viernes, 16 de noviembre de 2012

Calidad



Estamos en un sistema de medición constante de la calidad de las universidades y de los colegios. Tanto medimos (al profesor, a la institución, al programa…) que los sistemas de medida modifican los sistemas medidos, adaptándolos a los estándares.
Asistimos al espectáculo grotesco en el que las agencias creadas para ello y otras instituciones hacen informes que modifican y adaptan la práctica educativa a los requerimientos de calidad que se miden, logrando justo lo contrario de lo esperado: que el resultado de la adaptación de las instituciones a la medida sea precisamente la anticalidad, es decir, la uniformidad.
La única forma de medir la calidad es el estudio del alumnado antes y después de participar en el “proceso” educativo que queremos medir, para comprobar si la universidad, el Instituto o el colegio han cumplido con los fines esperados y explicitados en los documentos fundacionales de las instituciones educativas.
Solo se puede entender la calidad mayor o menor de las instituciones si se logra que los egresados que sean mejores que ellos mismos al comenzar sus estudios. Mejores aquí no significa que sepan decir o hacer más cosas (se les supone). Mejores significa más grandes, más completos y más humanos.
Ser más humano equivale a ser más [lo que hace que al ser humano ser lo que es]. Es más humano, y así es reconocido por todos, el que capta de manera mejor y más rápida la verdad, la belleza y la bondad, que es en última instancia [lo que hace que al ser humano ser lo que es].
Esto no se entienda por ataque a la igualdad: los seres humanos son mejores y peores a la vez que iguales. Iguales en lo trascendente, mejores en lo inmanente. Para que me entiendan todos (en especial mis nuevos amigos futboleros que leen este blog que no sé por qué se ha puesto de moda) digamos que son iguales en lo que les hace ser humanos y mejores o peores en eso mismo, puesto que eso mismo admite grados.
Para aclarar aún más (ahora hay que aclararlo todo) digamos que un ser humano es humano en tanto que es capaz de descubrir la belleza, la verdad y la bondad. Digamos también que los seres humanos que no son capaces de percibir adecuadamente lo bueno, lo bello y lo verdadero del mundo son seres humanos muy dignos, como todos, pero muy recortaditos en sus posibilidades.
Y digamos también que si las instituciones educativas no pueden hacer el milagro de alumbrar del todo al que carece de luces (Quod natura non dat…), pueden, en todo caso acrecentar la luz, mejorarla e incrementarla.
Lo que no es de recibo es que se llame calidad a lo que se hace en el proceso y a nadie le importe el resultado final, como si hubiésemos renunciado ya y de manera definitiva a mejorar lo humano.

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