lunes, 17 de diciembre de 2012

Persecución


A la vida nacemos, como quien dice, desnudos; y todo lo que tenemos lo perdemos al morir. Esto, que parece misticismo del barato, es simplemente la constatación de un hecho que no parece ser evidente a todos. Y por eso lo resalto porque no me deja de sorprender el miedo que tienen algunos a quedarse "sin nada".

He conocido a muchas personas qué están en contante alerta ante lo que pueda pasar. Y creen que esa alerta les hace profesionales, listos o sabe Dios qué. Creo que era Degrell (¿o era Nietzsche?) quien decía que "ese miedo" nos hacía "muy personales". Pero no es cierto. Como todos los miedos, cumplida su función biológica, es ridículo, afea el espíritu y genera pena al que lo percibe desde fuera.

El miedo a perder lo que se tiene es un miedo infantil que genera una serie de mecanismos de defensa muy feos de ver y muy difíciles de sufrir: 


1. La vanagloria. El miedoso no deja de encumbrarse para lograr cierto halo de grandeza. Y hay quien le cree. su espejo y sus iguales.
2. La Insinceridad. El que tiene miedo miente siempre, incluso cuando dice la verdad no la dice sinceramente.
3. El ansia de medrar a toda costa. Uno de los peores defectos que pueden asolar a un espíritu humano viene de este estar alerta. Incluso llegan a casarse para medrar, y quieren a toda costa medallas y distintivos, para parecer, de algún modo seres de arriba, celestiales.
4. La displicencia con quienes no se consideran ni escalones en su ascenso.
5. La soledad. En compañía. Son especialistas (¡y mira que es difícil!) en no ver al que tienen delante, si éste no es considerado un pedestal o un escalón. Saben de sobra mirar la hora y disimuladamente escapar a la mirada.
6. La persecución al que pueda hacerle algún daño.
La Etc.
Lo peor es que el resultado suele ser exitoso, salvo en caso de crisis.

Porque en caso de crisis es al contrario: quien se ha creado lazos por encima de los intereses es quien supera la prueba, quien puede salir. Pero quien se ha dedicado a tenerlo todo controlado cae, cae y  cae.

Y según va para abajo más extraño se siente.

Bienvenida la crisis que devuelve las cosas a su sitio.
 

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