miércoles, 12 de febrero de 2014

El exceso de control hace quebrar a cualquier empresa


Una empresa es una organización de personas y recursos que están ordenados a un fin. Por mucho que luego se intente reducir esta idea, por mucho que las circunstancias sean adversas, el empresario debe saber que lidia con personas que deben ayudarle a cumplir este fin.

Pero en ocasiones los trabajadores y los directivos no tienen claro esto y se piensan que están allí para ganar dinero o para cumplir, sin pena ni gloria, con un cometido. Que lo hagan los trabajadores es -quizá- normal, porque a los trabajadores nadie les enseña lo que es la empresa, a dónde van, etc. Pero que los directivos no tengan ni idea de para qué están allí, cuál es la misión social de la empresa, qué futuro le espera, etc. es un grave pecado empresarial. Aunque las decisiones vengan de arriba, de la presidencia, el directivo debe conocer la estrategia, porque si no es capaz de mover al personal a la ilusionante tarea de transformar el mundo, lo que hace es destruir. 

En el caso de que una empresa tenga estos directivos, tiene los días contados. Se irá degradando sin posibilidad de remontar. Poco a poco alguien pensará que falta dinero y se irá despidiendo a gente y generando miedo entre los que se queden. Se quedarán los peores, los que no han encontrado nada mejor, y tendrán que cargar con el problema: tendrán que asumir doble trabajo, verán aumentar medidas de "seguridad" y mecanismos de control y sufrirán muchísimo malestar hasta su cierre.

Y esto es inevitable porque el mal crece y se difunde solo, mientras que el bien hay que difundirlo (sí, ya sé que los escolásticos dicen que es difusivo, pero solo se difunde en ambientes propicios). 

Por poner un caso práctico, acabo de leer cómo una empresa que vive del capital humano, es decir, que su riqueza está en la formación y la dedicación vocacional de su personal, ha decidido tirarse por el tobogán de la persecución, con el fin de ahorrar unos euros. Se trata de un ejemplo de libro de cómo matar a la gallina de los huevos de oro. 

Para esa tarea burda de cortar el árbol para recoger el fruto se han ido creando medidas cada vez más contrarias al espíritu de la empresa y otras medidas contrarias al buen gusto y al trato correcto con personas de categoría (cámaras, sistemas de control tradicionales, vigilancias de subordinados, etc.). Y todo porque hubo un informe de unos consultores que le dijeron que sería más rentable si lograba hacer trabajar más a un pequeño porcentaje que faltaban al trabajo injustificadamente. 

En vez de conocer el problema, identificarlos, perseguirlos, por ejemplo, durante un tiempo y arreglarlo o despedirlos discretamente, han optado por la peor de las decisiones: por hacer "fichar", como funcionarios, a toda la plantilla y por llamar al orden a todos, sin distinción de categoría, al menor incumplimiento de las normas. De esta forma son recriminadas personas que han faltado un 0,01% de las horas anuales, es decir personas que no han cometido ninguna falta, ni leve siquiera, y mezclarlos con los que faltan sistemáticamente entre un 10% y un 20%. 

Además me han enseñado mensajes masivos que envían a sus trabajadores avisándoles que hay que hablar bien de la empresa "en público" y otros mensajes en los que directamente se avisa que van a reajustar y a despedir a un alto porcentaje de personas "en dos o tres años". 

Esta falta de confianza y seguridad en el trabajo es antieconómica. Es la primera causa de absentismo, porque genera conductas infantiles y de defensa que van desde el odio consciente (y el sabotaje), hasta la desvalorización de las normas y la depresión. 

Así que lo lógico, si se quiere, es que en situaciones normales la empresa haya generado protocolos y formas de control no invasivas y respetuosas con su gente para evitar discretamente estos abusos por parte de algunos trabajadores. 


En definitiva: el camino más rápido para ver la traición es ir generando desconfianza.

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