jueves, 3 de abril de 2014

Educación Católica


Para que una Institución educativa pueda tener el adjetivo especificativo católico tiene que cuidar ciertos aspectos elementales. Un colegio, un instituto, un centro de formación profesional o una universidad católica es un tipo de institución distinta a un centro estatal o privado laico, y como tal responde a unas características esenciales que lo diferencian del resto. 

No basta con tener un nombre de santo ni con pasear un capellán de vez en cuando, tampoco vale con tener misa semanal, ni con sumar el logotipo con una cruz al marketing.  No es una cuestión de imagen ni superficial; ni tampoco es algo tangencial: es una cuestión esencial, constitutiva. Tanto es así que si a un colegio católico le faltase algún día la catolicidad poco a poco iría perdiéndose y dejaría de ser, desaparecería, como les ocurre a muchos colegios decadentes, en los que nadie ya cree más que en sí mismo. (Evidentemente, un centro educativo que ya nace con vocación de ganar dinero, o de educar en valores ecológicos, liberales o masónicos, por ejemplo, puede tener el éxito garantizado, lo que el mercado no admite son las medias tintas ni las imitaciones).

Pero no se entienda mal: aquí católico no significa integrista, cerrado o tradicionalista. Católico no es ni más ni menos que perteneciente a la Iglesia romana. Pero para estar unido espiritualmente (porque no se trata de colegios cuya titularidad la tiene la Iglesia) a Roma uno tiene que asumir y transmitir la visión cristiana de la realidad (GS) y por lo tanto una transmisión ética, estética y social de la perspectiva cristiana.

Se trata por tanto de una forma de mirar, donde lo material (el poder, el dinero, la rentabilidad, las altanerías, los desprecios, las chulerías, los miedos, etc., etc.) cede el puesto a lo espiritual. 

Esta cosmovisión, a contracorriente hoy, se muestra en las dos dimensiones de un centro de enseñanza: (1) como empresa y (2) como empresa-educativa


La Empresa Católica

1. Como cualquier otra empresa tiene que cumplir con unas normas básicas de Responsabilidad Social Corporativa o Empresarial, pero en el caso de la empresa católica, esas normas son mucho más exigentes. La empresa católica tiene una misión y una visión trascendentes y por lo tanto actúa en el mundo movida por valores eternos, pero sin desvincularse del mundo de las cosas. 

Esto no es una idealización de la empresa, es decir, se puede y se debe actuar así, movidos por valores imperecederos, y se puede obtener beneficio de esta manera. El beneficio no está garantizado, claro, pero tampoco lo tienen garantizado los tiburones. 

Por  poner un ejemplo, una familia católica debe tener sus metas en lo trascendente, de lo contrario el adjetivo no sería más que un barniz. Es decir, pueden ganar dinero y trabajar, pero el trabajo y el dinero están en función de lo espiritual. Y esto, para las familias, al final es rentable: es decir, se logra más unidad, tienen más hijos, son más felices, duran más, etc. 

Una familia mundana puede romperse si alguno de los fundadores no encuentra la felicidad junto al otro; a pesar de los adornos sentimentales, está sujeta a la ley de la oferta y la demanda, de tal manera que si un miembro encuentra algo mejor tiene la posibilidad (y el deber) de irse sin perder tiempo, en busca de una felicidad entendida como "más". A este abandono se le llama "rehacer la vida". Por esta posibilidad de abandono el nivel de exigencia superficial es mayor: más gimnasio, más cosmética, más adelgazamiento, más tinte... y más ocio consistente en salir: de casa, de vacaciones o de cena.

En el ámbito empresarial ser católico significa tener claro que el objetivo último de la empresa no es algo material sino crear lazos humanos fuertes, dar trabajo, ofrecer un buen producto a la sociedad, ayudar a familias, etc. Es decir, lo que estaba en el plan de empresa, y no donde el mercado te ha llevado. Por eso una empresa católica debe aplicar la DSI en el ámbito empresarial, creando una organización que sepa ser respetuosa con todo lo que le rodea: los trabajadores, clientes, espacios, proveedores, medio ambiente, etc.  

Por iniciar algunas líneas maestras, podríamos adelantar que se trata de una empresa católica si:

  • Los trabajadores son tratados con la dignidad propia que la filosofía cristiana presupone en las personas. Nunca son números o instrumentos. Se les entiende como sujetos que piensan, hablan, tienen familia, que se mueven en el mundo, que necesitan descansar para trabajar y que piensan de forma autónoma y creativa.
  • Los trabajadores no están enfrentados a nadie, los directivos tampoco, en una empresa católica no hay lucha de clases ni defensores del trabajador o de la propiedad: todos trabajan por lo mismo, todos están en el mismo barco y los de arriba cuidan a los de abajo, entendiendo arriba y abajo como términos que hacen referencia a quién marca el rumbo y decide qué hay que hacer.
  • La empresa católica detecta el talento responsable y promueve a directivos a aquellos que son valores seguros: los que adquieren estilos de vida sostenibles.
  • La empresa católica hace especial hincapié en cuidar a la maternidad y en ayudar al desarrollo de las personas en los ámbitos familiares. En consecuencia no puede permitirse un salario precario, un horario abusivo o un maltrato psicológico a una mujer embarazada. Es más, se debe perseguir de manera efectiva y eficiente toda discriminación o mobbing maternal, y todo comentario discriminatorio contra las familias.
  • La empresa católica favorece la caridad entre sus trabajadores y sirve de canalización para que el ocio sea solidario, dona al menos el 10% de beneficios y muestra una apertura al patrocinio y al mecenazgo de iniciativas solidarias.
  • La empresa católica, además respeta las fiestas religiosas y los días de descanso, no organiza nada, salvo necesidad imperante, los fines de semana y permite y piensa en las vacaciones de los empleados.
  • La empresa católica reconoce el trabajo realizado y sabe ser agradecida a las personas que trabajan en ella, dedicando parte de los beneficios a cuidar la fidelidad de los propios trabajadores, incluso después de la jubilación. 
  • Resumiendo, el empresario católico sabe dos cosas: que este lo que hay en este mundo es perecedero y que la verdadera riqueza está en las personas.

La empresa educativa católica

2. Por otro lado, la empresa educativa católica es primero empresa católica y parte de una visión trascendente de la vida. 

  • Los profesores y directivos de una obra católica deben pensar sentir y obrar como se hace en Roma. Y los demás miembros de la comunidad, incluidos los padres, no deben interferir en este pensamiento, que es el que imprime la dirección a la obra entera.
  • Una institución que enseña en católico debe estar permanentemente abierta a otros grupos de la Iglesia y a otros grupos en general, cerrarse sobre uno es propio de paganos. La endogamia no produce enfermedades congénitas, pero potencia las que hay.
  • Centra su trabajo y misión en el alma de los niños y de los jóvenes, pero en especial en el papel que tiene encomendado por los padres y por la sociedad: en lograr un desarrollo completo del intelecto.
  • Centra su misión en el bien común y en la caridad por lo que las becas deben ser tantas que impidan que nadie se aleje de ella por cuestiones económicas.
  • Se organiza alrededor de la Doctrina Social de la Iglesia y por lo tanto nunca discrimina a nadie por religión, raza, sexo o maternidad, de tal manera que acoge en su seno a personas de diferentes culturas y realidades
  • Los centros católicos apoyan y atraen hacia sí especialmente a las familias numerosas, a las familias de tradición católica y a las personas de vida ejemplar. Porque éstas son el verdadero ejemplo vivo de las enseñanzas de la iglesia.
  • La escuela católica enseña desde una visión amplia y humanista, alejada del error materialista que plantea la realidad del niño como un ser autónomo que aprende por sí solo y para sí mismo.
  • Enseña desde la figura central e insustituible del profesor o del maestro, sabiendo que todo gira en torno al mismo y nunca en torno al niño, a los clientes o a los directivos o personal no docente. Es el profesor quien tiene encomendada la educación y todos los demás están para ayudarle.
  • La escuela y la universidad católicas enseñan desde una perspectiva amplia, que rompe con la especialización impuesta por el Estado y busca la formación completa y total de la persona en lo trascendente, lo natural, lo histórico y lo presente, de manera que integre todo saber en una dirección histórica determinada que tiene su origen y fundamento en Cristo.
  • Las escuelas y universidades católicas creen en la verdad y la defienden contra toda forma de relativismo. No enseñan en el debate y la confrontación, sino en el diálogo sincero en busca de la verdad.
  • Las escuelas y universidades católicas generan un clima de libertad necesario para el diálogo racional.

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