lunes, 15 de junio de 2015

Aceituneros marxistas


¿Es que nadie tiene conciencia para ver las manipulaciones? ¿Cómo pueden poner a niños de primaria de colegio católico a cantar barbaridades marxistas? No entiendo ese empeño de dar cancha al marxismo más sectario y criminal.  

O los directores no se enteran de nada y creen que eso es la realidad (que los olivos son de los que los trabajan) o no tienen eso que la LOGSE llamaba "espíritu crítico" y por lo tanto no están capacitados para el puesto que ocupan. 

No entiendo que se les enseñe a los niños este himno lleno de mentiras y de mala baba: "andaluces de Jaén", que fue sectariamente elevado a la oficialidad por el socialista Francisco Reyes... 

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma, ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

-¿Quién, quién levantó los olivos?
- Pues depende por qué preguntes, si el Quién lo dices con mayúscula, es verdad que los olivos, como toda la creación viene de Dios; si no, si es con minúscula, los olivos los mandó levantar el propietario del terreno, compró las plantas y lo mandó plantar. Los levantó él, igual que tú levantaste tu casa o ¿quién levantó tu casa tú o los obreros que trabajaron en ella? Dime ¿de quién es tu ordenador, tu coche o tu casa? ¿Del chino que lo montó? ¡Anda demagogo! Las cosas son de quien paga por ellas. Y punto. Sin el dinero del señor, ni su tierra, no habría olivos ni aceitunas ni trabajo, ni sudor. 

(...)
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma ¿quién
quién amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.


No, Miguel Hernández. No, director. No hay explotadores y explotados, no, y aquí el único que pisa la frente de los niños es un director de colegio católico que se empeña en meter marxismo entre col y col. El director que reduce la cabeza de los niños con materialismos histéricos del siglo pasado en vez de entusiasmarles con la poesía verdadera, es decir, de la poesía que promete un nuevo hombre, educativa, noble, generosa. virtuosa..., 

(...)

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

-Eran de su legítimo dueño. Hasta que una panda de desalmados republicanos lo asesinaron, junto con su familia y ya no hubo ni olivos, ni olivares, ni terratenientes hasta que esa tierra fue liberada de sus asesinos.

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.

La libertad, sí, la que le llegó a Jaén después de la barbarie comunista. 

En definitiva. Un consejo gratis para dirigir centros católicos:  elimina del currículo y de los espectáculos públicos los autores que hicieron apología de los asesinos de los mártires a los que veneran los propietarios de tu colegio.

Y, para terminar, una visión bien distinta de los olivos, esta sí, apta para niños y sin ideología de odio, y de Pemán (miembro de la ACNdP y compañero de tantos mártires a manos de aceituneros altivos llenos de odio a España y a la religión):


Este olivo que en este triste día
en que está el cielo gris y blanco el suelo,
calienta en el hogar mi casa fría,
era ayer el encanto y la ufanía
de mi olivar, bajo el azul del cielo.

Era aquel viejo olivo castellano
tan erguido y valiente. En el verano
sus nudosos ramajes ofrecieron
grata sombra a las gentes campesinas
y a sus hojas pacíficas vinieron
huyendo del calor, las golondrinas

Y, al fin, cayó... sus ramas retorcidas,
pródigas hasta el fin, ennegrecidas
entre un montón de leñas y de abrojos,
aun dan en este hogar, luz a mis ojos
y calor a mis manos ateridas;
como ayer en las faldas de la sierra
dieron junto al pacífico arroyuelo
sombra a los caminantes de la tierra
y cobijo los pájaros del cielo.

Y así quiero yo ser, como este olivo,
pródigo hasta morir...

Por eso escribo
en mis pobres cantares cuanto hiere
mi ser con alegrías o dolores
para dejar así en ellos resplandores
de esto que hay en mi ser que nunca muere,
y dar así en herencia a mis hermanos
-¡oh olivo de mis campos castellanos!-
lo que hoy me han dado tus destellos rojos:
un poco de luz para los ojos

y un poco de calor para las manos.

jueves, 4 de junio de 2015

La Universidad que yo quiero


1. La Universidad produce y vende conocimiento. No vende libros especializados, ni de divulgación científica, ni investigación, ni profesores modernos, ni catedráticos de élite, ni patentes, ni títulos, ni instalaciones, ni informática, ni idiomas, ni estancias en el extranjero, ni convenios, ni startups. 

La universidad es un institución que conserva el conocimiento y lo trasmite. En lenguaje de mercado se puede decir que vende conocimiento, no productos relacionados con la información (hay que saber que el conocimiento no es su soporte) .

El conocimiento, a diferencia de la información, está alojado en personas y se transmite de persona a persona por medio del diálogo.  

Por eso, la Universidad que yo quiero cuida a sus profesores: les ofrece prestaciones, les garantiza un futuro, les cuida, les distingue, les eleva, les proporciona lo que necesiten para investigar, trabajar, vivir, etc. 

2. La Universidad tiene por cliente a la sociedad, no a los alumnos ni a sus padres. A veces se cree que la Universidad es una empresa y se analiza mal el producto y el público objetivo. Se cree que el producto es el título y el cliente el alumno y esto es una simplificación lamentable que termina con cualquier universidad. Si el cliente es el que paga y el título lo que se compra... estamos ante la mayor reducción de la realidad universitaria con la que hemos podido topar, la madre de todos los males de la Universidad. 

Realmente el cliente, el beneficiario, el "consumidor" de la transmisión del conocimiento no es el alumno, es la sociedad en la que vive. Si el cliente fuese el alumno estaríamos perdidos, tendríamos que darles lo que piden: un aprobado, un profesor más fácil, una Universidad con ideas más liberales, etc. 

Si entendemos que el alumno es el cliente, ante un conflicto prevalecería la voz del alumno antes que la del profesor, que no sería más que un caro aparato reproductor de contenido técnico, un facilitador del proceso de enseñanza. Si el alumno no quisiese aprender algo, el profesor no debería intentarlo; si el alumno no entendiese, por ejemplo, la razón de las asignaturas humanísticas, habría que ir poco a poco retirándolas. Entonces las clases deberían ser amenas y divertidas, como el club de la comedia, con Power Point y películas, con juegos y sobre todo, habría que hacer una encuesta de satisfacción acompañada de un libro de reclamaciones (anónimo, por supuesto), donde el alumno pudiese decidir si hay que cambiar al profesor porque no es lo suficientemente entretenido, alegre o divertido.

Por eso la Universidad que yo quiero exige a los alumnos mucho más de lo que están dispuestos a dar, saca lo mejor de ellos, se queda con los mejores y a los otros les hace sudar tinta.  

3. La Universidad es una comunidad de alumnos y profesores en una tarea común. No es una empresa que vende un producto, no es una sociedad anónima. Es una comunidad de estudiosos. Esta comunidad se ve por dos cosas: porque los "directivos", decanos, rectores, directores, secretarios, gerentes y demás son siempre universitarios del más alto rango. Nada hay en la Universidad superior al doctor, un licenciado, aunque sea el dueño de la Universidad, está por debajo de un doctor, y un doctor de un catedrático.

Esta jerarquía no es la jerarquía militar. Es una ordenación que parte de la unidad de las ciencias y de la manera de lograrla, a través del diálogo y la interdisciplinareidad. Por eso en la Universidad hay distintos saberes comunicados.

Por eso en la Universidad que yo quiero el trato entre profesores, alumnos y pseudodirectivos académicos es siempre excelente. No es la Universidad una empresa donde hay asuntos de poder y estratégicos priman, a veces, sobre la producción. Aquí nada hay por encima de la producción, es decir, sobre el profesorado, y el orden jerárquico es entre iguales. 

4. La Universidad tiene sus plazos: el mundo empresarial tiene sus plazos basados en un beneficio anual. Las previsiones se hacen a cinco años, después de la crisis casi nada se proyecta a más de cinco años. Sin embargo la Universidad tiene otros tiempos: el corto a veinte años vista, el medio puede ser el medio siglo y el largo plazo a quinientos. Por eso casi todo lo que se hace en la Universidad es continuado por las generaciones siguientes, excepto las tonterías, los congresos caprichosos, los homenajes y los actos de aniversarios. Tampoco se programan a veinte años las modas pasajeras del mundo de las empresas. La Universidad -decíamos arriba- tiene por cliente a la sociedad, le da el servicio que le presta, la hace mejor y esta tarea tarda en dar sus frutos unos diez años.

Los plazos de la universidad hacen que sea antiuniversitario el cambiar constantemente, querer ponerlo todo patas arriba, querer que en cuatro años todo se dé la vuelta.

Por eso la Universidad que yo quiero no cambia cada dos años de planes de estudio, carreras y profesores. Es por el contrario una estructura estable donde desarrollar carreras.

5. La Universidad se dedica a cosas serias. Investiga y enseña cosas que aporten algo a la sociedad a la que se debe. Es contradictorio con la Universidad ofrecer grados que no tienen recorrido, que se organizan sobre una moda pasajera y tienen momentáneamente "demanda". 

Es poco universitario también ofrecer grados "manuales", es decir, que en la universidad se enseñe a hacer  cosas que se hacen con las manos.

Por eso la Universidad que yo quiero está enfocada a lo especulativo y lo práctico solo se enseña después de lo especulativo.

6. La Universidad es cosa de élites. La Universidad no puede admitir a pobres de espíritu, por mucho dinero que tengan. Ni puede ni debe, es complicado dónde poner el límite, pero en todo caso no debe haber ningún alumno en las aulas universitarias que tenga una voluntad clara por lo especulativo.

Claro, que si el cliente es el alumno y la universidad es una empresa, pública o privada, lo óptimo es llegar a un gran público (vender muchas matrículas) y mantenerlo a toda costa (fidelización), haciendo campañas de marketing enfocadas a un publico general en espera de que siga habiendo matrículas que den los esperados beneficios. 

La Universidad que yo quiero tiene un potente filtro de entrada que le permita dar un buen producto al cliente verdadero: la sociedad. Este filtro solo puede estar basado en tener unas capacidades cognitivas adecuadas y dos actitudes: la actitud positiva ante el conocimiento y la actitud positiva ante lo trascendente.

7. La Universidad es espacio de transparencia. Ahora de moda, pero siempre ha sido una virtud de la Universidad. Como comunidad en búsqueda de la verdad siempre y en todo momento se permite en este ambiente hablar sin tapujos, sin miedo a la reacción popular que tiende al escándalo y a la persecución de ideas. 

En la Universidad, en teoría, no hay nada prohibido. A un profesor no se le puede exigir que comulgue con las ideas del ambiente a pesar de que éstas sean irracionales o vulgares. Por otro lado, en la Universidad no debe haber rumores, ni anónimos, ni secretos. Se trata de una comunidad, y como tal la sinceridad y la verdad deben estar al día. In veritate libertas. Y en la ocultación de información, el anónimo, el rumor, la esclavitud. Porque en un ambiente donde las cartas no están sobre la mesa cualquiera puede guardarse una en la manga. 

En la Universidad que yo quiero se dicen las cosas directamente. Es falta de profesionalidad, por ejemplo, no hablarles a los alumnos de la verdad, de la salvación, de la virtud por miedo a herir sensibilidades.