Creo que no exagero si afirmo que el embarazo está perseguido socialmente, existe una “pregnofobia” que se ha ido introduciendo poco a poco a través de los múltiples canales de comunicación social. Papá-Estado, que nos da consejos diariamente sobre cómo tenemos que conducir, comer, medicarnos, educar a nuestros hijos, etc., nos lleva preparando desde hace años unos programas de “planificación familiar” encaminados únicamente a impedir o destruir el embarazo, generando espontáneamente la idea popular de que el embarazo es un mal en sí mismo.Todos los que realizan estas campañas, que afirman cosas como “tronco, yo no corono rollos con bombo”, y otras muchas en esta línea, han nacido y vienen de un “rollo con bombo” que fue acogido y respetado por la sociedad. De hecho, la sociedad humana es un instrumento para preservar la maternidad con todas las garantías de seguridad. Pero esta sociedad va camino de no garantizar la seguridad de sus embarazos, puesto que todo embarazo se observa con recelo.
Desde los poderes públicos nos han adiestrado para clasificar los embarazos en deseados e indeseados. Los primeros tienen especial protección desde los poderes públicos. Pero si el embarazo se convierte en no deseado entonces todo cambia y no debe tener ninguna protección. Este absurdo no pasa desapercibido al hombre de la calle que, como decía Kant -con otras palabras-, no es tonto y sabe perfectamente que la voluntad no es capaz de cambiar la realidad de las cosas, y piensa, lógicamente, que todo embarazo es un mal en sí (a evitar o a eliminar).
Contra este criterio pregnófobo impregnado en nuestra visión del mundo, tenemos que luchar a la hora de explicar en todo ámbito, pero en especial en el ámbito laboral, que el embarazo es bueno para las mujeres, para la sociedad, para la empresa. Porque la empresa no es una asociación de peleles empeñados en enriquecer a un señor que tuvo una idea y arriesgó un capital; la empresa es sociedad, es una asociación de personas dispuestas a generar sociedad generando beneficio, económico, personal, familiar y social.
Si así se concibe la empresa todo cambia. No podemos permitirnos que uno de cada cuatro embarazos termine en despido para la mujer, ni tener leyes para proteger a la mujer que se embaraza si no cambiamos antes la mentalidad de los empresarios y los trabajadores que ven en el embarazo una pérdida económica, puesto que no lo es: un embarazo en una empresa puede hacer perder los cuatro meses de licencia, pero inmediatamente después crece la productividad, aumenta la fidelidad a la corporación, se consolida la autoestima, genera nuevos proyectos ilusionantes, disminuye el estrés y la incertidumbre y genera, si la madre se ve bien tratada, vínculos nuevos y nuevas perspectivas.
Cambiar las ideas empresariales sobre la manera de tratar a los empleados es una labor apasionante, urgente y gratificante, puesto que a los empresarios que tienen que cumplir con cientos de planes de prevención de los riesgos, con la formación, la ecología, el fisco, la igualdad y con no sé cuántas cosas más verán que con evitar el clima pregnófobo y prevenir el posible acoso a la mujer embarazada no sólo se evitan problemas sino que además ganan en credibilidad, confianza y coherencia.
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