De vacaciones en Asturias pude ir a una presentación de un
libro de Pablo González Pola sobre la transición, aunque no era el tema se habló –entre líneas- de la
batalla del Mazuco y de la “heroica resistencia” de los asturianos. Aunque no conocía
el tema especialmente, me resultó curiosa esa afirmación ya que asturianos y
santanderinos están hechos de la misma pasta y en la toma de Santander y en el
resto de Cantabria tengo entendido que la huida de los soldados republicanos al
bando nacional era considerable. ¿Qué tendrían los asturianos para defender tan
heroicamente a los verdugos republicanos? Esas gentes de pueblo, que ponen una
ermita en cada ladera, celebran a sus santos y que celebran la propiedad
privada de sus prados ¿qué tenían que ver con anarquistas y socialistas de las
fábricas ý las minas? En las elecciones del 36 ganó la izquierda por poco, casi
la mitad de los asturianos eran de derechas.
Como la conferencia era en Llanes al día siguiente fuimos de
excursión al Mazuco, con el detector de metales en busca de restos bélicos, y pude ver las trincheras, las líneas
defensivas y ofensivas y los vestigios de la guerra en los pueblos cercanos. Más
claros que los vestigios de la guerra podía apreciarse el conflicto
de la memoria histórica en el alto de la Tornería.
Había una cruz y un monumento a los dos alemanes que
murieron en esa batalla que llevaban allí, olvidados, desde hace 70 años, las
inclemencias del tiempo habían borrado casi todo, una piedra escrita en alemán
con dos nombres. Nada más. Pero con la memoria histórica surge de nuevo el
odio. Se pintó la piedra de los alemanes con los colores de la bandera
republicana, se arrancó la cruz de la que queda solo la base y se puso una
placa a los soldados republicanos. Es decir, se aplicó la ley tal y como se
concibe: revancha de unos contra otros. Corría el año de la memoria histórica
2013. A los pocos meses ese monumento republicano fue destruido por gente del pueblo y la
respuesta de la izquierda fue destruir totalmente el monumento a los alemanes y colocar otro
monumento (sobre hormigón del bueno) a los caído de la República. Como era de esperar este Monumento está hoy también destrozado, puesto que allí murieron muchos
españoles (y alemanes, ingleses, americanos…) y no solo murieron de un lado.
Entiendo perfectamente la reacción del pueblo. Si allí
murieron sus abuelos lo propio es recordarlos a todos, no
destruir el recuerdo de unos y elevar el de los otros.
Hasta que no se pase esta ola de revancha histórica y no se
ponga una placa conmemorando la batalla haciendo mención a los dos bandos, a
los que cayeron por Dios, por España, por el tradicionalismo o el falangismo; y
a los que lo hicieron por la República, el comunismo, el anarquismo; porque tanto en un bando como en otro los contendientes luchaban
por distintas causas y lo que es más importante, la mayoría luchaban porque tocaba, porque les mandaban, porque era
obligatorio.
Pero volvamos a los «heroicos defensores»: yo creo que si
bien hubo resistencia fuerte no puede clasificarse de heroísmo porque era un
sacrificio inútil de muchos españoles para servir a los intereses partidistas o personales de unos pocos. Si bien se puede hablar de heroísmo de los defensores con mucha
más lógica se puede hablar de heroísmo de los tercios navarros conquistando
peña a peña cada una de las posiciones marxistas.
La batalla se desarrolló entre el 5 y el 22 de septiembre de
1937. Santander acababa de caer y el ejército de Dávila avanzaba por la costa
norte sin apenas resistencia. Por otro lado el General Aranda avanzaba por León
y se habían ocupado casi todos los pueblos del otro lado de la sierra. El mar
era claramente territorio nacional y Asturias era una isla a la que le quedaba
solo rendirse. 30.000 hombres, aviación, marina, artillería… frente a 3.000 sin cobertura. No
hace falta ser un estratega para saber que la batalla estaba perdida de
antemano. De hecho un mes después el norte era nacional.
Quince días antes Asturias y León se habían declarado
“Soberanas” y yo creo que este afán de poder de los nuevos jefecillos les
llevaron a esta trágica decisión de defender el monte al alto precio de la vida
de 5000 españoles. Su experiencia soberana les duró dos meses y diez mil
muertos. Si esto es querer al pueblo… en fin.
Cada metro de monte fue tomado a bayoneta por españoles
de Asturias, Navarra, Zamora, Palencia, Galicia, León, etc. Cada noche
abandonaban sus puestos avanzados algunos combatientes y se pasaban al bando
nacional (como suele ocurrir con el comunismo, nunca es en sentido contrario).
Los que quedaban no eran heroicos defensores, la mayoría
estaban obligados, muchos cuando podían se escapaban y tuvieron que fusilar a
más de 100 oficiales y tropa por perder posiciones. Hubo motines que terminaron
con fusilamientos. Se publicó la orden en todos los periódicos: “Al militar que
abandone el puesto no hay que darle tiempo a explicar por qué lo abandonó. Se
le fusila antes, sin que explique nada. No se puede perder tiempo en excusas de
cobardes“. Nota que reproducida en todos los periódicos dejaba claro que muchos
abandonaban las filas republicanas, de lo contrario no sería algo publicable.
Tampoco eran defensores de la libertad ni de la democracia
republicana, los que mandaban eran comunistas mandados por asesores soviéticos que
habían instaurado una república independiente, el Consejo Soberano de Asturias
y León el 24 de agosto de 1937 presidido por un nefasto Belarmino Tomás, el mismo que
firmó la rendición tras la revolución de Asturias de 1934. El jefe de una dictadura que luchó contra la República y que duró dos
meses de asesinatos y persecuciones, en la que murieron 1500 asturianos. Tres años después se repitió lo mismo: asesinatos, violaciones, eliminación de todo el clero.
Muchos de ellos fusilados y arrojados al mar desde el barco prisión «Luis Caso
de los Cobos», donde se seguía una macabra costumbre: en cada bombardeo de la aviación alemana sobre Gijón se sacaban a más de
cien prisioneros y se les daba muerte.
La orden primera del Consejo Soberano fue que no saliese
nadie de la Asturias roja, condenando a los asturianos a sufrir los horrores de
la guerra, el hambre, el frío y el miedo, cuando las posiciones estaban perdidas y cualquier persona con una
ética mínima habría firmado una rendición, evacuando previamente a quien
quisiese a zona republicana más segura. Esta cerrazón no impidió que, una vez
perdido todo, los dirigentes socialistas y anarquistas y los “asesores”
soviéticos saliesen de la zona.
La toma del Mazuco y la siguiente conquista de Gijón supuso
una liberación para la población asturiana, que logró vivir en paz desde
entonces hasta hoy 81 años después.
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