viernes, 1 de mayo de 2015

Cobardía y ateísmo



El fantasma de la cobardía recorre Europa como una plaga bíblica que se extiende por todos los rincones del espíritu y amenaza con deshacer el alma de los europeos. Creo que la viene de la mano de nuestra democracia globalizante y masonizante. Aunque el miedo es consecuencia de la falta de fe, la cobardía está en todas partes, quizá porque en nuestra época la fe se ha perdido casi por completo. O dicho de otro modo, la increencia está en el ambiente y la respiran tanto ateos prácticos como creyentes (ya ni los ateos creen realmente que Dios no exista, simplemente no le prestan atención y viven como si no existiera, no lo niegan porque eso supondría creer en algo).

La cobardía -decimos- está en el ambiente y afecta por igual a ateos que a creyentes. Lo respira cualquiera en la televisión, el el parque, en el psicólogo o en el confesionario, adentrándose en el alma pensamientos nihilizantes que anidan en el cerebro: "solo se vive una vez", "disfruta de la vida mientras puedas", "eres muy valioso", "nadie puede contigo"...

La afirmación de la vida y del yo como única fuerza es la negación de la vida eterna y de Dios: por esta razón el miedo no es cristiano, porque todo miedo tiene su raíz en la muerte y Cristo venció a la muerte. Sí hubo varios casos de cobardía en la Iglesia primera. Y hubo un cobarde que se lavó las manos y poco antes (con toda lógica) había formulado un principio relativista (Quid est veritas?). Todo esto es lógico, porque en el mundo antiguo solo importaba esta vida, solo se vivía una vez. Pilatos tenía que hacer cálculos para no terminar asesinado, no podía hacer justicia, solo podía calcular el precio de su decisión. 

El ambiente de inmanencia, pilatiano, hace que el miedo sea valorado como algo positivo. A la cobardía la llaman estrategia, prudencia o inteligencia; y a la valentía locura. Hay un calculo ético, de hasta dónde puedo hacer "el bien" sin mojarme demasiado. Ya nadie se enfrenta al agresor: se llama a la policía, no se crucifica a Cristo, pero se deja que el pueblo decida. Los jóvenes no irían a la guerra ni por todo el oro del mundo. Ya nadie planta cara, se mira para otro lado. Y se convive y colabora con el mal, pensando en males mayores si no se hace. Como el miedo a la muerte es la raíz de todos los miedos, entonces hay miedo a perder el puesto de trabajo, o el de dirección ("¡tanto has luchado porque te tomaran en serio!"), miedo a no alcanzar lo que se desea, a comprometerse... y termina con un miedo a vivir o haciendo cualquier cosa por seguir haciendo cualquier cosa (lo cual no deja de ser paradójico). Y la vida consiste en estar alerta y tomar precauciones. hay que tener cuidado, dicen, si escribes esto o lo otro, si dices A o B, si alabas a X o denigras a Y. Tienes que andar con cuidado porque puedes perder lo que tienes. Pero realmente eso que tanto guardamos no es tan valioso, no merece la pena.

La cobardía campa a sus anchas por todos los rincones, pero especialmente por los ambientes religiosos, curioso síntoma que da miedo analizar. En todo caso, sabiendo que hay que morirse y que esto no merece la pena, no cabe espacio para la cobardía.

Hay que recordar, se recuerdan con demasiada frecuencia, las palabras del valiente caballero don Quijote, que cuando ya ha perdido la fe y la esperanza, se comporta como un cobarde huyendo de los rebuznadores, es decir, del pueblo, y dejando al pobre Sancho a expensas de los enemigos... y se justifica así:

"—No huye el que se retira —respondió don Quijote—, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo. Y, así, yo confieso que me he retirado, pero no huido, y en esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores"
Segunda parte, capítulo XXVIII 

  

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