viernes, 23 de noviembre de 2018

Por qué no debes ir a ver 33 El musical




Ayer pude ver el Musical 33, un impresionante montaje dirigido por el sacerdote diocesano Toño Casado. Técnicamente impecable, un guion muy bueno (la historia lo merece), los actores casi todos bien, buenas voces y mejor música. Vamos, un éxito asegurado, mi enhorabuena a los productores.

La obra viene avalada por la Archidiócesis de Madrid, Alfa y Omega y varios digitales católicos. Ha firmado convenios con entidades educativas y asociaciones católicas, es decir, parece que es una obra muy recomendada.

No creo que todos estos apoyos de la Iglesia hubiesen sido posibles si hubiesen podido ver la obra tal y como se representa, y poco a poco iremos viendo críticas en esta dirección. Repito que la obra es en general buena, pero tiene errores que la convierten en algo no apto para católicos, y es una pena, porque el tratamiento de Cristo desligado de la Iglesia es un imposible.

A veces es una escena de una película estupenda, otras veces es una frase en un libro, una situación o un gesto, es decir, una nimiedad se carga toda la obra y –sin dejar de ser una obra de calidad por ello- pasa a estar en la categoría de «obra no recomendable». Me refiero, por ejemplo, a una escena “para adultos” en una película familiar, a una falta de guion en una superproducción o una filosofía barata en boca de un personaje de novela.

Pues bien. 33 el Musical tiene algunas ideas que la hacen ser de este tipo: «obra no recomendable» y esto es indignante, porque por muy poco podría haber sido impecable.

Vayamos a los tres errores que he detectado:

El primer error es que cierra la puerta conscientemente a toda interpretación de la vida de Jesús de Nazaret que no sea la que se propone. Estoy de acuerdo, y es buena idea, presentar a un Jesús actual, capaz de decir algo en la sociedad de hoy, basado en el amor, pero eso no debe ser estorbo a la idea de un Jesús histórico, que es siempre actual. El Jesús histórico no es el que vivió hace dos mil años, es el que vivió, murió y resucitó y ha acompañado a la humanidad desde hace dos mil años, en sus errores y en sus aciertos, puliendo desde dentro de cada persona y por extensión a toda una civilización y al resto de los seres humanos. Sin Él no tendríamos todos los logros éticos, estéticos y políticos de la civilización y no se habrían exportado a todo el planeta.

Este error se muestra en la escena que representa un programa de televisión del «canal 33», una parodia del típico programa chabacano de nuestra televisión, donde aparecen ridiculizadas las distintas formas de entender a Jesús. El autor no tiene la modestia de colocar su idea de Jesús entre las que selecciona: el Jesús revolucionario-marxista, el Jesús de la teología católica, el Jesús de la nueva era y el Jesús de una puritana compiten en un breve espacio de tiempo interrumpiéndose y cantando a la vez. Este error es puro relativismo, pues se colocan al mismo nivel las distintas formas de entender la figura de Cristo, las verdaderas y las falsas. No se puede comparar a las ideas descarriadas de Jesús con la idea de la teología, encarnada por un sacerdote con sotana, que dice que es la segunda persona de la Trinidad y que tiene dos naturalezas. Está claro que el Jesús moderno que nos muestra la obra no sería pensable sin ese aparato racional de la teología, por el cual conocemos todo lo que sabemos de Él, sin mencionar que esos conceptos aparecen ya en los Hechos de los Apóstoles. Es inconcebible poner al mismo nivel, ni como broma, 2000 años de trabajo intelectual guiado por el Espíritu Santo con la apresurada utilización de la figura de Jesús por el marxismo o con las estupideces de la nueva era.

El segundo error es que pretende confundir a los sacerdotes judíos que condenaron a Jesús con el clero actual e histórico jugando con el vestuario: no llevan barbas de judíos, ni los característicos peiot, en su lugar usan una especie de hábito negro, con toques rojos que recuerda a la vestimenta de los cardenales; la capa con capucha parece la de un monje benedictino, y dentro tienen algo parecido a una estola roja, que con los guantes largos, también rojos y la postura deliberada de las manos forman una cruz sobre el pecho. Es cierto que como manipulación está bien lograda, porque en realidad no hay cruz, ni sotana, ni hábito conventual, lo que hay es una imagen clara de que se trata del clero católico. Por si alguien tuviese una duda, una pequeña duda de que el autor se refiere a toda la jerarquía católica el Sumo Sacerdote aparece en un momento bailando un tango y con acento argentino como el Papa Francisco. Y cantan siempre con acordes parecidos al gregoriano repitiendo las acusaciones contra Jesús, como si fuese la Iglesia de Cristo la que condena al Jesús molón de un evangelio inventado, porque el Jesús real no tenía como misión acabar con el clero, ni con los preceptos, ni con la religión. Una cosa es denunciar al que no cumple con Dios, sea este religioso o no, sacerdote o no, y otra muy distinta querer abolir toda forma de religión, precepto y dogma. Al contrario, Cristo crea la Iglesia de manera explícita (Mt. 16, 13-20), es decir, no interpretable y dice también bien claro que no viene a abolir la Ley, sino a cumplirla (Mt. 5, 17; Mt. 7,12; Rom. 3,31). Sí, trataba con prostitutas y pecadores, pero siempre terminaba con la invitación a dejar de pecar (Jn. 8,11; Jn. 5,14.Mc. 2,5)

El tercer gran error de la obra es pretende identificar el gran fracaso de Cristo, como le muestran los demonios en el Huerto de los Olivos, es crear la Iglesia, construir catedrales “tal altas como la torre de Babel”. En primer lugar Cristo no fracasó, creó una Iglesia que pese a ser atacada constantemente es la institución más longeva que ha conocido el hombre, simplemente porque por muchos musicales que se inventen, "Las fuerzas del infierno no prevalecerán sobre ella" (Mt 16:18).

En segundo lugar, yo creo que las catedrales son un gran logro del arte y que la Iglesia ha dado al mundo una forma elevada de entender el hecho humano. No se pueden entender los grandes progresos de Occidente, en cualquiera de sus manifestaciones éticas, estéticas o políticas sin la obra de la Iglesia. Así que de fracaso nada, gracias a la Iglesia de Cristo millones de personas son y mejoradas a lo largo de la historia. 



Es una pena, pues para afirmar un Jesús actual, con el lenguaje del amor como base de toda una doctrina, desarrollada durante siglos por los pensadores cristianos, no era necesario ridiculizar o denunciar a todos esos sacerdotes y teólogos que viven por Cristo y guardan los preceptos y las normas que el mismo Cristo instituyó, es una falta de caridad grandísima y por tanto cae en lo que pretende criticar.

Pero, en fin, la Iglesia es la única institución que históricamente se ataca a sí misma casi como fuente de crecimiento.  Nunca he entendido esa afición de algunos católicos por tirar piedras contra el propio tejado. ¿No se podía haber dicho lo mismo sin atacar a la verdad? ¿Es necesario de verdad mostrar lo peor de la Iglesia para hablar de un Jesús actual, que tiene algo que decir al mundo de hoy? ¿No pueden convivir en la misma Iglesia visiones distintas de un mismo hecho o es cuestión de buenos y malos?

Yo creo que sí, que lo verdaderamente católico es aceptar a todos los que sinceramente se proponen cada día seguir a Cristo, con sus peculiaridades y sus maneras, sus errores y fracasos, pero fieles a la Verdad. Por ejemplo, el misionero que se empeña en afirmar que es una forma de entender el amor del cristiano es irse a trabajar a África hace bien, pero cuando reprocha al resto que no lo hagan hace mal. El que cumple con todas las actividades de parroquia hace bien, pero si critica a los que no van hace mal, etc., etc. Es decir, ser cristiano es tener una perspectiva sobre la vida y el hombre basada en Cristo y no una verdad absoluta que excluye a todas las demás y las ataca con la razón, la burla o el insulto.

No es relativismo relativizar las posturas que muestran al cristianismo como preceptos, como amor, como teología, todas pueden y deben convivir, porque en lo esencial están en la misma onda. Pero sí es relativismo mostrar al mismo nivel la verdad que el engaño, la buena y la mala fe. El cristiano no se debe meter con el cristiano, debe colaborar, ayudar al otro y no dejarse llevar por la soberbia dogmática que hace ver que la forma particular de vida de una persona, un grupo o una época es la única verdadera.

Algún día comprenderemos los misterios de la naturaleza y la naturaleza humana, uno de ellos es comprender al clero que se avergüenza de serlo.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Cómo afrontar la muerte. El hombre ante la nada o el infinito


Desde los comienzos, el hombre se plantea la cuestión sobre cómo afrontar la muerte. Con la perspectiva cristiana esa última puerta deja de ser un fin para ser principio.

Nos preguntamos desde la filosofía cómo afrontar la muerte, pero no hay respuesta racional.La muerte es el fin de todas las posibilidades y, por lo tanto, si es un problema no hay solución. Realmente da igual, la afrontemos bien o mal, la muerte llega, siempre de improviso, y se lleva todo lo que hemos construido en este mundo espaciotemporal.
Los contenidos de la vida son mero juego de afirmaciones, negaciones, adquisiciones y pérdidas, y la muerte tiene la última palabra: ante la pregunta de cómo afrontar la muerte, respondemos que de ninguna manera, no hay forma de afrontar que todo por lo que luchabas, que todo lo que te mantenía ocupado, la lucha por el acomodaticio nivel de vida, los esfuerzos por trabajar, tus deseos, tus amores y tus gustos se desvanecen como lágrimas en la lluvia.


En busca de la inmortalización

La muerte o es o no es. Si es, si existe, todo nuestro quehacer es inútil y nuestra vida no merece la pena. Y esto valdría para el hombre corriente y para el excelente. La vida del héroe, del santo, del sabio o del artista perecen también y se convierten en nada. ¿De qué me vale practicar la justicia si luego la muerte todo lo iguala, al justo y al canalla? ¿Es verdaderamente un héroe quien da su vida por otro si realmente ambos están condenados? ¿Es realmente un artista quien durante un tiempo impresiona la retina de sus contemporáneos con colores y sombras que se desvanecen? Es evidente que no, que si la muerte existe nada de lo humano tiene un sentido.
Y este sinsentido nos lleva a buscar formas de inmortalización que en ocasiones suenan ridículas o, al menos, incongruentes. ¿Por qué alguien que cree en la muerte lanza las cenizas en el Mediterráneo, por ejemplo? ¿Hay alguna diferencia entre dejarlas en la basura o arrojarlas al mar “porque a él le gustaba mucho”? Sí, le gustaba, pero ya no existe, no es. Otra posibilidad muy utilizada, y también muy poco consoladora, consiste en vivir en los demás cuando sabemos que los demás también morirán. Muy loable recordar a los muertos, sí, pero en realidad no los recordamos, nos recordamos a nosotros mismos con los muertos al fondo, efectivamente, y por ahí no hay salvación.
Miguel de Unamuno -el gran especialista en intentar responder a esta pregunta de cómo afrontar la muerte- piensa en todas estas formas de inmortalizarse y que, al fin, vivirá en sus personajes, pero también piensa que esos personajes no son él plenamente y él quiere a toda costa inmortalizarse siendo él mismo. Y aquí está el quid de la cuestión: que si uno es persona con todo lo que hay que tener, es decir, un espíritu con su cuerpo, su mente, sus recuerdos y experiencias, no quiere morir. Y esto sabemos que no es posible: si hay muerte, todo es vano, y al final todo es nada. Pero si algo soy no puedo morir. Y este es el dilema que solo puede romperse desde una perspectiva religiosa.
Efectivamente, la muerte solo se afronta si se niega. “Si Jesucristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Y quería decir, y vana nuestra vida, y la de todos, porque la Resurrección de Cristo marca un antes y un después en la historia evolutiva del ser humano, se logra por primera vez la ruptura con la muerte y, por lo tanto, salvar la vida.
Pensemos en esto. Si la humanidad había pasado de su estadio más animalizado a los periodos de tecnología lítica, control del medio y dominio de los elementos pero seguía muriendo, es decir, desapareciendo en la nada, ¿cómo vamos a conseguir avanzar? Porque cuando en la Grecia clásica se empieza a valorar a la persona y se empieza a creer que es la persona, y no la polis (la tribu, el pueblo), la que tiene importancia, es la persona la que debe sobrevivir a la muerte. Y este cambio es sustancial, porque aquí aparece por primera vez el deseo de que la vida de cada uno sea una realidad para trascender. Pero claro, si hacemos una obra de arte con nuestra vida o la perdemos en cuestiones sin importancia deberá ser para algo posterior; de lo contrario, entraríamos en el mismo problema que tenemos ahora: ¿todo para nada?
Y entonces -lógicamente- llegamos a ese descubrimiento helenístico: hay que vivir al día, que todo se acaba. Y así, de esta desesperación por la muerte certera y total, surgen las escuelas epicureístas y hedonistas. Si vas a morir -dicen- por lo menos disfruta de la vida.

De la nada al infinito

Y esta es, sin duda, la culminación de los tiempos, el tiempo en el que el hombre se ha sacudido sus ataduras de la naturaleza y se quiere comportar como un inmortal, siendo mortal. El hombre entonces, y solo entonces, necesitaba que Dios lo salvase, y vino Cristo al mundo a eso, a poner fin a la muerte. Desde entonces, como decía Unamuno, el ser humano deja de nadearse y empieza a infinitarse, y de ahí viene nuestra felicidad y completud. Ya no morimos, ahora nos infinitamos, tenemos una tarea absoluta por delante, un quehacer constante hacia lo bueno, lo bello y lo verdadero. Y la vida nunca acaba. La muerte es un accidente en la vida, una transformación, un paso.
Por eso solo hay una forma que responda a la pregunta de cómo afrontar la muerte: hacerlo desde una perspectiva cristiana, donde la muerte no es el fin, sino el principio de una felicidad completa y la continuidad de esta felicidad siempre necesitada de algo más. Y la vida es un quehacer urgente, donde todo cobra sentido y todo tiene importancia, cada minuto, cada acción.
Y así afrontamos la muerte, la propia y la ajena, como un paso a la felicidad verdadera.


Publicado en El Debate de Hoy  el 15/10/18