domingo, 20 de agosto de 2017

¿Qué pasaría si Cataluña se independizara?

Los Pujol en un paraíso natural... y fiscal
Sé que espera que le diga qué hacemos con el Barça o si permanecerían en la UE o no. Pero no va a ser así, si eso espera deje de leer, porque no va a encontrar un diagrama de consecuencias. 

Mi tesis: la pregunta es improcedente porque “Cataluña” no es una entidad diferente de España, es esencialmente España. La pregunta es tan absurda que no puede contestarse ¿Qué pasaría si a Jordi le cortamos la cabeza? Evidentemente, la pregunta no tendría sentido porque ya no sería Jordi, estaría muerto. Pues eso mismo pasa con Cataluña.

No es que haya habido dos países, dos naciones,  que se han unido en algún momento de su historia, España es una unidad desde antes de formarse siquiera los términos 'Cataluña' y 'España'. Lo que lo correcto es decir que algunos (algunos catalanes, vascos, andaluces o castellanos) quieren destruir España, y la quieren destruir por una razón: el poder.

España, como toda nación, ha tenido sus enemigos y los tendrá siempre, porque una nación es una forma de poder frente al mundo, es una unidad de poder, una forma de ser natural que quiere seguir existiendo y como tal pueden salirle enemigos exteriores o interiores, como a todo organismo vivo. En un tiempo  pasado fue Inglaterra la que quería ver a España sumida en el desastre para apropiarse de sus territorios o mercados. En otro tiempo el mal estaba dentro y los reyezuelos de taifas o los señores feudales querían un Estado débil para hacerse con un poder absoluto en un territorio pequeño. En ambos casos es el ansia de arrebatar el poder  a la nación el que mueve al ataque contra la misma. Pero España siempre soluciona sus problemas temporales, porque es una unidad metafísica, va más allá de lo temporal y es superior a los elementos que la componen.

En Cataluña lo que ocurre es lo segundo: unos señores feudales se cansan de tener que someterse a la ley para hacer lo que quieran. Y lo hacen en dos movimientos que se superponen:

Por un lado se crea una casta de corruptos representados por CiU y el PSC que va acaparando poder a costa de la retirada progresiva del Estado Español. Más poder significa presupuestos más amplios, muchos más altos cargos, muchos más enchufes, más mordidas y demás… y sobre todo más impunidad, cada vez son más los catalanes que viven de una u otra forma de la Autonomía o del catalanismo.  

Por otro lado se difunde el sentimiento nacionalista que consiste en crear un país desde arriba. Normalmente los nacionalismos funcionan al revés: un pueblo con una identidad y una historia, sometido a otro pueblo, genera políticos que lo llevan a la independencia. En Cataluña, no hay ni historia diferente, ni dos pueblos, ni ningún sometimiento. No hay ninguna ley española, de ninguna época, que limite los derechos de los catalanes. No hay ningún hecho diferencial. Por eso el nacionalismo se organiza de arriba abajo: son los políticos los que crean la identidad y el problema. 

Decía Ortega, que el nacionalismo necesita además de un sentimiento, un territorio que reivindicar y un enemigo al que hacer frente, por eso en el diseño nacionalista se basa en crear artificialmente el sentimiento, organizar campañas de odio a lo español (que en este caso es un odio hacia sí mismo de carácter freudiano en el que no me puedo detener) y reivindicar territorios españoles.


Siendo así las cosas (como ante cualquier problema) tenemos tres opciones: dejar que el grupo de los corruptos y corruptores sigan creando desde arriba su estado catalán, creando una nación artificial para satisfacer sus deseos de poder; plantarles cara de forma contundente y definitiva; o aplazar el problema (que es lo que suelen hacer los gobiernos democráticos).

Evidentemente la primera opción no tiene ningún sentido: ¿les dejamos? ¿qué pasaría si les dejásemos? La respuesta es evidente. Esto no puede pasar, no se trata de que yo no quiera, sino que es imposible. No se puede romper una nación así con una ley, porque una nación es un intercambio constante de todo, de bienes, de servicios, de gentes, valores, esperanzas, historia y genes. Es muy difícil determinar qué es catalán y qué andaluz, qué castellano y qué catalán. 

En los momentos difíciles, como en los atentados terroristas, sentimos que somos una nación. No importa el lugar de la geografía en la que suceden los hechos, porque simplemente han atacado a españoles, a todos los españoles, en este caso es un ataque extranjero, pero si a cualquier español se le le ataca por el hecho de serlo, toda la nación se pone en guardia.

Cuando las naciones no estaban delimitadas ni territorialmente ni espiritualmente sí podían unidades destinadas a ser lo mismo romperse en dos, como ocurrió entre España y Portugal o entre Alemania y Austria. Pero el andar de los tiempos ya hace imposible la ruptura de unidades históricas naturales. Cuando Alemania fue partida en dos tras la Segunda Guerra Mundial, todo el mundo sabía que esa situación era momentánea.

Es cierto que la política a veces no corresponde con lo natural: irlandeses, serbios, estonios, saben perfectamente quiénes son, porque tienen una raza, una religión, una historia diferente, y han estado sometidos, pero en España no existe ningún tipo étnico o cultural puro, somos todos lo mismo, la misma historia, los mismos genes, el mismo futuro, el mismo sentir ante la adversidad.

Por esto, porque somos en realidad lo mismo, los políticos catalanes plantean el problema como algo sentimental, en tiempos de la postverdad la realidad importa poco, solo el sentimiento –el poder de la voluntad- de la gente: es catalán el que se siente catalán… pero claro el sentimiento es manipulable, si en el colegio, en la radio y en la televisión, si en el Ayuntamiento y en la calle solo se habla de Cataluña como nación, buscando hechos diferenciales e historias inventadas sobre un previo reino catalán independiente…

Somos una nación, en lo económico ¿Es la Caixa una empresa catalana?, ¿De dónde sacan las materias primas, la mano de obra o los clientes las empresas catalanas?, ¿De dónde sacan las materias primas, la mano de obra o los clientes las empresas de Zaragoza?, en la historia ¿No había catalanes en la corte de los Reyes Católicos? ¿No participamos juntos en la conquista de América? ¿No luchamos juntos por el catolicismo en Europa? ¿No tuvimos la misma invasión francesa y la misma reacción en 1812? ¿No tuvimos la misma guerra civil? ¿No trabajamos juntos por la reconstrucción tras la guerra? ¿No eran catalanes los 18 ministros catalanes de Franco?; en lo personal ¿los hijos de los andaluces que fueron después de la guerra son catalanes? ¿Son catalanes los Puig que llevan tres generaciones en Valladolid? ¿Son catalanes los que se fueron a América? ¿Son catalanes los zamoranos del Barça? ¿Y los inmigrantes africanos afincados en Cataluña? ¿son catalanes?; en los valores ¿No somos todos mediterráneos? ¿No tenemos una misma forma de rezar, de cuidar, de vivir?

Siendo lo mismo, el Estado debe mantener su integridad y lo debe hacer no solo por no abandonar a la mayoría de los catalanes que sufren constantemente los envites del nacionalismo, sino por preservar el poder nacional, exactamente igual que si España sufriese una invasión, debería reaccionar con todo su poderío, político y militar, si amenaza una división debe reaccionar.

Urgentemente hay que cambiar la Constitución y crear eso que Rosa Díez llamaba el techo competencial, es decir, blindar las competencias autonómicas para todos, sin excepciones, y evitar de una vez por todas este sistema de representación que permite negociar la gobernabilidad de España a cambio de pérdida de soberanía o transferencias de poder a las autonomías, que como decimos son trocitos de poder que se reparten unos pocos.

Urge retirar las competencias en Educación y Sanidad, y garantizar los derechos de los españoles en Cataluña, es decir, de los catalanes. Y por supuesto evitar las duplicidades, por ejemplo, las policías locales, autonómicas, Guardia Civil y Nacional no tiene ningún sentido. 

Una Constitución que garantice el bilingüismo, único hecho diferencial catalán, pero que en caso de conflicto prevalezca el idioma común, pues es el único que garantiza la igualdad de oportunidades y la movilidad nacional e internacional. Que cada uno utilice el idioma que quiera, claro está, en cualquier parte de España, pero que a la hora de elegir u obligar solo sea el castellano el idioma de todos.

Una nueva Constitución que garantice la movilidad interna en la nación, que permita a los funcionarios pasar de una comunidad a otra sin problemas, que cualquier funcionario pueda usar la lengua que le apetezca en cada momento, sin que sea un derecho el ser atendido en una o en otra, y en todo caso la primacía del castellano, que es idioma común y que todos tenemos el deber de conocer.

Una nueva Constitución que llame como llame a las regiones, deje claro que la sedición o el intento de ruptura de la nación es delito y debe ser castigado de la misma manera que lo sería la invasión de un país extranjero. La apología del separatismo debería estar tipificada en el código penal equiparándola a la conspiración golpista.


Entonces queda contestada la pregunta: ¿qué pasaría si un grupo de corruptos quiere romper España? Que tendríamos que reformular las reglas del juego para que la pregunta sea impensable.