Immanuel Kant (1724-1804)
Ilustración – Idealismo trascendental – Ética Formal
“Con Kant se abre una nueva era en la filosofía alemana.
Su figura deja en la sombra todo lo anterior y
domina todo lo que sigue”
(J. Hirschberger)
Su figura deja en la sombra todo lo anterior y
domina todo lo que sigue”
(J. Hirschberger)
1. INTRODUCCIÓNÉPOCA: SIGLO XVIII.
La filosofía dominante en la época de Kant es la Ilustración. La Ilustración es, según vimos en Hume, un movimiento político y cultural de los que pretenden salir de las sombras de la edad media y del antiguo régimen para lograr que el hombre particular se guíe por la sola luz de la razón natural y, en el plano político, lograr que sea el pueblo quien se autogobierne.
Este ideal libertario es producido por el desajuste entre el poder económico y el poder social: mientras la burguesía crecía en poder económico, el poder político estaba aún en manos de nobles, reyes y altos cargos del clero.
La nueva burguesía buscará nuevas filosofías para justificar su ansia de poder político.
El siglo lo dominan las siguientes ideas:
- Los empiristas Ingleses, con la culminación de Hume en el más reduccionista escepticismo,
- Los cartesianos y los racionalistas, que reducen todo conocer a lo matematizable, alejando a la ciencia de un verdadero conocimiento del mundo, cada vez más amplio.
- Newton y la revolución científica que une definitivamente los dos mundos (sub y supralunar) bajo las mismas leyes y aparta radicalmente al hombre del centro del universo.
- Los enciclopedistas y teóricos de las revoluciones.
- El cristianismo escolástico (reformista o no) que aún sigue existiendo, gobierna en buena parte Europa e infunde la fe cristiana por todas y cada una de las corrientes arriba reseñadas.
PUNTO DE PARTIDA.
Kant, como filósofo moderno, se encontrará con todo este panorama. Partirá del racionalismo encarnado en la filosofía de Wolff y del escepticismo de Hume, para criticar ambos y extraer de los dos una nueva filosofía que solucione los problemas que plantean una y otra corriente.
Su objetivo fundamental para hacer filosofía, es decir, su punto de partida, será el intento de liberar a la filosofía del error. Pero no al estilo cartesiano, es decir, buscando verdades indubitables y deduciendo de ellas todas las demás; ni al estilo de Hume: limitando el conocimiento verdadero tanto que no dejaba nada cierto; sino haciendo una Crítica de la razón pura , es decir, plantar primero los límites del conocimiento racional, es decir, los límites del pensar, para después buscar una fundamentación para el obrar humano.
Pero el principal motor de la filosofía de Kant no será un mero limpiar, sino el “limpiar para”: la razón pura, una vez liberada de errores y dentro de sus límites, tendrá que fundamentar el derecho de los hombres y de las sociedades a ser libres, entendiendo aquí por libertad la libertad positiva interior y exterior, es decir, el libre albedrío, principio básico no sólo del liberalismo, sino también del cristianismo; y las libertades públicas.
En definitiva, podemos decir que Kant, un filósofo metódico, alemán, monótono y exacto, encerrado en su ciudad natal decide hacer filosofía para liberar al hombre de las ataduras políticas, sociales y mentales y entregar a ése hombre nuevo, con sus críticas, la llave de su libertad y de su obrar libre y responsable.
VIDA Y OBRA
Kant nace en Königsberg en 1724, estudia cerca de Könisberg y muere en Königsberg en 1804, poco más se puede decir de su vida. Sólo dos pinceladas más: vivió un ambiente pietista que le influyó en su concepción del mundo, del hombre y de la moral y tuvo problemas económicos hasta 1770 y una gran fama tras la publicación de la Crítica de la razón pura (1781).
Su obra se divide tradicionalmente en tres etapas (periodo precrítico, periodo crítico y periodo postcrítico), pero aquí no nos interesan, sólo que escribió sobre tres asuntos:
• ¿Qué puedo conocer?: Crítica de la razón pura (1781), Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse como ciencia (1783),
• ¿Qué puedo hacer? Crítica de la razón práctica (1788), Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785)
• ¿Qué me cabe esperar? La religión dentro de los límites de la razón natural (1793), Crítica del Juicio (1790).
1. LA FILOSOFÍA DE KANT
La filosofía de Kant se llama Idealismo trascendental. Es idealismo porque el ser es igual a la idea, pero ¿qué idea? No la idea platónica, ni la empirista, sino una idea que no conocemos ni de la que podemos decir nada, una idea nouménica que es el ser real de las cosas, pero nosotros no sabemos nada de esto, nosotros sólo conocemos fenómenos, por eso es trascendental, porque está más allá de nuestro conocimiento .
La filosofía de Kant que vamos a estudiar tiene dos vertientes:
1.1. EL USO TEÓRICO DE LA RAZÓN
El problema con el que se encuentra Kant nada más plantearse la creación de una nueva metafísica es plantar cara y superar la lucha absurda entre los que pretenden negar la existencia de la metafísica y los que la afirman sin pensar sobre su posibilidad, es decir, los escépticos contra los dogmáticos
La razón pura, es decir, la razón depurada de toda filosofía o presupuesto, deberá determinar quién tiene razón, si el escéptico o el dogmático, en esta lucha. Es decir, la razón sola tendrá que clarificar sus límites y ver dónde llega, sin autoridades, sin fes, ni presupuestos, sin aditivos.
Será pues la Crítica de la razón pura una crítica sobre la capacidad de pensar mismo, no una crítica de sistemas anteriores, y una crítica que tendrá que decidir hasta dónde puede llegar la razón sin contenidos experimentales, es decir, antes de toda experiencia.
Pero estamos en la modernidad y ya no hablamos del mundo, sino del lenguaje, de nuestro lenguaje sobre el mundo. La crítica pues buscará los juicios más adecuados para esa razón depurada de materia previa y se montará toda la crítica en torno a una cuestión: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?
Primero veamos qué son los juicios sintéticos a priori: Hume había encontrado dos tipos de juicios de la ciencia que dejaban a la ciencia sin posibilidad de predicción ni avance. Hume distinguía entre:
a. Las RELACIONES DE IDEAS, que son juicios donde el predicado está contenido, de algún modo, en el sujeto. Oraciones copulativas. Juicios analíticos. A=B, que (a la larga y analizando) no son más que A=A; y
b. Las CUESTIONES DE HECHO, que son juicios sobre cosas pasadas, a posteriori.
Limita pues el conocimiento a un mero conocimiento descriptivo del mundo en el momento actual o inactual (relaciones de ideas) o en momentos pasados (cuestiones de hecho). Dejando fuera del conocimiento no sólo a la metafísica, sino también a toda ciencia física (pues se elimina la base de la ciencia, que es el principio de causa).
Kant pensará que el juicio científico ha de ser sintético, es decir, que ha de aportar conocimiento y ampliar con ello nuestro campo de visión, yendo más allá del simple aparecer de las cosas y, por otro lado, tiene que ser a priori, es decir, antes (lógicamente) de toda experiencia. O sea, ni como Hume, que hacía partir todo conocimiento de la experiencia, ni como el racionalismo clásico, que hacía presuponer verdades de razón independientemente de toda experiencia, cuya negación equivalía siempre a una contradicción, pero que en realidad no aportaban conocimiento del mundo, porque estaban fuera del mundo.
Pero Kant une ambas concepciones en una, es decir, con su descubrimiento y fundamentación del juicio que conviene a la ciencia y a una supuesta metafísica científica supera racionalismo y empirismo y viene a decir que una vez instaurado el juicio (la forma) es necesaria la materia para que tenga sentido, es decir, primero será la ley, después el caso, primero la forma, después la materia.
Este es el punto clave de la filosofía de Kant: el apriorismo. Los juicios sintéticos a priori son posibles porque es el hombre, con su mirar, su percibir, el que pone orden al mundo, es decir, primero es la razón, luego la materia. Primero pensamos en la ley, luego vamos al mundo y comprobamos.
La forma es la base del conocimiento y de la razón para Kant. Las formas de la sensibilidad, del entendimiento o las ideas de la razón marcarán las diferentes partes de la crítica, que son:
1. Estética trascendental.
Donde trata las cuestiones del espacio y del tiempo como formas a priori de la sensibilidad.
El espacio y el tiempo son lo que queda después de aislar lo que la sensibilidad pone en la percepción de lo concerniente al intelecto. Son dos intuiciones (Anschauung) sensibles y no conceptos de la mente.
El espacio y el tiempo no pueden ser producto de abstracción a partir del material recibido por la experiencia, pues si intentamos aislar una duración o una parte del espacio estamos ya presuponiendo el espacio y el tiempo, que son condiciones.
Ni del espacio ni del tiempo podemos prescindir. Es imposible imaginar algo que no caiga bajo las determinaciones espaciotemporales.
Los espacios y tiempos de los que podemos hablar o imaginar son siempre representaciones singulares de un espacio y un tiempo únicos.
No son propiedades de las cosas. No son algo real.
No es que las cosas no puedan estar fuera del espacio o el tiempo, lo que ocurre es que nunca sabremos si pueden o no pueden, porque nosotros sólo podemos conocer lo que cae bajo el espacio y el tiempo que nosotros ponemos.
2. Lógica Transcendental
2.1. ANALÍTICA TRASCENDENTAL
La analítica trascendental trata de la segunda forma posible de conocer: el entendimiento. (La primera era la sensibilidad).
Se trata aquí de estudiar los límites del pensamiento, una vez determinados los de la sensibilidad (el espacio y el tiempo). El objetivo de Kant es limitar aquí el pensamiento sobre cuestiones no experimentables, para lograr así parar un poco los pies a la metafísica tradicional, que sobre un concepto de la mente trabajaba hasta la saciedad llegando a conclusiones variadas e indemostrables.
La idea de Kant se resume de esta manera: “pensamientos sin contenidos son vacíos; intuiciones sin conceptos son ciegas”. Un pensamiento sin contenido es imposible en el nivel que Kant se mueve; una intuición sin concepto, sin entendimiento, sin categorizarla, no es nada.
De la presunta amalgama del noúmeno no podemos conocer nada, pero resulta que vemos cosas y cosas bien formadas… la capacidad de ver esas cosas está en el entendimiento, y no en la sensibilidad (los animales no ven cosas), y analizando el entendimiento llegamos a encontrar formas puras que “informan” esa realidad nouménica. Estas formas puras lo son antes (lógicamente) de toda experiencia, porque de lo contrario serían producto de la experiencia y no explicarían nada.
Estas formas a priori del entendimiento son las categorías. Categoría es lo que permite conocer y hay que resaltar que ya no son (Aristóteles) nada de la cosa, sino del entendimiento (hemos desplazado ya el centro del objeto al sujeto).
Y como seguimos en la modernidad tenemos que ver que el pensamiento se estudia por el lenguaje y las categorías las deducirá Kant de los diferentes tipos de juicios:
- Cantidad: Universales - Particulares -Asertóricos
- Cualidad: Afirmativos - Negativos - Limitados
- Relación: Categóricos - Hipotéticos - Deductivos
- Modalidad: Problemáticos - Singulares - Apodícticos
Paralelamente tenemos (extraídas de los doce tipos de juicios) las doce categorías:
- Cantidad: Unidad - Pluralidad - Totalidad
- Cualidad: Relación - Negación - Limitación
- Relación: Inherencia y subsistencia - Causalidad y Dependencia - Comunidad
- Modalidad: Posibilidad / imposibilidad - Existencia / Inexistencia - Necesidad / Contingencia
2.2. DIALÉCTICA TRASCENDENTAL
“Todo conocimiento –dirá Kant– parte del sentido, pasa al entendimiento y termina en la razón”. Hemos visto cómo percibimos dentro de las condiciones espaciotemporales y cómo formamos conceptos gracias a las formas puras del entendimiento; ahora vamos a ver cómo traspasamos los límites marcados en busca de unas ideas de razón que serán la base de la dialéctica trascendental.
Idea aquí no significa ni forma platónica ni átomo de percepción inglés, sino algo que sobrepasa a nuestra capacidad de percepción y representación y que está más allá de lo que podemos conocer.
Estas ideas de razón sólo las suponemos, las imaginamos y tienen una realidad deducida. Son lo incondicionado, lo absoluto, lo que no necesita de nada: alma, mundo, Dios.
Pero adentrarme en el concepto de Dios, alma o mundo sólo me puede llevar a contradicciones, pues son conceptos, ideas, que son en sí mismos incondicionados.
Por esta razón plantea Kant las cuatro antinomias, para mostrar hasta dónde puede llegar la razón por el camino de la lógica:
1.ª antinomia (consideración cuantitativa del mundo).
Tesis: El mundo tiene un comienzo en el tiempo y se contrae a un espacio limitado.
Antítesis: El mundo no tiene comienzo ni limites en el espacio, sino que es infinito, tanto en el tiempo como en el espacio
2.ª antinomia (consideración cualitativa del mundo).
Tesis: Toda substancia compuesta en el mundo consta de partes simples y cuanto existe en general es o simple o compuesto de simples.
Antítesis: Ninguna cosa compuesta en el mundo consta de partes simples y no existe en general, nada simple en él.
3.ª antinomia (consideración relacional del mundo).
Tesis: La causalidad, según las leyes de la naturaleza, no es la única de la que puedan deducirse los fenómenos del mundo en su totalidad. Se impone como necesaria otra causalidad libre para explicarlos.
Antítesis: No hay libertad; todo en el mundo acaece puramente según leyes físicas.
4.ª antinomia (consideración modal del mundo).
Tesis: Al mundo pertenece, como parte o como causa de él, un ser absolutamente necesario.
Antítesis: No existe ningún ser absolutamente necesario, ni en el mundo ni fuera del mundo, como causa suya.
Las primeras dos antinomias son falsas en su totalidad, pues son el espacio y el tiempo condiciones de la percepción sensible. Las dos segundas son verdaderas en su totalidad, tanto la tesis como la antítesis, pues la libertad y Dios pertenecen al mundo nouménico, y en el mundo fenoménico no existen.
1.2. EL USO PRÁCTICO DE LA RAZÓN
Por uso práctico de la razón Kant entiende la filosofía moral, política, religiosa y estética.
1. 2.1. EL PASO DE LA RAZÓN PURA A LA RAZÓN PRÁCTICA
La tercera antinomia de la dialéctica trascendental nos presentaba a la razón capaz de pensar con la misma legitimidad dos tipos de causalidad: la causalidad libre y la causalidad mecánica. La analítica ya había mostrado que la naturaleza estaba sometida a la ley de la causalidad. Pero en la mencionada antinomia se nos descubría la posibilidad e inteligibilidad de la libertad, que si bien no podía ser aplicada a la realidad fenoménica, quizá pudiera realizarse más allá de ese límite: en el ámbito nouménico de las cosas-en-sí.
El hombre es el único ser de la creación que se sabe poseedor de esas dos clases de causalidad. Como fenómeno tiene inclinaciones y deseos sensibles; su obrar fenoménico depende de su carácter empírico, pero, como ser racional se declara libre de toda influencia de la sensibilidad y de toda determinación temporal.
La razón teórica poco podía decir sobre la existencia de aquellos incondicionados que expresan las ideas de Dios, mundo y alma, y que son los objetos propios del saber metafísico. Sin embargo, también ponía al descubierto la tendencia natural e inevitable que ella misma siente a interrogarse incesantemente sobre esos asuntos, que son desde siempre la preocupación esencial del hombre.
La razón ha de ser criticada para mostrar sus limitaciones y finitud. Una vez ejercida a crítica, se comprenderá que es la moral, y no la ciencia, la que ha de enfrentarse a los interrogantes últimos de nuestra razón. Para Kant la razón tiene dos dominios fundamentales: el de los conceptos de la naturaleza y el del concepto de la libertad.
Sin el uso práctico, el sistema de la razón quedaría incompleto, quedarían sin respuesta las cuestiones fundamentales que atañen al ser humano. Además, quedaría sin explicar el dinamismo del hombre en su totalidad. Por ello, no puede extrañarnos que Kant reitere una y otra vez la superioridad de lo práctico y de la filosofía moral frente a cualquier otro tipo de explicación racional.
Práctico en la filosofía kantiana se refiere a todo aquello que es posible mediante la libertad. Para saber si algo es o no práctico, debe precisarse el fundamento que ha determinado a la voluntad, entendida como facultad de desear, a actuar. Esta facultad se caracteriza por ser capaz de obrar según la representación de una ley que no es producto del entendimiento, sino de la razón.
De este modo, el resultado de la Crítica de la razón pura no es simplemente negativo; el criticismo libera el campo de lo suprasensible del ámbito de la metafísica para hacerlo auténticamente disponible. La existencia de Dios, la inmortalidad del alma, la libertad de la voluntad humana, no son teoremas de la razón pura; son el objeto de una fe inextinguible que existe en la profundidad de cada hombre y, por lo tanto, también en aquellos que ni se dan cuenta de que la poseen. Se trata de comprender que el hombre posee por esencia esta fe, que no es un efecto producido desde el exterior por la razón metafísica reservada a unos pocos privilegiados.
La moral no es un saber basado en la metafísica destinado a seguir las vicisitudes de ésta, sino que es la raíz de esa fe. Todo hombre tiene presente la “voz de la conciencia" que sería incomprensible si fuese separada de tal fe.
1.2.2. LA NUEVA HEGEMONÍA DE LAS IDEAS.
Las tres condiciones del supremo bien son las tres ideas trascendentales de la razón que analizó Kant en la Crítica de la razón pura . Estas ideas, que allí fueron afirmadas como pensamientos posibles, se presentan ahora como postulados. Sin embargo, esto no supone un conflicto entre los intereses teóricos y los prácticos de nuestra razón.
En el plano teórico las ideas no eran más que hipótesis, meros fundamentos explicativos para llevar al conocimiento a una mayor unidad sistemática. En el uso práctico, sin embargo, son presentadas como esenciales a priori para la realización del supremo bien, que, a su vez, también es necesario. Han dejado de ser hipótesis para convertirse en postulados.
Los postulados son proposiciones teóricas porque se refieren a existencias, pero en absoluto se identifican con dogmas teóricos que amplíen nuestro conocimiento especulativo.
Cabe hablar de hipótesis teóricas, pero con necesidad únicamente subjetiva. La razón práctica no requiere en ningún momento la existencia de esa realidad; simplemente exige que creamos en ella en beneficio del uso práctico de la razón.
Tales afirmaciones no son conocimiento (como el teórico), pero tampoco son meras opiniones. El estatuto epistemológico que les corresponde es el de creencias; pero se trata de creencias racionales.
El impulso hacia la búsqueda de Dios, la inmortalidad y la libertad, es una exigencia de la propia razón.
Como postulados, las ideas consiguen una realidad objetiva de la que antes carecían. Para la razón teórica eran trascendentes y regulativas, y ahora se convierten en inmanentes y constitutivas. Es importante señalar que Kant insiste en que no se ha producido ningún aumento de nuestro conocimiento. El aumento tiene relación con lo práctico; y la realidad objetiva que la ley moral concede a las ideas es muy distinta de la que proporcionan las categorías del entendimiento a los objetos de experiencia.
1.2.3. EL IMPERATIVO CATEGÓRICO. FORMALISMO UNIVERSAL KANTIANO.
La existencia de lo práctico en nosotros no necesita justificación alguna: “Este supuesto [que existan leyes prácticas] puede asumirlo razonablemente, no sólo acudiendo a las demostraciones de los moralistas más ilustres, sino al juicio ético de todo hombre que quiera concebir esa ley con claridad.” (Crítica de la razón práctica).
La pregunta que le corresponde hacerse al filósofo no es si la moral es o no posible (como en el caso de la metafísica en la Crítica de la razón pura ), sino cómo es ella posible. El punto de partida de la crítica kantiana es la experiencia moral, pero no en su totalidad. Fundamentalmente, Kant se centra en un elemento de la moral: el juicio moral.
Como el juicio moral es un juicio humano que aparece en el seno de una conciencia en la que hay además inclinaciones y deseos sensibles, habrá que extraer el elemento propiamente moral implícito en él, analizarlo y descubrir sus condiciones de posibilidad con vistas a fundamentar nuestra dimensión práctica.
La razón no sólo es la suprema unificación de la diversidad sensible, sino que también determina la voluntad.
La voluntad humana, ¿está únicamente determinada por la razón? En absoluto. La voluntad está determinada por órdenes, prescripciones, principios prácticos, que la impulsan a esto en vez de aquello. Tales principios prácticos presuponen ciertos impulsos y deseos que se refieren a objetos empíricos. La máxima de comer bien, por ejemplo, que uno puede prefijarse, es un principio práctico que presupone un deseo particularmente intenso hacia la comida.
El individuo humano detecta como válidos todos los principios prácticos de este tipo sólo por su voluntad, entendida como facultad de desear. Sin embargo, no es en estos casos cuando la voluntad está determinada por la razón.
Además de estas inclinaciones, existen también principios que no expresan impulsos inmediatos ni deseos, sino reglas de la razón. Kant se refiere a las reglas de trabajar y ahorrar en la juventud para no pasar penalidades durante la vejez o a la referente a ser cívico para conseguir mayores beneficios sociales, etc.
Estas reglas son racionales, en contraposición con los principios citados más arriba; no obstante, se trata de imperativos hipotéticos, que todavía no son los que deben guiar el comportamiento moral del hombre. Tales imperativos son condicionados, esto es, se apoyan en hipótesis o condiciones.
El imperativo hipotético puede ser problemático o asertórico. El primero expresa la necesidad de una acción como medio para un propósito posible; se trata de reglas de la habilidad que prescriben lo que ha de hacerse para conseguir determinado fin que el hombre pueda proponerse, por ejemplo, los preceptos de las artes o de las ciencias.
El segundo tipo de imperativos hipotéticos, llamados también “consejos de la prudencia”, indican lo que debe hacerse para obtener un fin presuntamente supuesto en todo ser humano, la felicidad. Son asertóricos porque todos los hombres persiguen la felicidad mientras que no todos buscan los mismos fines, técnicamente definibles, como ocurría con los imperativos hipotéticos, puesto que mandan una acción, no por sí misma, sino en orden a la felicidad.
La razón determina a la voluntad no sólo mediante imperativos hipotéticos, sino también mediante un imperativo, que es “categórico”, es decir, no condicionado por la hipótesis de que uno desee cierta cosa. Por lo tanto, es válido universalmente, o sea, por la voluntad de todo ser racional.
De este modo, la voluntad se mueve por principios. Tales principios pueden ser puramente prácticos (imperativo categórico) o técnico-prácticos (imperativos hipotéticos). En estos últimos la voluntad es movida por principios esencialmente teóricos, esto es, dependientes de la naturaleza del objeto que se desea alcanzar. Si es la libertad la que debe presidir en la voluntad, entonces los principios por los que ha de regirse serán principios puramente morales, puramente prácticos. De ahí el formalismo del imperativo categórico que propone Kant en la moral.
Todos los principios prácticos determinados por objetos empíricos, y por lo tanto a posteriori, no pueden ser universales, no pueden ser imperativos categóricos.
Un principio práctico no goza de universalidad por su materia, por su contenido, sino por su forma. La forma es lo que permanece cuando se hace abstracción completa de su materia.
La forma de un principio práctico universal es a priori. Es la razón pura la que se presenta como legisladora universal de la voluntad.
En cuanto la razón determina por ella sola, o sea, sin presuponer ningún sentimiento, impulso, deseo o inclinación, a la voluntad, la razón se convierte en imperativo categórico, una orden que no se subordina a condición alguna a posteriori.
Eso no quiere decir que el imperativo categórico siempre sea seguido por todos, sino que siempre es sentido por todos los seres racionales en lo que respecta a su carácter categórico. Es la llamada voz de la conciencia, que al imponer a la voluntad el desear el ordenamiento racional, y por lo tanto, universal, del mundo, dice al hombre: “haz lo que creas que todo ser dotado de razón debería hacer en tu situación”.
El querer algo por estar convencidos de que cada ser racional ante cierta situación debería quererlo, es lo que comúnmente llamamos “buena voluntad”, la voluntad determinada por la razón.
De este modo, todo querer tiene siempre por objeto una materia determinada, un contenido empírico, pero no es esta materia el motivo por el cual la buena voluntad desea.
Del concepto de imperativo hipotético no puede extraerse la regla de los mismos, puesto que no se sabe de antemano lo que contiene, estando sus mandatos determinados por la condición de que depende. Sin embargo, cuando se piensa un imperativo categórico, se tiene clara noticia de su contenido y por tanto, es posible extraer de él su fórmula. El concepto de imperativo categórico no contiene más que la “ley”, que manda incondicionalmente, y la necesidad de la máxima de conformarse a dicha ley.
Una ley incondicionada ha de ser independiente de todo contenido; ella es pura forma, única y universal.
El imperativo categórico nos ordena cumplir nuestras acciones, ordenar nuestras máximas, sin ninguna otra representación que la de la ley. La fórmula que Kant propone es la siguiente: “obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal” (Crítica de la razón práctica).
De esa fórmula general deducirá Kant tres fórmulas derivadas, pero que no son otra cosa mas que expresiones diversas de un único imperativo categórico. Tales fórmulas tratan de hacer la ley más asequible a los hombres, comprometiéndola con la naturaleza y la acción.
La primera fórmula derivada del imperativo categórico dice: “Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza” (Fundamentación de la metafísica de las costumbres).
La segunda fórmula se expresa en estos términos: “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un final mismo tiempo, y nunca solamente como medio” (Fundamentación de la metafísica de las costumbres).
Esta segunda fórmula significa que para que el imperativo categórico sea posible, es obligado considerar al hombre como “un fin en sí mismo”. Sabemos que la voluntad es la facultad de obrar conforme a fines; ella no puede querer en vano, siempre tiene que querer alguna cosa. Sin embargo, también hemos visto que querer algo no es lo propio de la moralidad, pues todos los seres de la naturaleza, todos los objetos materiales, no son más que medios al servicio de las inclinaciones.
Sólo las personas, los seres dotados de razón, existen como fines en sí mismos, y no sólo como meros medios. Dado que el hombre es también un ser sensible, puede servir al mismo tiempo como medio; pero Kant insiste en que no debe ser tratado simplemente como tal, sino también como fin.
Cuando Kant habla de “fin” en este contexto, no se está refiriendo al fin que ha de realizarse, sino a un fin que debe ser respetado.
Teniendo en cuenta que el fundamento de la legislación universal se halla, desde el punto de vista objetivo, en la forma de tal legislación que hace de ella una ley y, desde el punto de vista subjetivo, en el fin, parece evidente que elegir como fin el respeto a los hombres es una elección del principio de obediencia única de la ley moral.
La tercera y última formulación dice: “obra según la máxima que pueda hacerse a sí misma al propio tiempo ley universal” (Fundamentación de la metafísica de las costumbres).
Ya se ha explicado el carácter formal y universal de la ética kantiana, pero queda por definir su naturaleza deontológica. La ética que propone Kant es una ética del “deber”.
Es evidente que no toda voluntad es buena necesariamente. En realidad lo que se ha de decir es que la voluntad mantiene una eterna lucha con las disposiciones naturales. La idea de deber, de obligación, así nos lo muestra. El grado máximo de la moralidad se halla en el cumplimiento del deber, y la buena voluntad es aquella que obra por deber. Si la buena voluntad fuera el único criterio de valoración moral, tendríamos buenos y malos por naturaleza, por inclinación. Sin embargo, al convertir el criterio de valoración moral a términos de deber, obtenemos la fórmula “haz el bien, no por inclinación, sino por deber”.
Para explicar cómo la voluntad es determinada a actuar conforme al deber, Kant acude a dos conceptos: el de respeto y el de ley.
El deber es concebido como la obediencia a una ley. Toda cosa en la naturaleza obra según leyes, pero sólo un ser dotado de razón puede obrar según la representación de las leyes; sólo él tiene voluntad. El valor moral de una acción realizada por un ser con voluntad residirá siempre en que el principio determinante de nuestra acción sea siempre la representación de la ley por sí misma, y no el efecto que de ella se espera.
¿Qué clase de norma ha de ser aquella que, sin necesidad de considerar el efecto, ha de determinar la voluntad? Esa ley no puede expresar más que la universalidad de su legalidad. De ahí la expresión:
“yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal” (Fundamentación de la metafísica de las costumbres).
De este modo, la ley moral es una ley práctica porque se refiere al querer, y universal porque es válida para todo ser racional.
Además de racional, el hombre es también sensible, y es preciso reconocer la presencia de cierto componente irracional en nuestras acciones. La conciencia de deber siempre va acompañada de un sentimiento de adhesión o agrado hacia lo bueno y de desagrado o repulsión hacia lo malo. Así, podemos decir que si el principio determinante, el motivo moral de la buena voluntad era la obediencia al deber por el deber mismo, el móvil de ésta será un sentimiento original que surge de la representación de la ley. Tal sentimiento se llama respeto y será el que sienta la buena voluntad hacia la ley.
1.2.4. AUTONOMÍA Y LIBERTAD.
La tercera fórmula del imperativo categórico kantiano enuncia la autonomía como principio fundamental de la moralidad. Esto significa que la afirmación de la racionalidad de la ley implica, o mejor, se identifica con la autonomía. Para que el imperativo categórico sea posible, tendrá que ordenarnos a obrar de manera que nuestra voluntad pueda ser considerada siempre como legisladora de la ley universal a la que se somete.
Si el ser razonable no debe obrar más que de acuerdo con leyes universalizables si, además, ese ser ha de ser tratado como un fin en sí mismo no puede estar simplemente al servicio de la ley universal, puesto que entonces no sería más que un simple medio. Para salvaguardar su dignidad como fin, el hombre ha de ser no sólo servidor sino también legislador de la ley. La autonomía es el concepto clave de la moralidad.
La moral, para ser auténtica, ha de ser autónoma. De este modo, el respeto que provoca en nosotros la sumisión al deber aparece como la dignidad del ser humano, en tanto que él es el sujeto de la moralidad.
La autonomía le sirve a Kant para explicar por qué las morales heterónomas, anteriores a él, han fracasado.
Según la Crítica de la razón práctica, los principios prácticos son proposiciones que contienen un conjunto de reglas para la determinación de la voluntad. De acuerdo con la clasificación vista anteriormente, se agrupan en dos grandes bloques: principios materiales y principios formales.
A la primera clase pertenecen todos aquellos principios y teorías de la moralidad defendidos por los sistemas filosóficos contra los que va dirigida la crítica kantiana.
“Todos los principios prácticos que suponen un objeto (materia) de la facultad de desear como fundamento o determinación de la voluntad, son todos ellos empíricos y no pueden proporcionar ley práctica alguna”.
Los principios materiales ponen como fundamento de determinación de la voluntad la representación de la realidad de un objeto, en el caso de que la consecución de tal objeto procure placer al sujeto. Sin embargo, el placer o el dolor no son posibles de determinar a priori, sino que hay que acudir a la experiencia para comprobar si efectivamente son procurados.
Precisamente por ser empíricos los principios materiales no pueden suministrar leyes prácticas, puesto que una ley, para ser tal, ha de poseer una necesidad objetiva fundada a priori. La crítica a las éticas materiales descansa en el carácter empírico de sus principios.
Kant establece los motivos materiales determinantes de la vida moral, motivos objetivos internos o externos y subjetivos, también internos y externos.
Los motivos subjetivos, tanto internos como externos, son todos empíricos y no pueden servir como fundamento a una obligación. De ser así, tal obligación estaría determinada por causas externas, o bien por un sentimiento, y no estaría justificada en su validez universal. Lo mismo puede decirse de los motivos objetivos. Además, como se deduce del formalismo de la moral kantiana, el bien y el mal no deben ser determinados antes que la ley moral, sino únicamente después de ella y mediante ella.
Kant, además del materialismo, critica de las éticas su heteronomía. Ninguno de los principios prácticos materiales pueden explicar la verdadera esencia del obrar moral porque todos responden a una heteronomía de la voluntad; es decir, en todos ellos el principio que mueve a la voluntad le viene dado desde fuera por algo ajeno a su propia racionalidad. Sólo un principio puramente formal puede dar razón de la idea de autonomía como principio supremo de la moralidad.
De esta autonomía moral, expresada en la última formulación del imperativo categórico, se concluye la identidad entre la libertad y la moralidad. En efecto, por autonomía ha de entenderse autodeterminación de la voluntad.
La voluntad una especie de causalidad, y la esencia de toda causalidad es la legalidad. Pues bien, si ley es sinónimo de determinismo, de ausencia de libertad, y si la voluntad está determinada por leyes, parece que sólo el concepto de autonomía puede salvar esta dificultad.
La voluntad tiene capacidad para obrar al margen de los estímulos sensibles y para actuar sin que una causa externa le impulse a ello. Así pues, la autonomía se identifica con esa libertad trascendental, exclusiva de la voluntad de los seres racionales.
La libertad de la voluntad no significa ausencia de toda ley, sino sujeción a la propia ley, a la ley que ella se dicta a sí misma.
1.2.5. LOS POSTULADOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA.
La razón mantiene siempre una dialéctica, fruto de la pretensión connatural a ella de aventurarse más allá de lo que le permiten sus propios límites, en busca del conocimiento de la totalidad.
En la Crítica de la razón pura , la dialéctica debía desvelar la ilusión teórica con el fin de poner límites a una razón que, enfrentada a ciertos objetos, se descubría incapaz de alcanzarlos y determinarlos como susceptibles de conocimiento objetivo. Era el caso de las totalidades incondicionadas que en el uso teórico de la razón sólo podían ser aceptadas como pensamientos problemáticos.
Pero la razón pura práctica produce sus propios objetos (el bien y el mal), de manera que su dialéctica o doctrina de la ilusión no puede en este ámbito surgir como limitación de la pretensión de conocer objetos que excedan a su propia capacidad.
De este modo, la razón pura práctica, cuando ha establecido la ley moral como la condición incondicionada de la moralidad, busca el incondicionado como la totalidad del objeto de la razón pura práctica, el supremo bien.
No obstante, como nuestra razón es una razón finita y limitada, se hace necesario postular algunas condiciones que nos permitan lograr la consecución del supremo bien. Estas condiciones son: la inmortalidad del alma, la libertad y la existencia de Dios.
Con respecto a la inmortalidad del alma, a pesar de que el hombre desea el acuerdo entre la virtud y la felicidad, la adecuación completa de la voluntad con la ley es la santidad, y ésta no puede ser lograda por ningún ser racional durante su existencia en el mundo. Ahora bien, si esa santidad es prácticamente exigida, deberá realizarse en un proceso ad infinitum en el que se vayan reduciendo cada vez más los obstáculos que impiden el acuerdo perfecto de nuestra voluntad con la ley moral. La inmortalidad del alma viene a asegurar el progreso que permitirá al hombre acercarse a la santidad, entendida como último grado de la virtud.
En lo que respecta a la existencia de Dios, el supremo bien ponía como primera condición de su posibilidad que la inmortalidad del alma asegurase el mayor grado de virtud del hombre. El postulado de la existencia de Dios garantiza el acuerdo pleno entre la felicidad y la moralidad, pues Él es el único ser capaz de lograr que tal acuerdo se cumpla.
La felicidad, dice Kant, no es otra cosa que la completa armonía de nuestra naturaleza sensible con nuestra voluntad. Pero la ley moral nada tiene que ver con las leyes de la naturaleza.
En el hombre no puede darse el acuerdo completo entre ambos tipos de ley, con lo cual habrá que suponer la existencia de una causa de la naturaleza que contenga el fundamento de esa conexión entre las leyes de la naturaleza y las leyes de la libertad. Dicha causa es, a la vez, razón y voluntad, legislador y creador del mundo. Dios aparece como el supremo bien originario, causa del bien supremo derivado, el mejor bien que es posible en el mundo.
La existencia de Dios es la condición indispensable del supremo bien; este último no puede hallarse en este mundo, pero el hombre ha de trabajar para lograr acercarse a ese ideal que la razón práctica le ordena cumplir. Para ello, necesita creer en ese ser, garante de la felicidad que le recompense por el deber cumplido.
La razón práctica es la que nos conduce hasta el concepto de Dios. El hombre se eleva a Dios desde la ley moral, no desde su naturaleza. La razón teórica presuponía la existencia de un ser como causa inteligente del mundo, pero no podía llegar a determinar ni su existencia ni su esencia. Sin embargo, la razón práctica puede asegurar la existencia de Dios y concebirlo como un ser dotado de la perfección absoluta, puesto que Él es exigido como condición de la existencia del supremo bien.
Kant dedica poco espacio al tema de la libertad como postulado de la razón pura práctica; no obstante, reconoce que tiene que aceptarla como otra de las condiciones necesarias para la realización del objeto total de la razón práctica.
En la Crítica de la razón práctica, Kant habla de la libertad en dos secciones. Por un lado, en la Analítica demuestra su realidad objetiva a través de la exposición trascendental de la ley moral como factum de razón.
Además, en el prólogo a la Crítica afirma que la libertad es la única idea de la que conocemos a priori su posibilidad, porque es ella la ratio essendi de la ley moral. Sin embargo, Kant también afirma en el prólogo que Dios y la inmortalidad del alma no son realidades que puedan ser percibidas, porque no son condiciones de la ley moral, sino sólo del objeto necesario de una voluntad libre: el supremo bien.
Estas dos afirmaciones nos obligan a no confundir la libertad como autonomía y la libertad como postulado. La segunda constituye la confianza que el hombre tiene de poder llegar a vencer los obstáculos de la sensibilidad que se oponen al cumplimiento del deber. Como nada nos asegura que podamos alcanzar en este mundo un grado de virtud tal que nos convierta en merecedores del supremo bien, la libertad hay que considerarla como mero postulado.
1.2.6. LA FE MORAL.
Ha quedado claro que la realidad atribuida a las ideas nouménicas se halla en relación únicamente con el ejercicio de la ley moral. No puede hacerse ningún uso de ellas para los fines de la teología natural o de la física. El postulado es tan sólo una necesidad del ser moral finito. El término necesidad revela su carácter práctico, no supone ninguna certeza, sino únicamente una fe problemática, que es la única que se adapta a la condición de hombre.
Al final de la dialéctica de la razón práctica, Kant hace ver que una certeza cualquiera que el hombre pudiese tener acerca de la realidad suprasensible, destruiría la vida moral del hombre.
Si, efectivamente, Dios y la eternidad estuvieran continuamente delante de nuestros ojos, o lo que es lo mismo, pudiéramos demostrar su existencia, la transgresión de la ley sería impedida, cuanto se mandara sería cumplido.
La moralidad de las acciones, de la que depende el valor de la persona y del mundo a los ojos de la sabiduría suprema, no existiría en absoluto. La conducta del hombre se transformaría en un mero mecanismo en el que todo funcionaría perfectamente.
Ahora bien, las cosas se presentan para nosotros de un modo muy distinto. Por mucho que se esfuerce nuestra razón, no podemos llegar al conocimiento de la realidad nouménica. La ley moral, sin prometer nada con certeza, exige de nosotros el respeto desinteresado. Sólo así, sin certeza ninguna, puede tener lugar la intención verdaderamente moral.
Como condiciones del empeño moral, los postulados deben tener el mismo carácter que las ideas de la razón pura: deben valer problemáticamente, esto es, no pueden ofrecer certeza irreductible, ya que sería contrario a la condición del hombre y haría imposible la vida moral misma. El postulado no autoriza a decir yo sé, sino únicamente yo quiero.
“El hombre justo puede desde luego decir: yo quiero que haya un Dios, que mi existencia en este mundo, aun fuera de la conexión natural, sea también una existencia en un mundo puro del entendimiento y, por último, que mi duración no tenga fin; yo persisto en esto y no me dejo quitar esta fe, siendo éste el único caso en que mi interés, ya que no puedo descuidar nada, determina inevitablemente mi juicio, sin atender sofisterías.” (Crítica de la razón práctica).
[Este es uno de los peores vicios de la filosofía moderna: el usar la filosofía para agradar al poder político, en utilizar la filosofía para otras cosas distintas al conocimiento puro y sincero de la verdad]
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