentido las palabras con su poder modificador: "yo os declaro marido y mujer", "queda inaugurado el curso académico", "le declaramos culpable" son palabras que cambian el curso de los acontecimientos, que modifican la realidad porque aunque las diga toda la comunidad, por boca de su representante, vienen de Dios.

Pero la palabra del sujeto particular no tiene esa fuerza de modificar la realidad, a no ser que se diga en este contexto particular (un sí quiero) y pretender que así sea es uno de los grandes errores modernos que trajo al mundo un enano apellidado Wittgenstein, que pensaba que la verdad es lo que se dice, lo que se expresa; todo lo que puede ser expresado es real, etc. De hecho esa pesadez de los psicólogos por expresar los pensamientos es propia de esta desviación; también con raíz freudiana ("expresa lo inexpresable y quedarás limpio") y de Schopenhauer/Nietzsche (primacía de la voluntad, etc.) que viene a decir que hablando se solucionan los problemas del mundo, pues no: hablando los problemas quedan igual que antes, lo único que hacemos al expresarnos es hacer consciente una preocupación o un problema, pero el problema sigue ahí. Para cambiar hay que actuar, del hacer se sigue el ser, no e la palabrería.

Pero también puede entenderse a la palabra pronunciada como modificadora del espíritu. Y aquí sí tienen algo más razón. En esta línea va Viktor Frankl y su logoterapia, y la Programación neurolingüística (PNL) y la vulgarización de la misma. Es posible que las palabras cambien los pensamientos, que afecten al espíritu y que, por lo tanto, a base de mucho repetirlas generen ideas nuevas, y éstas obras: "Hay que decir muchas veces 'te quiero'", dicen los terapeutas de pareja, "hay que pedir perdón", decimos a los niños y a los etarras... De hecho hace unos días hablaba en este mismo sitio del interés enfermizo de periodistas y políticos porque los círculos etarras pidiesen perdón, como si el pedir perdón resucitase a los muertos y lograse la paz por sí solo.

Pero en todo caso solo afecta al espíritu cuando se programa, cuando se dice constantemente, como un mantra, no cuando se dice una sola vez. De hecho la fina línea de la hipocresía viene por ahí, por expresar palabras en las que no se cree para obtener un beneficio real.

Por eso hay que pedir disculpas realmente. Pese a su etimología pedir dis-culpas no diluye de por sí la culpa, porque para que no haya culpa debe ser perdonado, es decir, debe gratuitamente alguien dar algo ¿y quién puede de por sí eximir de culpas? Es decir, librar de algo a alguien, liberarlo…. Está claro que nadie puede eximir la culpa de otro. Aunque sí perdonar en lo que se nos ha ofendido. De hecho una de las cosas que más escandalizaban a los judíos de Jesús era precisamente su costumbre de perdonar pecados, porque sólo puede eximir de culpas Dios.

Los hombres no podemos perdonar colectivamente ni quitar la culpa. Si así fuese los jueces antes de dictar sentencia tendrían que esperar a ver si el delincuente pide perdón y si es así diría algo como "vete en paz" y se acabó. Y no es así, una cosa es el perdón y otra la pena o la reparación.

Y todo esto lo digo porque al aparecer un ancianito recién operado -pero vestido de rey- y pedir disculpas al pueblo parece que es de mala persona no aceptarlas, como parte del pueblo, y olvidar. Pero ¿a quién tiene que pedir disculpas? ¿a mi? ¿al elefante? ¿a su mujer? ¿a sus antepasados Borbones?

La clave está en la pregunta que lanzó, en forma de twit el máximo responsable del Tea Party Dylaniano en España cuando se pregunta que por qué pide disculpas: ¿Por irse a Botsuana ? ¿Por matar elefantes? ¿Por romperse la cadera? ¿Por no estar en Argentina luchando por YPF? ¿Por ponerle los cuernos a su señora esposa ante la mirada atónita de todo el planeta? ¿Por no abdicar?

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