Con este título Innsite prepara su batalla de ideas el día 14 de febrero, día de San Valentín, un evento de de ideación colaborativa para pensar en común ciento veinte asistentes y ocho expertos. A mi me han invitado como experto en Antropología Filosófica... veremos qué sale de esto, seguro que grandes ideas.
¿Nos robarán los robots nuestras parejas? ¿Serán una amenaza para nuestros trabajos? O lo que es lo mismo: ¿debemos tener miedo? ¿Aumentarán las desigualdades?
Digo que es lo mismo porque esta claro que lo que más desigualdad genera es la economía y el amor. Y la desigualdad genera frustración y miedo.
Yo diría que la mayoría de los humanos temen al cambio, y de hecho siempre se ha pronosticado que los cambios sociales y tecnológicos iban a producir daños irreparables. Desde las profecías de Malthus o Marx hasta los miedos generalizados a los microondas, a las radiaciones de los móviles o a los conservantes, cuando la realidad es que nuestra ciencia cada día nos hace vivir más y mejor y las crisis generan con el tiempo mejores condiciones de vida.
El miedo a la pobreza y al desamor es una constante en la naturaleza humana, quizá sea un miedo fundado (nunca nos quieren ni somos tan ricos como queremos), pero ese miedo nos impide disfrutar del momento presente y de los cambios que se avecinan, la sobrepoblación, la entrada de las mujeres al mundo laboral, la amenaza de guerra nuclear, etc., etc., nos han dado miedo en el pasado y lo hemos podido superar, siempre con éxito.
En este caso los robots nos dan miedo por otra razón. Hay algo en la forma humana sin alma que da miedo, porque el ser humano está diseñado para reconocerse, y este reconocimiento lo hacemos por la forma, por la estética. De ahí que la literatura de terror idee formas humanas deshumanizadas que ya dan miedo de por sí: Frankenstein, vampiros, fantasmas, zombies y alienígenas parecen humanos y no lo son y de ahí su fuerza dramática incardinada en nuestra antropología.
Los robots son una amenaza doble. Por un lado son tecnología y ésta siempre tiene la posibilidad de usarse para el mal (ejércitos de robots, robots sexuales, robots indiscernibles de los humanos) y por otro, son antropoides que pueden encarnar una versión mejorada de lo humano.
También pueden ser una ayuda y convertirse en nuestro sirvientes, tomando el papel que siempre de una forma u otra han tomado los esclavos. En todo caso es imposible comprender hoy día hasta dónde llegarán y sobre todo porque el desarrollo de los robots va acompañado de la sofisticación cada vez mayor de las tecnologías de la información.
Por otro lado cuando pensamos en robots ayudados por la ciencia ficción, vemos seres 'superiores' sobre los que proyectamos todas nuestras esperanzas y nuestros miedos, de ahí el acertado título centrado en los dos sentimientos que más angustia generan: el amor y el dinero.
Los robots son citius, altius, fortius.... y por tanto asoma nuestro miedo a que éstos nos quiten lo que tenemos. En realidad es un miedo infantil, en nuestro interior tenemos siempre la idea de que hay otros, mejores que nosotros, que nos pueden arrebatar lo que tenemos, quizá nos vengan esos miedos de los hombres de naturaleza, cuando los recursos eran escasos porque la tecnología no daba mucho más que lo que daba la naturaleza de por sí.
En todo caso, desde la filosofía, que es mi campo, la aparición de robots plantea algunos interrogantes que debemos conocer y que afectan a nuestra autopercepción y a nuestra realidad:
El primer grupo de ideas que vamos a tener que plantear va sobre la pregunta objeto de la antropología ¿Qué es el hombre?, ¿qué es la autoconciencia? En la película Trascendencia (2014, Wally Pfister) deja abierta la pregunta a si una máquina creada por nosotros puede o no tener alma. Curiosamente en un tiempo en el que el materialismo nos hace hacer una mueca cuando hablamos del alma en los humanos, los robots nos plantean de nuevo la existencia de la misma. Alma es autoconsciencia, racionalidad, inteligencia sobre realidad y -por lo tanto- trascendencia.
¿Por tanto? Sí. La trascendencia no es solo inmortalidad, la trascendencia significa que algo no es de este mundo espaciotemporal. Es trascendente la belleza, la verdad, el bien, la unidad o el amor.
"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo; como lágrimas en la lluvia…, es hora de morir.”
Se queja, claro porque si realmente ha visto esas cosas que puede tildar de "maravillosas", entonces es un sujeto trascendente y por lo tanto no puede (debe) morir. Pero si -por el contrario- es una máquina, realmente no ve realidad, solo detecta señales que se interpretan en un complejo ordenador a las que se responde inteligentemente con apariencia de trascendencia.
La clave no está en el proceso perceptivo (los animales lo hacen igual) sino en el significado del procesamiento de la información. Un animal, o un robot ve lo que tiene programado en su instinto o en su disco duro. No ve más. No interpreta, no ve lo que a su instinto o a su programa no le interesa. Sin embargo un ser humano ve realidad, es decir, libre, racional, creativamente crea una realidad única en cada percepción. Por eso lo que hace un ser humano en su vida es crear un mundo, una realidad nueva e irrepetible, mientras que un robot, por muy sofisticado que sea, puede ver exactamente lo mismo que otro robot creado con el mismo código.
Un animal, un robot, es solo un sistema de relación entre estos dos mundos, y por eso no puede tener trascendencia: sus interacciones -por decirlo de un modo sencillo- se quedan aquí, en la biosfera o en la tecnosfera (eso de la tecnosfera es algo que hay que desarrollar), mientras que la antroposfera está fuera del espacio y del tiempo, es trascendente.
Por ejemplo, el amor se puede simular, y se puede simular muy bien, mejor casi que la realidad, pero la simulación no es el amor. Un artista puede recrear el amor en una obra de teatro y puede crear un diálogo, o un diálogo improvisado, en el que un espectador no pueda haciéndole preguntas, descubrir si se aman o si es una simulación. Un seductor puede simular amor y querer solo aprovecharse de su víctima. Este es el famoso test de Turing, que consiste en una simulación casi perfecta de la inteligencia humana. Unamuno, en una pequeña nivola, Cómo se hace una novela, (y también en Niebla) plantea un diálogo sobre la realidad de los personajes de ficción que los hace indiscernibles de la realidad natural.
El problema del alma por lo tanto no es un problema de simulación, es un problema de realidad, es un principio que nos permite crear la realidad y en ella introducir simulaciones de nuestra propia realidad.
En definitiva, el problema de la autoconciencia simulada de los robots puede engañarnos e incluso puede que queramos ser engañados y tratarlos como humanos para suplir carencias que los humanos tenemos.
La otra línea de pensamiento es la convivencia con robots, si en ellos podemos generar situaciones similares a las relaciones entre seres humanos. En forma de pregunta
¿Sustituirán los robots a las personas queridas?
Aquí volvemos a los animales de compañía. Nadie podía imaginar hace tan solo 100 años que los animales de compañía iban a tener un estatus familiar casi al mismo nivel que los humanos. Esto de gastarnos dinero, vivir con animales en la misma casa, incluso en la misma cama; llevarlos al peluquero o al veterinario, etc. es algo nuevo, propio de la vida solitaria urbana, que escandalizaría a cualquiera de los habitantes del siglo XIX, aunque debe responder a algo propio de la naturaleza humana, de lo contrario no podría darse - como se da - de manera universal en nuestros días.
La razón no puede ser otra que la naturaleza difusiva del espíritu humano. Precisamente por lo anterior, porque el hombre vive en la realidad y se tiene que hacer su ser en relación con el mundo; el ser humano lo que va haciendo es ir como comiéndose el mundo. De hecho cuando vemos a un hombre sobrado que impone su poder sobre los demás y sobre las cosas decimos que se va a 'comer el mundo'. En realidad todos tenemos que ejercer de una forma u otra poder sobre la realidad que nos rodea. Los más modestos se conforman con influir en su pequeño mundo, creando espacios donde impregnar su ser personal, el hogar, o el escritorio del trabajo, sus amigos cercanos proponiendo criterios éticos y estéticos a los demás.
El poder no es otra cosa que el deseo del ser humano de ampliar su círculo de expansión e influencia, impregnar el mundo de su manera particular de vivirlo, es decir, impregnar la gente, las cosas, los espacios y los tiempos de uno mismo.
Si nos detenemos en el proceso de crecimiento humano bajo esta óptica proceso de empoderamiento. Inicialmente el poder está mezclado con la madre la única categoría, pero según va creciendo va ocupando su espacio, va siendo res-ponsable, es decir, va sopesando el mundo y aceptándo unas cosas y rechazando otras. Al salir de la infancia los seres humanos pasamos por una etapa pésima que se llama adolescencia, una etapa de crisis que tarda años en superarse. Esta etapa empieza con la afirmación del yo (los preadolescentes pintan su nombre en todos los lados, queriendo afirmar su yo por encima del resto y tienen como una fijación en poner de manifiesto sus gustos, sus apetencias, sus nuevos descubrimientos en la vida. Por eso los adolescentes son tan celosos de su intimidad, su intimidad está en lucha con el mundo y por lo tanto tienen que preservarlo frente a todos los demás.
Toda cosa que pueda aceptar el posesivo (mi coche, mi caballo, mi mujer.. pero también mi Universidad, mi país, mi orgullo) es que de alguna manera tiene mis rasgos y mi ser en ella.
Una personalidad formada, íntegra, completa, tiene autoconsciencia hasta el punto que conoce perfectamente sus límites y su capacidad de influir y dejarse influir. Por eso el amante verdadero sabe de sobra quién es y quién es su amante, no se funde, no se pierde en la otra persona, sino que ama y a la vez es persona completa. O por ser persona completa es capaz de amar y dejarse amar.
El amor adolescente (o del inmaduro adulto) no conoce la diferencia y lo que hace es amarse en el otro: solo ama lo que logra convertir en él mismo, no es capaz del amor de donación. Por eso es muy fácil que ante la soledad total que vivimos el ser humano tienda a relacionarse inauténticamente con los demás, sin capacidad para crear relaciones eternas. En este caso, si vemos al otro como un mero medio para satisfacer fines egoístas (que pueden ser prácticos, físicos o psicológicos) ese otro es intercambiable y además debe ser manipulable... ¿Y qué mejor objeto de amor puede ser un perro? Pues sí, un robot, un robot programado para agradar, para satisfacer deseos, para servir...
De este modo los robots no nos quitarán a nuestras parejas, pero sí serán parejas de quienes son, por falta de naturaleza, incapaces de amar. Si los animales creados a nuestra imagen por medio de la selección genética humana son ahora los depositarios de los secretos, los únicos que comprenden a algunos humanos, los seres más fieles, los que nunca fallan... entonces los robots, creados a imagen de nuestras mejores mascotas, pero con aspecto humano... serán sin duda el juguete preferido dentro de muy poco tiempo. Y estoy hablando solo del aspecto psicológico y emocional, sin entrar en otros terrenos muchísimo más difíciles.
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