viernes, 18 de mayo de 2012

Sobre el respeto


El respeto y la actitud adecuada vienen de la consideración de las instituciones de las que formamos parte, no de la imposición, de la costumbre o de la amenaza. Dicho de otro modo: la exigencia de respeto es síntoma de la ausencia del mismo y sólo puede ser reparada mostrando (experiencialmente) la razón de ser, si la hay, de ese respeto exigido.

Hay que aclarar algunas cosas básicas: a todas las personas les debemos el mismo respeto, ni más ni menos, en tanto que personas, pero cuando hablamos de "faltas de respeto" nos referimos a la falta a nivel institucional. Sólo se falta el respeto cuando no se trata adecuadamente a las personas que ostentan cargos en las instituciones.

Realmente no respetamos al rey, al juez o al profesor, sino a la monarquía, a la justicia o a la educación. Y el respeto que mostramos ante estas instituciones no es porque nos sea útil, ni por costumbre, ni por miedo; sino porque son la manera que tenemos de acercarnos a los trascendental, a los que nos supera y nos debe superar si no queremos ser dioses. 

Del respeto surgen actitudes visibles, "muestras" de respeto como el silencio, la reverencia, la mirada fija (de hecho es volver a mirar: re-spico), etc. Así que las actitudes nacen de la persona en relación con lo trascendental y hay que ser un gran desconocedor de la naturaleza de las cosas para no ver más allá de la actitud externa.

Pero claro estas cosas deben aprenderse en la infancia y si no se han aprendido costará más hacerlo en la Universidad o después, pero entendemos que gracias a las asignaturas comunes humanísticas y a la actitud abierta de los profesores puede ser trasmitida a a quellos que no han tenido la suerte de recibir una educación adecuada.

Creo que es un aprendizaje importantísimo para cualquier actividad de la vida profesional, porque si no se aprenden los fundamentos del respeto y del diálogo nos quedamos desarmados ante las faltas de respeto y caemos en el ridículo al intentar imponernos.

Las actitudes que debemos tener ante las situaciones, instituciones o personas se deben a la naturaleza de las cosas. Si no sabemos nada de la naturaleza de las cosas no podemos exigir actitudes ante ellas más que con larazón universal infantil: "porque sí", seguido de la fuerza física o moral, la amenaza, la sanción para intentar lograr una apariencia de respeto y de cuidado por las realidades que nos superan.

Cuando esto ocurre el diálogo es peligroso porque puede poner de manifiesto el absurdo de determinadas actitudes y entonces las discrepancias personales se deben ocultar, tapar o acallar de cualquier modo. Es el tiempo del silencio, del rumor, de la incomunicación. Sólo importa la actitud exterior, el resto (o sea, todo, lo más importante, lo que se piensa, lo que se quiere) es del todo irrelevante y lo único que vale es el qué dirán.

Aquí los políticos plantean leyes de trasparencia, los matrimonios se exigen mutuamente que no se discuta delante de los niños o de los vecinos; en las empresas se lanzan circulares que prohiben, por ejemplo, citarlas en redes sociales, en las amistades surgen temas de los que no se puede hablar por miedo a herir al otro, etc.

Que el diálogo esté roto y que la imagen exterior sea lo único mportante es síntoma de degeneración institucional. La degeneración (que no es irreversible) se produce cuando se olvidan las comunidades de su fin fundacional, de su misión en la vida, de su papel social; cuando esto ocurre sólo queda el interés personal y entonces ese interés hay que mantenerlo preservando la opinión de los demás. 

Consejo gratis: detecta los pequeños síntomas antes de que sea demasiado tarde 

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